viernes 29  de  marzo 2024
intolerancia

Elogio de la intolerancia

La fiebre por la tolerancia nos asfixia. Nos dicen que hay que ser tolerante porque todo lo que es diferente es bueno y es válido. Una de las mayores falacias
Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Un idiota es un idiota. Se trata de una descripción científica. Lo ves, lo observas moverse por el mundo, lo escuchas hablar, y una voz instintiva te alerta a gritos: “¡cuidado, estás ante un idiota!”. Hacerle caso a esa espontaneidad ancestral te librará de muchos quebraderos de cabeza. Por eso ahora que leo en todas partes sobre los beneficios de la tolerancia, no puedo estar más en desacuerdo. Vayan prendiendo la hoguera de los columnistas díscolos si lo desean, pero la intolerancia es una virtud. Y la tolerancia que se practica hoy en día no es más que una perversión de la conciencia, un vicio deplorable. Si quieres hacer un bien a la Humanidad, manda al infierno esa tolerancia.

Desde Gandhi hasta Obama, no hay un solo farsante que no haya dejado para la posteridad un puñado de citas vistosas sobre la tolerancia. Quedan preciosas en los discursos. Todos los dictadores y aspirantes a caudillos hablan de ella. Maduro recomienda “más tolerancia” a la oposición. Xi Jimping solicita al Partido Comunista que sea “más tolerante con los no comunistas”. Y Pedro Sánchez dice que hay que educar a los niños españoles “en la tolerancia”. Pero todos los que nos piden que seamos tolerantes se refieren al mismo tipo de ideas, es decir, a las que se mueven entre la izquierda y la extrema izquierda. Fuera de ahí, ninguno de los adictos a la tolerancia está dispuesto a ejercitarla, más bien son partidarios de la más violenta intransigencia.

La fiebre por la tolerancia nos asfixia. Nos dicen que hay que ser tolerante porque todo lo que es diferente es bueno y es válido, y es una de las mayores falacias de nuestro tiempo. Lo diferente puede ser bueno o malo. Pero si es malo, da igual que sea diferente. Al mal no debemos complacerle con tolerancia, indiferencia, o respeto. El mal exige nuestra más profunda intolerancia. Lo contario ya es colaboracionismo.

La frase preferida del tolerante común –especie mayoritaria entre la fauna europea– es: “todas las ideas merecen un respeto”. Suena bonito. Incluso puedes cambiar ideas por cualquier otra cosa y sigue siendo eficaz: prueba con “todas las ardillas merecen un respeto”, “todas las cervezas merecen un respeto” o incluso “todos los gilipollas merecen un respeto”. Si quieres puedes tatuártela en el pecho y soltar globitos de colores por la ventana y hacerte un selfie besando un gatito mientras la repites una y otra vez como uno de esos trastornados en bucle por TikTok. Pero respetar ideas diabólicas, aberrantes y nocivas no tiene nada de tolerante. De igual modo, tolerar ideas estúpidas no te vuelve más progre, sino más estúpido.

Hay una vieja confusión a la que contribuye la falta de criterio que caracteriza al totalitario de la tolerancia, y es creer que todas las ideas son igual de admirables. No es necesario viajar hasta el nazismo para comprender la majadería que supone tal apreciación por el mero hecho de serlo. Pero son las personas, y no todas sus ideas, las que deben tolerarse; y eso es, a propósito, gracias al cristianismo, que revistió a cada individuo de la dignidad especial de los hijos de Dios. Así, muchos toleramos cada vida humana, respetamos su dignidad y amamos su libertad. Pero viajamos por el mundo con nuestros bolsos llenos de prejuicios muy intolerantes, gracias a los cuales, a pesar de su mala fama, disponemos de defensas morales y estéticas para despreciar, con velocidad y sin titubeos, lo injusto, lo feo, lo malo y lo repugnante.

Y es que al final, y no digas que no te lo he advertido, detrás de todo este debate, se esconde un peligro que pone en riesgo los cimientos de toda nuestra civilización occidental. Porque se empieza diciendo que todas las ideas merecen ser respetadas y se termina tolerando que la gente vaya a la piscina con calcetines bajo las chanclas.

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