lunes 25  de  marzo 2024
LETRAS

El escritor español Alejandro Palomas: "No he leído ni leeré 'El Quijote'"

El autor catalán, Premio Nacional de Literatura Infantil, visita por segunda vez EEUU para conversar sobre sus libros: novelas íntimas, cargadas de sensaciones y recuerdos de su niñez
Por LIOMÁN LIMA

MIAMI.-Vive con la puerta abierta y dos perros, en un viejo salón, en una escuela abandonada, en un pueblo perdido en las montañas de Barcelona. No hay carreteras, ni supermercados, ni gasolineras. Por las ventanas, solo ve campos de trigo y, en ocasiones, a algún vecino despistado. Algún vecino, de los pocos, de los viejos, de los que todavía siguen allí.

Se fue huyendo hace tres años de la ciudad, del ruido que la ha invadido, “del bullicio, no de los coches, sino del turismo, del estrépito de la humanidad en el concreto”.

Pero Alejandro Palomas (Barcelona, 1967), el escritor catalán que el año pasado ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil, dice que en su nueva “casa-escuela” tiene todo lo que necesita para escribir: silencio, frío, sus perros y dos personas: él mismo y él, cuando era niño.

Asegura que los dos tienen muy buena relación, que la comunicación fluye, aunque ha sido una amistad con altibajos que le ha costado mucho forjar, casi 50 años.

Como en el verso de Machado, conversa con el hombre que siempre va consigo. En este caso, con el niño. Dicho menos poéticamente: le encanta hablar solo. Es decir, consigo mismo, con lo que fue.

“Tengo como una voz. Hablamos mucho y creo que está bien, porque cuando no hay conversación, hay locura. Cuando se termina esa conversación es cuando no hay vuelta atrás, es cuando ya despegas…” aseguró a DIARIO LAS AMÉRICAS durante una reciente visita que realizó al Centro Cultural Español en Miami para promocionar sus libros, como parte de una gira que incluyó también Washington y Nueva York.

Autor de más de una docena de títulos, fue una reciente especie de trilogía, de aparente temática juvenil (Un hijo, Una madre y Un perro) la que lo hizo reconocido en Europa y conocido en este lado del Atlántico.

Alto, con problemas en la espalda, calvo, de barba entrecana, Palomas habla como en secreto, ayudándose de las manos, de sus dedos largos y flacos como palillos de tambor, como un niño que tiene miedo que lo regañen.

Cuenta que de sus conversaciones a solas, con los dos Alejandro que es, han nacido muchos de sus poemas, unas cuantas historias y algunas novelas. De esas conversaciones y de sus recuerdos, de su vida presente, de lo que vivió y de lo que le hubiera gustado vivir, de sus meteduras de pata, de gente viva y muerta, de gente que conoció o que le hubiera gustado conocer… de todo eso y, sobre todo, de su familia.

“Mi tema fundamental es la familia, y cuando se escribe sobre eso, es muy difícil separarse del paisaje familiar donde uno se formó. Si tienes que crear una familia, lo mejor que puedes hacer es partir de la tuya. Yo para escribir necesito mis patrones muy cercanos. Soy muy ceramista a la hora de trabajar, necesito embarrarme con mis modelos, tenerlos cerca para ensuciarme con ellos todo el rato”, explicó.

Piensa que tener esas vivencias, a la distancia de la mano y de la memoria, le ayuda a gestar el universo de cada una de sus novelas, de sus temáticas: “Hay mucho de mí, de mi familia, mi forma de mirar, de sentir y de sufrir”.

Pero aunque así ve su vida, sus circunstancias y, por tanto, su obra, no concibe escribir como método de psicoterapia. La literatura nunca puede ser un diván. Para eso, está la consulta, a la que acude, religiosamente, desde que era un niño. Iba, incluso, en los tiempos tristes de Franco, cuando podía ser mal visto y peor interpretado.

“Cuando escribes para los demás, para publicar, no puedes usar la literatura como terapia. Una novela tiene que ser el resultado de una buena terapia previa, pero no puedes hacer terapia con la novela”, afirmó.

Pero dice que ir al psicólogo, de alguna manera, salvó su niñez, como hoy le salva encerrarse durante un cuarto de año a escribir, ininterrumpidamente. Aunque no sabe si escribir le salve, o si sea el final de esos cuatro meses lo que, en realidad, lo libre de la locura.

“Escribir para mí es un proceso agónico. Me encierro durante cuatro meses, casi sin parar. A un ritmo así, es más fácil cumplir con los compromisos editoriales, pero es un riesgo para la cordura”, reveló.

También afirma que no lee literatura en español, porque no hay nadie que le guste, salvo él mismo.

Solo recuerda una novela que lo haya impresionado: Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez. Aclara que es latinoamericana, “porque de España no hay nadie”. Ni clásicos, ni vanguardia, nadie. No salva, por decir alguien, ni a Cervantes: “Soy un escritor español que nunca ha leído El Quijote, ni tampoco lo leeré, porque me aburre”.

De hecho, dice que empezó a escribir porque no podía leer nada que le gustara en español. Y si no lo podía encontrar, lo idearía él mismo.

Lo escribiría él, encerrado en un universo que ha creado para sí mismo en su vida cotidiana por casi cinco décadas. Un mundo que dice que lo acompaña a donde quiere que va, como una cápsula, como una membrana que lo separa de todo, no importa que esté en Miami, rodeado de gente y de ruidos, o en un pueblo perdido en las montañas de Barcelona, con dos perros, dos personas (que son una), unos cuantos recuerdos, unos libros y un manojo de silencios.

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