viernes 29  de  marzo 2024
EL JARRON CHINO

Números y valores

Siempre he sido defensor de la disciplina y la exigencia para los niños pero la educación infantil debería ir mucho más allá de conseguir que los pequeños alcancen buenas calificaciones. Tratar a niños de nueve, diez u once años como si fueran universitarios y presionarles para que estudien sin límite y aprueben las asignaturas sólo resuelve una parte del problema

Por MANUEL AGUILERA

“Aquí no tenemos tiempo para hacer amigos, aquí sólo tenemos tiempo para trabajar”. La frase no es de un jefe exigente reprendiendo a uno de sus subalternos que no para de socializar con sus compañeros, olvidándose de sus tareas. La sentencia es de una profesora de matemáticas de cuarto grado de una escuela pública de Miami-Dade cuando se le comunican los problemas de adaptación de un niño que ha cambiado de programa y ha dejado atrás un grupo de estudiantes amigos para incorporarse a un nuevo grupo. 

Pocos días antes, en una reunión de sexto grado en otra escuela, en este caso de secundaria, escuché a la profesora de matemáticas de sexto advertir a los padres sobre que ella no explica a los alumnos ni hace ejercicios con ellos. Simplemente pasa por las materias y las enumera para que los niños las trabajen en casa. Al día siguiente se corrigen los ejercicios y se comprueba qué se ha hecho bien y mal. Antes, el tutor de sexto nos había repetido que estar en ese distinguido programa Magnet era un privilegio y que los “elegidos” debían trabajar sin descanso para seguir perteneciendo a ese selecto grupo.  El resultado es que una niña de 11 años, después de pasar 7 horas en clase, más realizar alguna actividad extraescolar, tiene que realizar deberes a diario habitualmente hasta las 11 de la noche. En el caso de matemáticas, gracias a la profesora que no explica, sólo encarga ejercicios, su padre se ve obligado a trabajar en problemas que no maneja desde que él mismo era un niño, y que en aquella época se resolvían con una metodología distinta.

Siempre he sido defensor de la disciplina y la exigencia para los niños pero la educación infantil debería ir mucho más allá de conseguir que los pequeños alcancen buenas calificaciones. Tratar a niños de nueve, diez u once años como si fueran universitarios y presionarles para que estudien sin límite y aprueben las asignaturas sólo resuelve una parte del problema. Por supuesto que un niño tiene que tener amigos, por supuesto que debe recibir valores, por supuesto que hay que explicarle, ayudarle, levantarle cuando cae. 

Prefiero no dar los nombres de las escuelas porque hablando con otros padres del sur de la Florida compruebo que el mal es general y que la causa puede estar en la obsesión de los directores de las distintas escuelas que buscan llegar a la excelencia a través de los números. Es la cadena de presión que viene de arriba, de los políticos. Al superintendente Alberto Carvalho le interesan los números, las estadísticas. Gritar en una reunión nacional que los números, las notas medias de los alumnos de Miami-Dade son espectaculares. Lamentablemente, en esas reuniones nadie habla de valores, ni de grados de felicidad, ni de salud, física y mental, de unos jóvenes que tendrán que estar a la vanguardia de este país y del mundo en unas décadas.

No es ningún descubrimiento reseñar que la infancia, además de la más propensa a la felicidad, es la etapa que marca el posterior desarrollo de la persona. Estamos sentando las bases para el futuro. No me cabe duda de que la insistencia en el valor del trabajo y la superación va a ser de gran utilidad en la edad adulta. Pero cada niño es diferente y esos maravillosos seres, esos locos bajitos que decía Serrat, merecen un trato humano e individualizado. Sinceramente cambio todas las A de mi mis hijos por B o C, a cambio de verles jugando y riendo con sus amigos y rodeados del amor de su familia.

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