viernes 29  de  marzo 2024
HISTORIA VIOLENTA

A 100 años del Genocidio Armenio

Semejante martirio comenzó el 24 de abril de 1915. Entonces gobernaba el Sultán Mehmed V. Pero el poder real lo ejercían tres máximos dirigentes del Comité de Unión y Progreso. En tal fecha, ese trío de fanáticos ordenó ejecutar a 600 influyentes armenios en Estambul, acusándolos de liderar una etnia enemiga del Imperio Otomano

Diario las Américas | FRANK DÍAZ DONIKIÁN
Por FRANK DÍAZ DONIKIÁN

Anatolia Oriental, Turquía. Hace un siglo. Una caravana, como otras tantas, de unas 18 mil almas en marcha forzada. Mujeres, ancianos y niños armenios vagando por entre desiertos y montañas.

Una pequeña de unos 10 años no se percató cuándo su madre se rezagó y cayó muerta de extenuación. “¡No mires para atrás!” -alguien le dijo con sigilo-. Poco tiempo después, Adriné, su hermana menor, también fallecería de agotamiento, camino a lo que hoy es Siria.

La niña quedó sola en aquel convoy humano, azuzado a punta de bayoneta por gendarmes turcos y a merced de cualquier crueldad. Sólo sabía que se llamaba Sirarpi Tachikián, y venía de Trabzon, “la ciudad con los mejores esturiones del Mar Negro”.

Semejante martirio comenzó el 24 de abril de 1915. Entonces gobernaba el Sultán Mehmed V. Pero el poder real lo ejercían tres máximos dirigentes del Comité de Unión y Progreso. En tal fecha, ese trío de fanáticos ordenó ejecutar a 600 influyentes armenios en Estambul, acusándolos de liderar una etnia enemiga del Imperio Otomano.

Los armenios se habían establecido en toda aquella región en torno al Monte Ararat desde los tiempos bíblicos. Surgieron como nación cuando el patriarca Haik, cuyo abuelo era Torkóm, nieto de Noé; venció al Rey Bel de Babilonia en el año 2492 antes de Cristo.

Hasta el año 59 a.C., Armenia ocupaba buena parte del Cáucaso. A partir del siglo XVI su porción occidental cayó bajo el poder otomano. Su parte oriental, incluyendo las comarcas de Ereván y el Lago Sevan, fue dominada por el Imperio Persa, hasta la década de 1820, cuando fue ocupada por Rusia en la guerra entre ambos países.

Los armenios llegaron a ser la mayor población no musulmana en todo el Imperio Otomano. Por ser cristianos -fe que adoptaron desde el año 301 d.C.- debían pagar los mayores gravámenes. Tampoco pudieron ocupar ningún cargo público en mucho tiempo.

La discriminación étnica se agudizó luego que el Sultán Abdul Hamid II decretara su política panislámica. En lo adelante, toda protesta y revuelta armenia en pos de los derechos civiles serían brutalmente aplacadas. De 1894 a 1897, el saldo de estas represiones fue de unos 300 mil muertos.

Como los turcos habían perdido grandes dominios en los Balcanes un año antes de la Primera Guerra Mundial, temieron que los armenios pudieran escindirse en plena conflagración, con el favor de Gran Bretaña, Francia o Rusia. Por ende, se volcaron nuevamente contra ellos.

La estrategia se cebó primeramente contra buena parte de la población masculina. Miles de hombres fueron degollados al filo de cimitarras, ahorcados o pasados por las armas.

En tanto, a las mujeres y menores se les ofreció convertirse al islamismo y ser domésticos en casas de sus propios represores. La mayoría no claudicó, y fue condenada al destierro en caminatas de nunca acabar, a expensas del hambre, la sed, enfermedades y hasta violaciones por parte de guardias y civiles.

Durante el resto de 1915 The New York Times dedicó 145 artículos refiriéndose a asesinatos deliberados y sistemáticos. En julio de ese propio año, el embajador estadounidense en Turquía, Henry Morgenthau, hizo saber a Washington que ocurría “una matanza a escala nacional”.

Hasta un millón y medio de seres –entre el 50 y el 75 por ciento de toda la población armenia-  desaparecieron entre 1915 y 1923 con las tantísimas ejecuciones, marchas hacia Siria y Mesopotamia, así como por la posterior invasión otomana y ocupación de seis regiones de la República Democrática de Armenia, fundada en 1918. Estas cifras se asemejan proporcionalmente a los seis millones de judíos desaparecidos en el Holocausto a manos del nazismo.

Unas 600 mil personas sobrevivieron aquella barbarie. Muchas deambularon durante años por los cuatro puntos cardinales, hasta arribar a diversos parajes de Oriente Medio, Europa, Rusia, Estados Unidos y  Latinoamérica. Una de ellas fue Sirarpi Tachikián.

Era ya una joven cuando llegó a Cuba por los años 20. Se casó con un paisano llamado Sarkis, quien de inmediato se hizo nombrar Carlos y la rebautizó oficialmente como Serafina. Con sus nuevos apelativos se radicaron en la ciudad oriental de Victoria de las Tunas, trabajaron como comerciantes y fundaron familia. Aún anciana, solía llorar a ratos y a escondidas. El destino de los suyos fue su angustia perenne.

Turquía niega hasta hoy el término Genocidio. Sólo señala que la expatriación se decretó en medio de la Primera Guerra Mundial, por lo que las muertes se deben considerar como "daños colaterales".

El Papa Francisco sacó el tema a la palestra internacional el pasado 12 de abril, oficiando en la Basílica de San Pedro una misa conmemorando los 100 años de aquella masacre. El Santo Padre reconoció aquel suplicio como “el primer genocidio del siglo XX”, y expresó que “esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin curarla”.

La posición asumida por el Sumo Pontífice contrasta con las simuladas posturas de gran parte de los estados mundiales sobre el particular.

En cuanto a las potencias, varias de ellas evitan enojar a Turquía con el tema. Es cosa del pragmatismo de la alta política. El gobierno de Ankara es miembro de la OTAN, aliado estratégico en la lucha contra el terrorismo, y para más, comprador potencial de un nuevo escudo antimisil que se disputan por vender Francia, China y Estados Unidos.

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