martes 26  de  marzo 2024
China

COVID–19: El agujero negro del milagro chino

La infraestructura de inteligencia artificial en China, unido al rastreo por telefonía celular, permite seguir, paso a paso, un ínfimo movimiento humano
Diario las Américas | EDUARDO MORA BASART
Por EDUARDO MORA BASART

La imposición de un sistema de espionaje global es uno de los peligros sociales en la actualidad. En la serie televisiva Persona de Interés (Person of Interest) su protagonista, Harold Finch, rastrea la vida de la ciudad usando una supercomputadora que resume como “Diez mil ojos que todo lo ven y diez millones de oídos que todo lo escuchan. Esa es la máquina: algo que está en todas partes y en ninguna”.

Un diseño análogo quedó al desnudo en varios países asiáticos durante el enfrentamiento al SARS-CoV-2. El accionar de China, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur o Japón fueron percibidos como referentes globales, siendo una de las claves del éxito, como subraya el filósofo Byung - Chul Han, la primacía de una cultura autoritaria derivada del confusionismo.

Una disección del supuesto milagro chino en el enfrentamiento al COVID-19 nos situaría ante diversas dimensiones de análisis. Pero prefiero centrarme en la arista del ejercicio del control digital (Big Data) que reafirmó la consolidación de lo que Michel Focault define en su obra Vigilar y Castigar como microfísica del poder, o la existencia de un poder represor, visibilizado, en esta ocasión, a través de una red digital, que, como el Gran Hermano de Orwell, lo vigila todo, y nos atrapa en una dimensión trial: confianza–temor–respeto.

El pánico social generado por el COVID-19 condiciona que, de manera coyuntural, los supuestos resultados de esa práctica sean interpretados acríticamente, y hasta asumidos como dignos de reproducirse, pues estamos obnubilados por esta angustia existencial en que nos sumimos. Pero hablamos de una sociedad donde existen más de 200 millones de cámaras digitales con un sistema de reconocimiento facial. Allí la infraestructura de inteligencia artificial, unido al rastreo a través de la telefonía celular permite seguir, paso a paso, un ínfimo movimiento humano.

Esa red de espionaje digital mantuvo interconectados los dispositivos con los centros ubicados en el Ministerio de Seguridad Pública y de Salud. Fue elocuente el ejemplo de Wuhan –génesis del brote de COVID-19– donde los análisis de macro datos fueron usados para detectar a individuos infestados o controlar su ubicación. Siendo cotidianos los drones sobrevolando la ciudad y obligando a las personas a resguardarse en sus casas.

Es inobjetable que cuando un súbdito –pueblo chino– hace acríticamente lo que desea el soberano –gobierno chino– nos situamos ante la máxima expresión de falta de libertad. Pues aquella parte de la población que califica de loable la posición del gobierno en el enfrentamiento a la COVID-19 lo hace en una perspectiva de perdida del sentido histórico. Por eso, no es capaz de concientizar que es fruto del uso del mismo instrumento con que se controló y reprimió a quienes disienten del gobierno, como ocurrió con los simpatizantes de las protestas en Hong Kong o los uigures: grupos mayoritarios musulmanes asentados en el occidente de China.

El coronavirus permitió probar el sistema de Crédito Social activado en 2020 para monitorear a más de 1300 millones de habitantes. Una especie de Neo – Stasi alemana, aunque dotada de ventajas comparativas en cuanto a mecanismos de control, por la actual tendencia a hacer públicos los espacios privados en las redes sociales.

Si antes de diciembre del 2019 eran recurrentes los discursos abogando por libertades ciudadanas en China, es preocupante que países como Italia, España o Alemania lancen apologías y perciban sus estrategias de control como un referente. Es peligroso un sobredimensionamiento de esa burbuja en un momento idóneo para la expansión de las plataformas digitales asiáticas en el viejo continente.

Al llegar al poder Xi Jinping en 2012 capitalizó una parte medular de su estrategia hacia Europa en el Foro 16 + 1, la BRI (2013) y, sobre todo, con su megaproyecto Made in China (MIC 2025) enfocado en el uso de manufacturas integradas, digitales y en el desarrollo de la alta tecnología. En 2016 el Grupo Midea ofreció 5.000 millones de dólares para comprar la empresa de robótica alemana, Kuka, considerada la joya industrial de la economía en ese país, y Estados Unidos debió tomar partido contra la venta al gigante asiático de Aixtron, responsable, en ese momento, de la actualización de los chips del sistema de misiles Patriots.

La escalada de valor de las empresas chinas en Europa fue preocupante. Llegando Francia y Alemania a solicitar a la Comisión Europea en 2017 que estableciera mecanismos de supervisión. Las estadísticas revelan que el año anterior –2016– el monto de la inversión China alcanzó los 37.000 millones de euros. Siendo sintomático, en la actualidad, que la canciller Angela Merkel haya frenado a un frente amplio de legisladores –incluye a miembros de su propio partido– quienes consideran al grupo de telecomunicaciones, Huawei, como una amenaza para la seguridad y quieran excluirlo de la estrategia alemana 5G.

Henry Kissinger alertó sobre las graves consecuencias que entrañaría si Europa se convertía en un apéndice de China. A finales de 2011, Barack Obama advirtió sobre el ciberespionaje del país asiático, conminando a abrir una investigación en el Congreso de EE. UU que definió a Huawei y a ZTE como una amenaza para la seguridad nacional y, por tanto, no podían servir de suministradores a A&T y Verizon –Trump formalizó el veto al firmar la National Defense Authorization Act de 2019–. La tecnología 5G puede protagonizar un nuevo capítulo de la Guerra Fría en la historia de la humanidad.

Aun cuando la actual crisis nos obliga a focalizarnos en la vida de los seres humanos, estos son aspectos que no debemos eludir. La humanidad ha transitado desde un pánico intermitente post-guerra fría ante enemigos como Al-Qaeda, el Estado Islámico (ISIS) o debido a los zigzagueantes devaneos financieros, a enfrentamos contra un enemigo que algunos definen como portador de una revolución viral.

Teóricos como el esloveno Slavoj Zizek –referente filosófico del siglo XXI– asocian al coronavirus con el fin del capitalismo y el resurgir del comunismo: “El dilema al que nos enfrentamos es: barbarie o alguna forma de comunismo reinventado”. Pero prefiero ni comentar sobre el tema, pues parece una broma cercana a los rasgos satírico-discursivos del postmodernismo.

En el 2011 la Royal Society demandó a la Organización de Naciones Unidas (ONU) que realizara un plan para proteger a los humanos del ataque de los extraterrestres. Según el profesor de Cambridge Simon Conway Morris, del mismo modo que los humanos llegamos a otros planetas, ellos, de existir, lo harían en la tierra, siendo probable que su comportamiento sea violento. Pero es paradójico que el ataque de un virus nos haya sorprendido sin una coherente estrategia de respuesta.

Defiendo a ultranza las nuevas tecnologías. Y aunque aspectos de la modernidad como realidad, fronteras, vida cotidiana, intimidad o libertad individual corran peligro de ser redimensionados, nada podrá suplantar la razón humana, aun cuando deba soportar los embates de la inteligencia artificial.

Gigantescos retos nos aguardan al volver a la socialización. Entonces, tendremos que preguntarnos, y ahora: ¿qué?

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