viernes 29  de  marzo 2024
OPINIÓN

La globalización de los idiotas

Al idiota contemporáneo le apasiona lo viral. Y si a lo viral añade el reto, la pasión se torna devoción
Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Siempre ha habido idiotas. Lo escribo con cierta nostalgia. Algunos han sido ilustres, dignos de admiración. A través de los siglos y las culturas, el idiota ejerce un papel central en la Historia. A veces te indica el camino que no debes seguir y, otras veces, lleva detrás una multitud de incondicionales de la estupidez. Es el drama imperfecto de la democracia. Esos tipos también votan. Y por una suerte de tribalismo de la mentecatería, acostumbran a votar a otros idiotas.

La capacidad expansiva del idiota en el tiempo solía estar acotada. A fin de cuentas, es un idiota, hace cosas de idiotas y nadie en su sano juicio presta demasiada atención a un idiota, salvo quienes los observan con el entusiasmo del que va al zoo a lanzarle cacahuetes a los monos o a golpear la jaula del aburrido buitre con la vana esperanza de que se enfade, saque las llaves de entre las plumas, abra la puerta y te arranque los ojos a picotazos.

Por lo general, quien sigue a un idiota lo hace por miedo a que decida comportarse como un energúmeno con los que le rodean. Tal vez esto explique el hecho de que aún queden leales a Maduro. Yo sé que Nicolás piensa que es por su belleza pero lamento hacer bajar del pedestal al zopilote rojo: solo te siguen por miedo al Helicoide y a perder sus narcopagas oficiales. Sin Helicoide y sin el narcoestado, Maduro se criaría en solitaria cautividad, alimentado ocasionalmente por los cacahuetes de las turistas centroeuropeas, tan sensibles a los dolores de la capa de ozono y al hambre de los animales.

Hay sin embargo un factor desestabilizador del aislamiento tradicional del idiota común. Y es la globalización de la idiotez. Las redes no criban. Y la velocidad de nuestras conexiones, tan renqueante al descargar lo importante, alcanza cotas ultrasónicas cuando se trata de abrir videos protagonizados por idiotas.

En su expansión internacional, entre los receptores del video, se distingue de inmediato a los idiotas autóctonos porque saltan, móvil en mano, y dan codazos cómplices a los compañeros de trabajo mientras se mondan de risa. Entonces la ineptitud del monstruo se retroalimenta. Cada like hace más idiota al idiota. Es un proceso que no tiene final, salvo cuando de tanto engordar, el idiota explota en mil pedazos y lo retransmite en streaming, cosechando así su mayor éxito, aunque sea póstumo. De tener descendencia, tras la resaca del triunfo post mortem, queda abonado el campo para la irrupción de nuevos talentos en el emergente sector de la estupidez internacional.

Como hace tiempo que Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa firmaron el Manual del perfecto idiota latinoamericano y no creo que el tratado pueda enmendarse, no voy a extenderme en las características de estos sujetos, sino que reduciré mi alerta a su capacidad de reproducción.

Al idiota contemporáneo le apasiona lo viral. Y si a lo viral añade el reto, la pasión se torna devoción. El reto puede ser comerse un gato vivo, arrojarse al vacío con el único salvavidas de portar una cucharilla de café entre los dientes, o golpear indistintamente por la calle a todo aquel que vista de azul. La única condición es grabarlo, de modo que nadie pueda poner en duda la autoría. La hazaña se acompaña con tediosas grabaciones del tipo sentado frente a su ordenador, detallando su reto y demostrando que existe en su idiotez un cierto hálito mesiánico, una vocación proselitista.

Con todo, al idiota ya no se le aísla como antaño. Las visualizaciones de sus redes sociales le convierten en un pequeño héroe nacional, ya internacional en ciernes, y para sí mismos suponen la constatación de que su idiotez, lejos de ser una contrariedad, es una honrada razón para vivir.

Cierto es que mueren devorados por un león. Casi todos los grandes idiotas mueren devorados por un león, probablemente después de un video viral en el que trataban de demostrar que es una mascota ideal para la convivencia doméstica. Y ahí termina su gesta. Sin embargo, su legado permanece. Porque en el entretiempo entre su idiotez y el trágico final, a su vera ha surgido otra legión de su misma condición; también sueñan con llegar lejos, besar la fama y morir devorados por un león.

El drama de la globalización de los idiotas no es la insoportable levedad de su razón de vida. A fin de cuentas, Dios no creó libres. El drama es su carácter prescriptivo sobre la audiencia y el efecto imitador, que no hace otra cosa que activar a derecha e izquierda de nuestras pantallas a cientos de idiotas que estaban durmientes. Y eso ya me molesta más. Porque hasta ahora, como buen columnista, estaba convencido de que en asuntos de idiotas e idioteces, yo tenía la exclusiva. Hoy la competencia es atroz. Y viral.

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