miércoles 27  de  marzo 2024
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Cuba es de todos los cubanos

Hay quienes, repitiendo la arenga oficialista, dicen que en el exilio hay odio. Fidel Castro fue quien más odio generó, y sigue generando, en la historia de Cuba
Diario las Américas | LUIS LEONEL LEÓN
Por LUIS LEONEL LEÓN

@luisleonelleon

Ser el dueño de Cuba y de todos los cubanos siempre fue el mayor afán de Fidel Castro. Hizo fabricar proclamas que decían “Fidel esta es tu casa” para dejar bien claro que a partir de 1959, junto con el aplauso de eufóricas multitudes, se marginaba al individuo para privilegiar la ensordecida marcha del colectivismo, se le decía adiós la República para comenzar la obra destructiva de su “revolución”.

Borró, manipuló, censuró, condenó la historia anterior para escribir su nombre encima del país. Exportó al mundo la consigna “Fidel Castro es Cuba y Cuba es Fidel Castro”. Disfrazó los lamentos de sonrisas, la obligación la encubrió como un deseo, para decir que éramos el país más feliz del mundo, mientras la larga lista de derrotas, trocadas en afligidas victorias, se instalaba como muros en los noticiarios y en el alma de los cubanos. Esa fue su Cuba.

Su política sobre todo fue internacional, pues en la isla no hacía falta hacer política, expiradas las instituciones democráticas, con la represión -en nombre del pueblo- era suficiente. Esa es la Cuba de su antojo. Lo que nos deja su malogrado esquema maquiavélico.

La Cuba de Fidel Castro es la Cuba fracasada, hipócrita, frustrada, cleptómana, vulgar, con el discurso de la doble moral como bandera de la sobrevida, la de la magra pasarela de las jineteras con carné comunista, la de los médicos que anhelan ser maleteros de un hotel, la que enseña que hay que callar o mentir para no perder lo poco que se tiene, que hay robar para poder vivir, y algún día, si se presenta la oportunidad, largarse a otra tierra, mejor Miami, para salir de la miseria. Eso sí, sin dejar de ser revolucionarios.

La Cuba de Fidel es la que han paliado y siguen ensalzado, en caravana ciega o contubernio, los medios de la izquierda mundial, que no son pocos, y que salpican y confunden a otros tantos, colaborando con la perdurabilidad del castrismo, banalizando la triste realidad de la isla, glorificando al malhechor gobernante ataviado con la bandera de la paz, abrazando, o al menos priorizando, el discurso oficial por encima de las voces no oficiales y los millones de víctimas del sistema, incluyendo sus miles de muertos.

Después de tanto mal, la historia no absolverá a Fidel Castro. Pero tampoco podemos olvidarlo, pues el olvido es muy peligroso, puede castigarnos con el eterno retorno de las desgracias, tan largas y tortuosas como las que el caudillo ha significado para nuestra nación, sitiada, desperdigada por el mundo, asfixiada, desinformada, sin brújula, inerte y aún con mucho miedo.

La Cuba de Fidel es la de su “revolución”. Y éstas casi seis décadas han demostrado con creces que “revolución” (en el sentido ideológico del término, usado y maltratado hasta la saciedad en demagógicos discursos por quienes se han escudado en su utopía para aferrarse al poder) ha sido usurpar, prohibir, reprimir, adoctrinar, fusilar, atemorizar, exiliar, encarcelar, empobrecer nuestra isla y otras naciones.

Hay quienes, repitiendo la arenga oficialista, dicen que en el exilio hay odio. Fidel Castro fue quien más odio generó, y sigue generando, en la historia de Cuba. Hablar de odio en el exilio es totalmente inmoral, pues no se puede acusar a las víctimas de odio mientras se elogian las justificaciones y supuestos logros de su represor, y en miles de casos de su asesino.

El verdadero odio existe en el PCC, la UJC, los CDR, la UNEAC, la AHS y en todas las organizaciones creadas por el castrismo para odiar a quienes no piensen y actúen bajo su enfermo credo, dentro de sus carcelarias directrices. Odio contra todo el que se niegue a repetir su discurso de odio y división ideológica. En el exilio hay dolor, torturas, asesinatos, separaciones, suicidios. De otra manera sería un exilio ilegítimo, deshonesto, hijo del síndrome de Estocolmo que puja por palear sus esencias. Pero no hay odio en el exilio. Hay víctimas.

El castrismo ha sido un amasijo de miserias, represiones, frustraciones y tristes delirios revestidos de concreto para hacer el cubano un ejército de bustos inservibles. Esa es la imagen que nos queda mirando sus cenizas.

Cenizas sobre cenizas: las cenizas de dictador arrastrándose a paso lento sobre las cenizas en que convirtió el país. Cenizas sobre cenizas es lo que sentimos al ver el cortejo fúnebre, al compás de la marcha triunfal del fracaso, paseándose por la isla que él mismo hundió. El carromato militar ha avanzado exhibiendo así la pequeña cajita, donde a ciencia cierta no se sabe si están o no las verdaderas cenizas, con una rara mezcla de simulación y ridículo, que no simboliza una victoria como quieren hacer ver sus cómplices y sucesores. Son las cenizas de una batalla perdida. La suya y de los cubanos, pero hasta hoy.

Si alguna vez Cuba fue de Fidel Castro, esa Cuba ha sido la peor de todas. La Cuba linda y próspera, de buenos modales y grandes ilusiones legitimas, la Cuba sincera y feliz, es la que anhelamos, y empezamos ya a construir, barriendo las cenizas del verdugo, todos los cubanos. Porque aunque expropió (era su preferido eufemismo de robar) toda la isla, al final no pudo adueñarse de todos los cubanos. Por eso Cuba nunca fue ni es Fidel Castro. Y ahora más que nunca, Cuba es de todos los cubanos.

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