viernes 29  de  marzo 2024
UN HOMBRE EN LA LUNA

El arte de no hacer política

MIAMI.- Un artista de raza no dejaría de hacer arte para dedicarse a las intrigas y conspiraciones de la política: sentiría que le han mutilado la parte más rica de su vida

Diario las Américas | JAIME BAYLY
Por JAIME BAYLY

MIAMI.- Me parece que el artista y el político son enemigos o deberían serlo. No quiero decir que sean enemigos personales, pero la naturaleza de ambos oficios los sitúa en bandos opuestos y creo que irreconciliables. Un artista de raza no dejaría de hacer arte para dedicarse a las intrigas y conspiraciones de la política: sentiría que le han mutilado la parte más rica de su vida. Del mismo modo, un político que ha nacido para el juego del poder se sentiría aburrido, fracasado, perdedor, si se apartara de la arena política para tentar suerte en el arte.

Cada cierto tiempo un artista se mete en la política y la cosa termina mal, gane o pierda. Es menos frecuente que un político se meta a artista, generalmente ocurre cuando ya está jubilado y entonces escribe unas memorias o se dedica a pintar, pero, aun estando fuera de la política, sigue pensando políticamente, y entonces las memorias que escribe son políticas, no artísticas, o los cuadros carecen de arrojo artístico porque el político está pensando en su imagen, incluso cuando ya no piensa en competir por un cargo público quiere que los ciudadanos tengan una buena opinión de él. El artista, si es de valía, aspira a que los consumidores de su obra tengan una buena opinión de ella, porque la opinión que tengan de su vida personal o su imagen pública debería tenerle sin cuidado.

Pero además hay una rivalidad en el modo en que ambos se ganan la vida. El artista vende unas mercancías (un cuadro, un libro, una película, una canción, entre otras) que nadie está obligado a comprar. Los que compran esas mercancías lo hacen libre y voluntariamente, sin ninguna coacción legal. Todos los que consumen arte podrían vivir sin consumirlo. Nadie necesita pagar por arte para sobrevivir. El arte es un lujo, una extravagancia, un modo de enriquecer la vida y dotarla de belleza más allá de las necesidades elementales. Entonces el artista, sea bueno o no tanto, enfrentará esa dificultad: no vende comida, ropa, papel higiénico, cosas que las personas necesitamos para sobrevivir, vende unas mercancías de valor impreciso, cuyo precio es debatible, a unas personas que bien podrían no comprarle nada y seguir tan contentas. El artista es un empresario, un emprendedor, y un constante innovador que debe estar a la vanguardia, pero nada le asegura que su obra venderá lo suficiente para ganarse la vida.

El político, en cambio, vive del dinero público. Es un mantenido: lo mantenemos los ciudadanos que pagamos impuestos. Cada vez que pagamos impuestos a la renta, a la venta, al consumo, en ocasiones incluso para salir de un país, ese dinero va a una bolsa, la del tesoro público, que luego asaltarán, como pirañas o buitres carroñeros, los políticos. Los políticos aspiran a tener poder, y el poder consiste en ocupar unos cargos pagados con dinero de los contribuyentes. A diferencia del artista, que vende una obra que nadie está obligado a consumir, el político ofrece unos servicios que, tan pronto como es elegido, los ciudadanos están obligados a pagar mediante sus impuestos y a veces están obligados a contratar si el voto es forzado, como lo es por ejemplo en mi país de origen. Es decir que uno está obligado a votar por tales o cuales políticos y luego pagarles el sueldo por cuatro, cinco, seis años, aun si el trabajo que desempeñan nos parece pobre, mediocre, paupérrimo. El artista, entonces, vive de la sensibilidad estética de unos individuos que libre y voluntariamente consumen su arte, pudiendo pasar por completo de él. El político, muy por el contrario, vive de dos obligaciones: la que nos fuerza a elegirlos y la que nos conmina a pagar impuestos, aun si todos los políticos nos parecen deplorables y los impuestos son abusivos, confiscatorios y mal empleados.

Si no nos gusta la obra de un artista, no la consumimos, la ignoramos. Si nos gustaba y la compramos y luego deja de gustarnos, dejamos de comprarla, nadie nos obliga a seguir pagando por sus cuadros, sus libros, sus películas, sus canciones. Ahora bien, si no nos gusta ningún político, podemos no ir a votar, pero, al menos en mi país de origen, nos impondrán una multa, con lo cual muchos van a votar por una opción que en el fondo no acaba de gustarles, solo para evitarse la multa, y aun los que no han ido a votar y pagan la multa, tendrán que aguantarse a los políticos que, juiciosa o torpemente, la mayoría ha elegido, y no les quedará más remedio, a los que los eligieron como a los que no, que pagar a regañadientes unos impuestos y de ese modo financiar el sueldo a los políticos por unos buenos, largos años. Y si tal o cual político deja de gustarnos, no podemos dejar de pagarles el sueldo, tenemos que seguir pagando impuestos, nos van a seguir metiendo la mano al bolsillo en casi todas las transacciones económicas que hagamos, a fin de pagarles a los políticos que ocupan cargos públicos. Y no solo ocupan dichos cargos los que han ganado, ellos se regodean en el gobierno y se reparten ministerios y embajadas, pero los que pierden también se acomodan en bancas parlamentarias y a veces son chaqueteros y se travisten por un ministerio o una embajada, poniéndose la ropa del contrario por un plato de lentejas. Porque el político, casi por regla, y con muy contadas excepciones, no podría ganarse la vida vendiendo unos bienes, unos servicios, unas mercancías, compitiendo en el sector privado. El político, casi por definición, es un inútil, un mediocre, un vividor del dinero público, una sanguijuela, un tábano, una piraña. No sirve para nada, salvo, si acaso, para hablar, intrigar, meter zancadillas y dar codazos, para el ejercicio rastrero de la mezquindad, la delación y la perfidia. Son poquísimos los individuos que han triunfado como profesionales, como empresarios, que han amasado un patrimonio valioso, que viven de sus rentas bien ganadas y entran en política para servir decentemente. En treinta y tantos años de experiencia como periodista, solo he conocido a un puñado de esos políticos ganadores, los demás son charlatanes, embusteros, mediocres profesionales, buenos para nada, ceros a la izquierda en términos de creación de riqueza. Para no mencionar a los políticos fracasados que compiten una y otra vez y nunca ganan y nadie sabe de qué viven, cómo consiguen donantes, financistas, quién les gira los cheques o les entrega los maletines furtivos para pagarse los largos años en que se dedican a la vida política, que es por definición ociosa, improductiva y diría que parasitaria. Como es lógico, luego se descubre que muchos de ellos recibían dinero de narcos, de dictadores de otros países, de empresarios corruptos, mercantilistas, porque nadie en su sano juicio les daría dinero para que sigan intrigando, conspirando y perdiendo.

Por eso me parece que el artista debe entender que el político es su enemigo natural y que el dinero que los políticos nos confiscan podría ser empleado, al menos en parte, para consumir arte, y por consiguiente el arte debe poseer la cualidad revulsiva, y a veces subversiva, de patear en el trasero a los políticos y abofetearlos y ridiculizarlos, sean de la orilla que sean, y nunca dejar de crear arte para asegurarse el buen sueldo de congresista, ministro de cultura o embajador haragán: prefiero a un artista en la ruina que se pega un tiro o arroja a las vías del tren, a uno que, para ganarse miserablemente la vida, renuncia al arte y abraza la patética subvención del dinero público.

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