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Cuba

"Que en Paz no descansen los muñequitos rusos"

Penosamente los tiempos cambian pero las miserias persisten. El lugar al que antes iban los aguerridos vanguardias nacionales es el mismo que ahora pisan las mulas y los revendedores. Son días más bien de pantalones vaqueros, reguetones y perreos
Por SÁNCHEZ GRASS

La humanidad se carnavaliza. Los olvidadizos piden el fin de la historia. No hay una manera más loable de manipular a los desmemoriados que borrándoles sus pobres recuerdos, sus pequeños heroísmos, sus estúpidas proezas, sus contribuciones desmedidas, sus ingratitudes de todos los días.

Cuando en mis días de estudiante fueron recogidos los libros de Historia de Cuba para entregar los de Historia Contemporánea, el sueño soviético era una realidad repartida en pomos de compota de manzana.

La interpretación más genuina de la Revolución de Octubre, que se celebraba sospechosamente en noviembre, en realidad no la sabía nadie.

Poco se hablaba de los zares, de los viejos calendarios, de las familias reales decapitadas, de la Revolución democrático burguesa o de la seriedad de los bolcheviques, que promulgaban equidad y humanismo a golpe de dictadura.

Se decía a los cuatro vientos, pero el adjetivo pospuesto, le cambiaba la connotación al sentimiento lastimero de quienes venían con sed de perpetuarse y lo hicieron durante años, como evidencia inequívoca de que el poder corrompe.

Sí es cierto que se habló de dictaduras, pero la Revolución de Octubre, conmemorada en noviembre, era una dictadura del proletariado. Y pesaba aquí un minúsculo detalle que pareció no importarle a nadie: “el proletariado no fue consultado jamás”.

Lo cierto es que han pasado ya 100 años, y Moscú no cree en lágrimas ni deja de ser lo mismo que un día los bolcheviques fueron: un sitio de mafiosos y millonarios, como cualquier otra gran ciudad o país, con la única diferencia de que Moscú, fue la capital eterna del comunismo, que nunca llegó a serlo.

Siendo sinceros, Moscú no pasó de ser una especie de laboratorio lento en el que las ideas de Marx fueron tergiversadas por Lenin y malinterpretadas por Stalin, en medio de una carrera de relevo en la que la burocracia fue la única en ganar medalla de oro.

¿Cómo explicarnos el nuevo Moscú que se presenta ahora ante el mundo sin saber a dónde van a parar los barcos de col que ya no regresan encurtidas en pomos de boca ancha?

Penosamente los tiempos cambian pero las miserias persisten. El lugar al que antes iban los aguerridos vanguardias nacionales es el mismo que ahora pisan las mulas y los revendedores. En Aeroflot no viajan los destacados, ahora lo hacen los emprendedores. Nadie trae latas de carne rusa ni cintas para poner en el pelo de las niñas de primaria. Ni las pioneras ni Luis Gardey se ponen ya cintas en el pelo.

Son días más bien de pantalones vaqueros, reguetones y perreos. “Misha”, “Bolek y Lolek”, y “Orejitas a Cuadro” ya no quieren saber de "Pedrito el Policía" ni de los records de producción de “Leche cortada”. Puedes estar seguro de que en la Aduana de la República, si no sobornas, alguien te dirá: “Deja que te coja”.

Son días de piezas de carro para devolverle el pulmón a los Moskvitch y los ladas, los bergovinas y los karpatys; y para intentar alargarle la vida a los equipos viejos, los socialistas, los buenos, los que se fabricaban siempre, con ese deseo malsano de que para ser feliz lo ideal era tener el mismo refrigerador para toda la vida, como si fuera un miembro más de la familia.

Ahora el mismísimo carnaval de Brasil le rinde homenaje a la gesta soviética que acabó con el mando de los zares. Lo hacen con plumas y lentejuelas, con mulatas y con rubias, y hasta Lenin pudiera presidir una carroza en lo que algún fashionista intenta borrarle a Gorbachev su eterna mancha en la frente.

En Latinoamérica grandes ciclos de cine recordarán el realismo socialista, esa maquinaria cinematográfica en la que los soviéticos siempre ganaban las guerras, algo que viene siendo como un acto de venganza cubana, ahora que sabemos que otros muchos inocentes sufrirán una tanda que bien pudiera ser tan aburrida como las del domingo, en las tardes infernales del eterno soldado desconocido.

Pasaron los primeros 100 años y mucha gente no olvida el día en el que los soldados tuvieron que vender sus medallas. Otros muchos mirarán la cicatriz ocasionada por los sueños incumplidos y se burlarán del cartucho desfondado en 1991 que tenía dentro al mundo bipolar y las croquetas del Consejo de Ayuda Mutua Económica.

No faltarán los gritos de esa ineficacia expandida que se volvió utópica e incurable y que dio una falsa esperanza a mucha gente que ni siquiera la pidió jamás.

La nostalgia por el Octubre de la Revolución Roja hoy no pasa de ser una lección más en las enciclopedias de economía del mercado. A fin de cuentas, lo mismo en enero que en octubre, no te haces rico sin crear pobreza.

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