miércoles 20  de  marzo 2024
CRÓNICA

Venezuela, entre el toque de queda y la "normalidad" impuesta

El regreso al país, luego de dos años fuera, conmueve. Hay un contraste de emociones provocado por el reencuentro con una sociedad que ya no es la misma y un conflicto que lo abarca todo
Por ELKIS BEJARANO DELGADO

CARACAS.- Desde que llego a Venezuela el miedo aparece. Las repetidas advertencias de que nada es como hace dos años dan señales de un deterioro sostenido que se evidencia en la suela rota de los zapatos de quien me recibe en el aeropuerto. Me asombro, pero en pocos minutos me doy cuenta de que es normal. Miles de venezolanos apenas tienen un par de zapatos y ya no hay expertos que los reparen.

Tres maletas procedentes de Estados Unidos pueden ser atractivas para las bandas de antisociales que roban a las puertas del Aeropuerto Internacional de Maiquetía. Nunca se conoce quiénes son los cómplices, pero las historias de robos a los pasajeros que suben a Caracas son repetidas y constantes. Medidas como la prohibición de motorizados o buhoneros por el lugar solo se aplicaron pocos días.

Caras largas de los trabajadores del terminal me dan la bienvenida. Al pasar la aduana los primeros en recibirme son los carretilleros que ofrecen llevar las maletas hasta el carro con un esfuerzo de amabilidad y de educación que se termina cuando mi respuesta es un: “No gracias, me están esperando”.

Luego de los saludos limitados, los besos y abrazos cautelosos la subida hacia Caracas son 29 kilómetros de preocupación. "Tranquila no pasa nada", es la primera afirmación seguida de "hay personas que las detienen en plena subida y le quitan todo, maletas carteras y hasta el carro". Frases menos tranquilizantes continúan dando ejemplos de las zonas liberadas donde la Policía Nacional Bolivariana o la Guardia Nacional Bolivariana no entran, porque una ley comunal controla cada esquina. Así como ha sido en la parroquia 23 de Enero desde hace más de diez años, cuna de los colectivos caraqueños, donde las fuerzas del orden público no ingresan y hay cámaras en cada calle vigilando a propios y extraños. Desde uno de los edificios cuelgan los restos de una valla gigante con los rostros de Hugo Chávez y Nicolás Maduro que daba la bienvenida a la revolución, y ahora da muestra del deterioro consolidado del país.

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Los restos de una valla que se observa en los edificios del 23 de Enero, en la entrada a Caracas.
Los restos de una valla que se observa en los edificios del 23 de Enero, en la entrada a Caracas.

Al llegar a la autopista Francisco Fajardo en Caracas está el pesado tránsito habitual. Kilómetros más adelante me percato de que se debe a que los conductores deben disminuir la velocidad por los restos de la batalla del día anterior, una lucha librada a pulso entre quienes llevan más de 70 días en la calle y los cuerpos de seguridad del Estado. Cartuchos de bombas lacrimógenas (redondas o cilíndricas), cascos de perdigones, metras, tuercas, piedras. Todo a los lados de la autopista, como para que nadie olvide cómo fue la refriega. Mis ojos rápidamente detectan el gas lacrimógeno que queda en el ambiente, molestia a la que muchos caraqueños se acostumbraron y casi no la perciben.

Más allá, en Caurimare (urbanización de clase media) un hombre con morral negro deambula por el frente de los edificios. Con el temor de quien no quiere ser descubierto, comienza a hurgar entre la basura y saca del bolso un envase para llevar lo encontrado. El envase no está vacío. Lo tapa, lo guarda y sigue hasta el otro edificio, hasta otra bolsa. Su aspecto no es de indigente, pero su delgada figura da muestra de las pocas posibilidades económicas que debe tener. “Eso no lo habías visto. Eso es tan común que casi nos acostumbramos”, me dice el señor que me conduce hasta mi casa. La escena se repite, pero la frecuencia hace que los caraqueños ya no se detengan a mirarla. La indolencia aparece. Luego los vi en Las Mercedes, en Santa Fe, en Santa Mónica, en El Valle. No son indigentes, ni menesterosos o locos. Son familias enteras que intentan calmar el hambre con las sobras podridas que alguien lanzó.

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Un hombre abre las bolsas de basura para recoger comida. La escena se repite por toda la ciudad.
Un hombre abre las bolsas de basura para recoger comida. La escena se repite por toda la ciudad.

La ciudad parece haber tenido pocos cambios. Los puentes que conectan la autopista con Las Mercedes; la ampliación de la autopista Valle Coche; otra a la altura de El Paraíso. Son trabajos poco estéticos, su aspecto refleja premura y poca planificación como una entrada que conduce a la autopista por el canal rápido, sin señales ni advertencia, o una parada de transporte público que fue eliminada para abrir una salida a la autopista, pero los usuarios siguen esperando en el mismo lugar.

Los ritmos en Caracas han cambiado. Una parte de la ciudad palpita los días de las marchas; mientras la otra sobrevive a la crisis, allí donde la protesta se siente desde adentro, en las interminables colas para comprar un pedazo de pan o haciendo malabares para comer, porque el sueldo mínimo solo alcanza para esperar la bolsa de comida que el gobierno entrega a cuenta gotas. En esas zonas donde han intentado imponer el miedo a los disidentes. Allí donde colectivos han recorrido las calles de los barrios buscando a los “escuálidos”, a los “guarimberos”, a los opositores.

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Decenas de caraqueños salen en las mañana para buscar pan, para lo que deben hacer largas colas.
Decenas de caraqueños salen en las mañana para buscar pan, para lo que deben hacer largas colas.
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Jóvenes de todas los sectores de Caracas acuden al llamado de la oposición para exigir un cambio en el gobierno.
Jóvenes de todas los sectores de Caracas acuden al llamado de la oposición para exigir un cambio en el gobierno.

Los horarios en la capital están muy cerca de lo que es un “toque de queda”. A las 5 de la tarde se inicia una carrera para regresar a los hogares; sortear las zonas cerradas por las protestas y evitar las desoladas noches que encubren a la inseguridad que deambula sin control. Por eso, las consultas médicas, las citas en las peluquerías, los encuentros de amigos, los trámites legales o los acercamientos amorosos están regidos por un estricto horario que no permite equivocaciones. Algunos son antes de la una de la tarde; otros se extienden hasta las tres de la tarde, máximo cuatro; dependiendo del lugar o del día. Y si se anda en transporte público, quedar varado es un riesgo que nadie quiere correr, por lo que estar informado es vital para evitar estar en medio de la nada. Después de la intensa represión no queda nadie en las calles, solo el silencio. Y luego de las 8:00 pm la ciudad se muestra desolada por lo que ya no se respetan los semáforos, ni los cruces, ni los sentidos de las vías, y para entrar a un estacionamiento hay que mirar a los lados para verificar que no hay algún antisocial esperando.

VEA TAMBIÉN: Imágenes de Caracas que sorprenden a los que regresan al país

A veces, el silencio de la noche lo interrumpen las cacerolas y los gritos de consignas que salen a través de las ventanas de los edificios. A lo lejos una detonación hace pensar que hay represión, que sólo se puede verificar revisando las redes sociales y en los portales digitales. La gente pasa horas buscando cómo está la ciudad, qué ha pasado en el país y qué hay para mañana. El venezolano ha ido aprendiendo a buscar información y a transmitirla. La señal de internet es pésima, y en horas de la noche los videos se ven más rápido. Nada es normal, dejó de ser normal hace años. En Venezuela ya no hay rutinas. Todos planifican de acuerdo con lo que hay el día siguiente. Para comenzar una nueva jornada, un nuevo capítulo de esta historia que se escribe con el sudor y la sangre de quienes se esfuerzan por un futuro diferente sin tener que salir de su hogar, de su país llamado Venezuela.

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Un mural de Fidel Castro aún queda en la salida de Caracas.
Un mural de Fidel Castro aún queda en la salida de Caracas.
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Foto de un niño que abre una bolsa de basura mientras las personas pasan por un lado sin determinar lo que ocurre al lado.
Foto de un niño que abre una bolsa de basura mientras las personas pasan por un lado sin determinar lo que ocurre al lado.
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No es extraño ver a los indigentes deambulando por las autopista buscando algo para comer.
No es extraño ver a los indigentes deambulando por las autopista buscando algo para comer.
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La ciudad capital está llena de viejos murales que muestran la fortaleza de la identidad venezolana.
La ciudad capital está llena de viejos murales que muestran la fortaleza de la identidad venezolana.

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