miércoles 27  de  marzo 2024
DE PELÍCULA

Verdad y alevosía en “Truth”

Tal y como el libro en el cual se inspira, la película Truth, o sea, verdad, tiene un título alevoso: decir lo que pasó es una cosa, aun si de veras el que cuenta se ciñe estrictamente a los hechos, y decir la verdad es otra

Por JOSÉ ANTONIO ÉVORA

Dan Rather es una de las catedrales del periodismo en Estados Unidos. Fue el presentador del noticiero estelar de CBS, durante casi un cuarto de siglo, hasta 2005. Entonces le costó el puesto el escándalo del programa 60 Minutes con los famosos Documentos Killian, que cuestionaban el servicio militar de George W. Bush en la Guardia Nacional, entre 1972 y 1973. La productora de ese programa, Mary Mapes, fue despedida. De su libro de memorias Truth and Duty: The Press, the President and the Privilege of Power (Verdad y deber: la prensa, el presidente y el privilegio del poder) sale la recién estrenada película Truth, con Cate Blanchet y Robert Redford en los papeles protagónicos.

Los largometrajes de ficción basados en hechos reales son, cuando menos, una paradoja. Vienen de un género que tiene un nombre de espanto, “docudrama”, iniciado por los noticieros de cine The March of Time, que entre 1935 y 1951 antecedían las proyecciones de películas en salas estadounidenses y fueron los primeros en rellenar los despachos informativos con representaciones dramáticas de los hechos. Se originaron en la radio, por cierto, como tantas cosas de la época.  En la posguerra, el neorrealismo italiano le puso la tapa al pomo cuando Rossellini, Vittorio de Sica, Visconti, Fellini y compañía buscaron gente de la calle para hacer cine con los verdaderos protagonistas de los acontecimientos.

Tal y como el libro en el cual se inspira, la película Truth, o sea, verdad, tiene un título alevoso: decir lo que pasó es una cosa, aun si de veras el que cuenta se ciñe estrictamente a los hechos, y decir la verdad es otra. Basta que a usted le parezca necesario contar una vivencia para que empiece a pensar cómo hacerlo, y ahí, por supuesto, todo empieza a contaminarse con el lado subjetivo del asunto.

La película y el libro quieren convencernos de que el despido de Mapes y de unos cuantos más –algunos fueron gentilmente invitados a renunciar—fue una injusticia.  No he leído el libro, pero a mí la película me convence de lo contrario.  Recuérdese que todo esto ocurrió cuando George W. Bush buscaba la reelección contra el entonces candidato demócrata y ahora secretario de Estado John Kerry.  El problema no es que Mapes fuese liberal, no, el problema es que nunca demostró que había actuado con todo el rigor necesario para eliminar sospechas de que quería serrucharle el piso a un conservador.

Los documentos que criticaban al entonces joven Bush eran informes presuntamente escritos por el teniente coronel Jerry B. Killian, su comandante en el servicio militar. Otro teniente coronel, Bill Burket, se los dio a la productora.  Cuando ella se dio cuenta de que eran copias, preguntó por los originales, y Burket le dijo que los había quemado para proteger a alguien. ¿Cómo? ¿Qué protección le estás brindando a quien te consiguió subrepticiamente un documento comprometedor si lo haces circular en copias?

Un blog conservador, Free Republic, destapó la olla al observar que la tipografía de los documentos parecía anacrónica, porque las máquinas de escribir de los 70 no los tenían, y las computadoras sí.  El argumento de Mapes siempre fue el mismo: nadie ha demostrado que los documentos Killian eran falsos. No. Era ella --y ahí el propio Dan Rather admitió su error-- quien debió haber conseguido antes de usarlos las pruebas irrefutables de que eran auténticos.

Ojo, no hay malas actuaciones. En general, Truth es una obra redondita, técnicamente hablando. A Redford no le queda mal su Dan Rather. De Cate Blanchet se puede decir incluso que actúa demasiado bien su Mary Mapes. Pero la verdad es que ni siquiera eso salva la película.

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