viernes 29  de  marzo 2024
RELACIONES

Paciencia y perseverancia

La vida de una persona es un período muy corto comparado con la edad de la tierra, pero, ¡¡le ronca cómo pasa el tiempo sin que logremos nuestros más caros anhelos!!

Diario las Américas | JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ
Por JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ

La vida de una persona es un período muy corto comparado con la edad de la tierra, pero, ¡¡le ronca cómo pasa el tiempo sin que logremos nuestros más caros anhelos!!

La universidad me enseñó entre tantas cosas a tener paciencia: a escuchar, a mirar por sobre los hechos para no pecar de imprudencia ni apuros injustificables cuando se trata de cosas tan importantes como las que se atienen a la Patria. Pero se necesita paciencia para no explotar cuando nos dicen que vamos bien con los cambios, pero lento ¡porque no podemos equivocarnos! ¿Equivocarnos? ¿Más? Increíble que utilicemos nuevamente la velocidad como nos da la gana.

Un colega alemán radicado en México me decía a principios de los 90 que Cuba había sido el país que más había cambiado en la historia de América Latina; sin embargo, quedaría a la orilla de la vida si no asumía esa misma audacia frente a la situación que en esos años se enfrentaba. Y creo honestamente que poco hizo, que poco se ve de la Cuba que no tembló para cambiar la sociedad, la tecnología y hasta de idiomas para estudiar en las escuelas. Nos quedamos esperando a que un milagro nos sacara del camino de la miseria en que habíamos caído. Un milagro. ¿Acaso no éramos ateos?

No, no ese tipo de milagros: llegó Chávez, luego la vuelta de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica cambió la correlación de fuerzas, planes económicos casi todos fallidos pero como cada caja, recurrente y sonante y, al final, pasaron 25 años sin que nos diéramos cuenta de que la paciencia tiene límites, sin que las soluciones reales llegaran. Y la paciencia, por suerte, no acabó.

Seguimos atesorando paciencia: vimos movimientos respetables caer en las garras de personas sin escrúpulos, que lucran con los sentimientos más nobles de los seres humanos (¡nadie me dirá que no es noble la preocupación de las madres, las hijas o las esposas de personas privadas de su libertad!). Surgieron nuevos espacios y nuevas voces. Vimos morir los aliados y fundirse la vida de los cubanos en movimientos nacionalistas lejanos de nuestras costas. Vimos como pasa el tiempo, y las cosas en general siguen igual.

Pero no siempre la paciencia ha sido estéril. Me llama la atención la andanada contra el Cardenal Jaime Ortega y sus gestiones u opiniones. Una reciente entrevista en horario estelar de la televisión cubana ha desatado, como diría un columnista muy acertadamente, algarabía en Miami y silencio sepulcral en La Habana. Sin embargo, nadie como la iglesia para ser paciente, y pocos como esa institución han tenido más éxitos por la perseverancia que la caracteriza: nadie ha logrado más presos exonerados, más espacios recuperados entre los anteriormente limitados, más apertura que la iglesia católica.

Llevo muchos años escribiendo sobre estas cosas y muchos más hablando, en público y en privado, sobre la necesidad de convergencia entre corrientes y grupos de cubanos que quieren en definitiva lo mismo, solo cambian los métodos. Vengo pregonando mi criterio sobre la unidad, la necesaria unidad que necesitamos frente a los verdaderos males, a las verdaderas soluciones. Soy partidario de una convergencia frente a las múltiples necesidades que hoy anuncian el peligro de desintegración del país. Y créanme, no soy nada apocalíptico; solo calculo, y de números algo he aprendido.

Hay una inminente necesidad entre cubanos de gritar más alto que el otro sus deseos y sus posiciones. Hay una frecuente urgencia por descartar a los que no piensan como nosotros, los que de alguna manera han comulgado con otras ideas, con otros postulados, con políticas, no importa si pasaron muchos años y muchos cambios de rumbo desde ese momento.

Pero hay que perseverar: lo más importante es tener país, construir un espacio común donde el idioma y la idiosincrasia no nos desanimen, sino nos junten bajo la bandera y el himno que nos donaron los que construyeron la Patria desde el derecho que se basa en lo que hemos regado con sangre. Hay derecho en la guerra por los ideales, hay cuestiones que incluso vale la pena considerar aunque no sean las nuestras; carestías que no tienen colores ni ideologías, solo clamores que por lo menos no acostumbramos a escuchar.

Hay que tener paciencia, comprobar los hechos, pero mantener la pluma erguida con sus muchos colores y sus mayores sabores. Hay que continuar esa prédica por la que consideramos premisa dentro de los tantos caminos que concurren por estos días. Y no nos engañemos, nadie vendrá de fuera a resolvernos los problemas que solo entre cubanos hemos creado. La mejora de las relaciones con los Estados Unidos es solo una condición para que dentro del país podamos variar esa política de plaza sitiada que existe, es cierto, pero que muchos enarbolan como buen pretexto para pedirnos paciencia cuando debíamos recibir soluciones.

Paciencia y perseverancia: difícil binomio cuando vemos pasar por nuestro lado la vida y nuestros mejores años. ¿Estaremos a su altura?

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