viernes 22  de  marzo 2024
Crónicas desde Taiwán

Chiayí: con la tribu Yuyupass (IX)

Todo esto evoca esa placidez con la que todavía se pasa la vida rural. ¡Envidiable! Ello me confirmó que nos sentimos bien en la naturaleza porque de ahí salimos hace millones de años después de bajarnos del árbol para fundar clanes y tribus.

Orlando López-Selva

Hacer un viaje en tren, dentro de otro viaje. ¿Acaso, no es un mayúsculo deleite sensorial?

El vagón del tren lucía impecable. Ofrecía internet. Pero no presté interés al asunto. De otra manera, me iba a perder el paisaje, las emociones que prodigan los viajes, y oír y ver a las gentes de otras culturas. La vida está en los sentidos. No podía ser un transeúnte frívolo, apurado.

Pasé una pena. Se las cuento. Estaba muy animado conversando con mis colegas: Alejandra (bonaerense) y María Jesús (andaluza). De repente apareció una train-hostess (¿Es apropiada esa palabra?); y viéndome a los ojos con una mirada dulce, pero con humilde autoridad, puso su dedo índice verticalmente en mitad de sus labios. Luego hizo el gesto de reclinar su cabeza sobre su cuello, cerrando los ojos, para hacerme saber que había pasajeros relajados. ¡Oh!,Impardonnable gaffe” ―me habría amonestado un diplomático.

El anuncio luminoso del vagón comenzó a informarnos de la aproximación a la estación de Chiayí.

Arribamos. El orden prevaleció. Las puertas se abrieron. Bajamos a una plataforma algo desolada. Había un aire muy fresco; el día estaba nublado y húmedo.

Llegamos al vestíbulo modernísimo y amplio de la estación. Había tiendas variadas. Los infaltables 7/11; en menor grado, los Starbucks cafés. Me parecía insólito en una sociedad que idolatra el té. Pero ello confirma dos cosas: 1) que el poderoso marketing puede cambiar muchos gustos; 2) y que las gentes siempre dan cabida a otros experimentos del deguste o paladar.

Nos esperaba un bus. Hasta el conductor nos sonreía con amabilidad. Taiwán seguía siendo el país de las sonrisas.

Indudablemente, esa combinación de gentes amables, paisajes diversos y un sistema de gobierno eficiente me tenía prendido.

En el camino, paramos en una farmacia. La noche anterior cené algo que me indigestó. Irina estuvo conmigo para traducirme. Los boticarios me atendieron con amabilidad. Preguntaron mi origen.

La carretera era rural. Vimos el paisaje campestre con sus caminos mojados, pastizales cuadrados, sembradíos altos (¡La agricultura es bastante geométrica!), regadíos tecnificados, tractores, bodegas, silos conectados, vertiendo granos en camiones. Vimos algunas fincas ganaderas, cañaverales, y plantaciones de flores. Las altivas palmeras agitaban sus crestas flácidas al aire. Todo parecía tan apacible y tranquilo. ¿Recuerdan los cuadros del pintor bucólico francés, Jean François Millet? Voilà.

Todo esto evoca esa placidez con la que todavía se pasa la vida rural. ¡Envidiable! Ello me confirmó que nos sentimos bien en la naturaleza porque de ahí salimos hace millones de años después de bajarnos del árbol para fundar clanes y tribus. El antropólogo Marvin Harris diría que somos una especie que decidió salir de las cuevas por inconformismo (¿O curiosidad humana?). Nos motiva buscar lo desconocido. La exploración del espacio se inició desde el día que el primer hombre salió a explorar nuevas tierras. Ello me dice que la recolección ―básicamente, la agricultura y las artes ―son sustentadoras, apropiadas para el sedentario; mientras que la guerra es una actividad conquistadora, para el trashumante.

¿Si ya nos sofoca lo urbano por sus miles de constricciones, llegará el tiempo cuando el hombre retorne a lo más primitivo, necesitando volver a sus orígenes? (¿El sufí islamista y el monje trapense fueron los pioneros?).

Pasamos frente a pequeños pueblos medio-rurales. Se abría la vida cotidiana de los taiwaneses imbuidos en sus quehaceres: restaurantes, cafeterías, talleres, tiendas grandes, pequeñas (pulperías, como se dice en parte de Centroamérica y países del cono Sur), ferreterías, farmacias, floristerías, oficinas…

La carretera se hizo larga. Subimos una montaña hasta alcanzar más de 2,000 metros. Había mucha neblina; la lluvia de repente se alzaba y dejaba ver el paisaje de verde-oscuros picos, collados y valles, entre brumas. (Acá estaba comprendiendo el sentido de la mayoría de las pinturas chinas; casi todas tienen ideogramas: ¡Poesía y pintura! ¿Pioneros de la pintura matérica y la cubista, de Léger y Picasso?). El hermoso verdor estaba escondido. ¿El verde y el azul son los colores más armoniosos? Creí ver cafetales. No pregunté. Víctor nos relataba muchas cosas de religión, política, historia, cultura, etnología y economía, de Taiwán. Su español pulido le permitía detalles y anécdotas.

La carretera se tornó sinuosa y embotellada. Se hizo estrecha. Estábamos llegando a una reserva cultural de los aborígenes “Yuyupass”. Bajamos en medio de una lluvia incómoda. Vino a nosotros la cortesía. Nos recibieron con paraguas. Pasamos a un complejo de edificios de madera en medio de un bosque-vergel. Cientos de turistas.

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Aborígenes en Taiwán.
Aborígenes en Taiwán.

Entramos a una tienda de suvenires. Hermosas aborígenes nos recibieron. Notoria distinción en sus rasgos y lo grande de sus proporciones. Las anfitrionas vestían esos trajes como los que uno ve en los indígenas norteamericanos: chalecos de cuero, blusas elaboradas, joyas de piedras simples, faldas ajustadas, botas amarradas con cordones hasta casi las rodillas, plumas y flores en el pelo (“If you go to San Francisco, don´t forget to bring flowers in your hair…”. Recuerdo la canción de Scott Mackenzie).

Compré algunos objetos para mi hija, Daniela Lucía, que estaba empeñada en aprender mandarín y quería tener un lugar especial de recuerdos de Taiwán.

Las artesanías ―en madera, marmolina, cuero y metal― eran obras finas. Todo bien labrado, cincelado, barnizado, pintado; con esmero y gusto fino. Nada rústico. Más bien el arte era sacado de lo primitivo. La naturaleza da y esconde belleza. ¿Acaso no es ese el objetivo del arte: descubrir la belleza y mostrarla?

El poeta Ernesto Cardenal (1925--) sostiene que Jesucristo es, además de artista, poeta: “Habla en parábolas”.

Esta tribu es autóctona de Taiwán. Pero, en el siglo XVII se mezclaron con exploradores holandeses. Notable el mestizaje en sus portes y rasgos: talles grandes, narices largas y enjutas; ojos claros y más espaciosos. Al menos, las que atendían eran muy atractivas. Una de ella hablaba buen inglés. Le pregunté dónde lo había aprendido. Dibujó una sonrisa efímera. Con tono dulce me dijo que con un diccionario. Su cabello oscuro, de hebras gruesas, le enmarcaba el rostro con gracia y distinción.

Continuará…

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