viernes 15  de  marzo 2024
OPINIÓN

Los vigilados

Alexander Alazo no está solo. Muchísimos cubanos sufren parecidas paranoias. No todos llegan a los extremos de violencia e insensatez
Diario las Américas | JUAN MANUEL CAO
Por JUAN MANUEL CAO

Estaba obsesionado con la idea de que la Seguridad del Estado lo perseguía. Alexander Alazo, de 42 años, disparó treinta y dos balazos con una AK-47 contra la embajada cubana en Washington. No intentó escapar, no se resistió al arresto. “ Quería atraparlos antes que me atraparan a mí”, declaró luego al Servicio Secreto que le interrogó. Eso es lo que hay hasta ahora. Mañana puede que surja otra versión. O mil.

Pero Alexander no está solo. Muchísimos cubanos sufren parecidas paranoias. No todos llegan a los extremos de violencia e insensatez de Alazo, pero no por ello sus casos son menos graves. A rato son historias con ribetes cómicos, pero en el fondo hay siempre una insondable tragedia. No es fácil exorcizar ciertos demonios. Cuba es uno de los países del mundo con el mayor índice de suicidios: toda una anomalía en una isla playera, sabrosa y tropical.

En 1992 realicé una serie de reportajes investigativos sobre el espionaje castrista en territorio norteamericano. Tras la emisión, el Departamento de Estado se vio obligado a expulsar a un diplomático castrista: Carlos Manuel Collazo Usallán, tercer secretario de la embajada cubana ante la ONU, con sede en Nueva York. https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19921111-38.html

https://www.nytimes.com/1992/11/11/us/leader-of-exile-group-tells-of-spying-for-cuba.html

https://apnews.com/00bc56ebbd54a2afa762f7726485b337

A partir de ese momento me volví un foco de atención para una innumerable lista de compatriotas que, o bien aseguraban ser espías, o bien se sentían vigilados. Algunos lo eran de verdad, pero a la mayoría les faltaba un tornillo.

A Telemundo fue a verme un señor que afirmaba le habían secuestrado, sedado y colocado un microchip en la cabeza. Cuando me disponía a despacharlo, sacó un sobre y me dijo: “aquí están las radiografías”. Mordí irremediablemente: durante unos minutos examiné las placas del cráneo a trasluz sin hallar nada llamativo. “No veo ningún chip” -le reclamé. Entonces, como si fuera lo más normal del mundo, me respondió: “Ese es el problema, que no sale en las radiografías, es un dispositivo secreto”.

En otra ocasión, en 1994, trabajando en Panamá, se me acercó un hombre de unos cuarenta años, con un niño rubio aferrado fuertemente a su mano derecha. El hombre nos confesó (a la productora Leticia Herrera, al camarógrafo Gil Saavedra y a mí) haber escapado de la isla con pasaporte falso porque era un oficial del MININT, prófugo de la causa número uno: la de Ochoa. Rompió a sollozar de un modo tan genuino que resultó difícil no creerle. Estaba muerto de miedo, y tenía razón, la inteligencia castrista se movía a sus anchas en territorio panameño. Necesitaba lo ayudaran a pasar a Estados Unidos. El hombre confió en nosotros, aseguró, porque me acababa de ver por televisión en un encontronazo con el entonces canciller Roberto Robaina.

https://youtu.be/s_entxlV8jM

https://youtu.be/b1UrokgG3B4

“Ustedes no pueden ser agentes”- nos dijo, mirando vigilante a los lados. Años después, me lo tropecé en un restaurante de mariscos de la calle ocho, más relajado y sonriente. Aunque a ratos, cierto reflejo condicionado le obligaba a echar un cauteloso vistazo en derredor.

Pero el caso que recuerdo con mayor aprensión es el de una mujer relativamente joven y atractiva, que hace unos dos años se presentó en América Tevé buscando ayuda, primero habló con el periodista Rolando Nápoles y luego me esperó en el estacionamiento. Estaba sumamente delgada, casi en estado de desnutrición, con unas ojeras de media vida sin dormir y un penoso deterioro físico. Era un saco de nervios. Nunca he visto a nadie tan asustado. Me contó una confusa historia a la que resultaba difícil seguirle el hilo; pero al final era lo mismo: la inteligencia castrista la vigilaba. “Esa gente es capaz de cualquier cosa” -repetía como un mantra. No quiso dejar un número, un nombre, ni el menor modo de contactarle. Nos quedamos preocupados. Nunca regresó.

Podría enumerar aquí decenas de testimonios parecidos, unos fundamentados y otros infundados, sin incluir las delirantes cartas que llegan a nuestra sala de redacción con turbadora frecuencia.

Hay gente que asegura les persigue la DGI, la CIA, o ambas. Hay otros que se sienten agentes secretos, oficiales de inteligencia, miembros del Mosad, o de un supercomando. Hay de todo. Están también, por supuesto, los buscadores de notoriedad, o los estafadores, los chantajistas, los delincuentes que se hacen pasar por una cosa o por la otra para explotar esos miedos del subconsciente. La fórmula más común es la de asustarte primero para luego ofrecerte “protección”. Pero ese es un capítulo aparte del que tal vez escriba otro día. Y están, no los menospreciemos, los espías reales. Porque en Miami los fantasmas sí existen.

Hay para todos los gustos. Para llorar y para reir. Carlos Alberto Montaner me presentó a un luchador anticastrista, que además de hombre de acción, pretendía serlo de letras, perpetrando unos aguerridos sonetos y alguna que otra prosa salpicada de faltas garrafales. En cierta ocasión el inspirado soldado nos dijo que en Miami había un comando del G-2 con la misión de asesinarlo, a lo que Montaner le respondió: ¿no será un comando de la Real Academia?

La culpa de toda esta locura la tienen quienes han convertido a Cuba en un Estado policíaco, los que han implantado “en cada cuadra un comité”, los que han querido hacer de cada ciudadano un chivato y de cada chivato un héroe.

El régimen no oculta su naturaleza, presume de ella. Necesita que todos y cada uno sientan la pesada mirada del Gran Hermano. Para ello realizan series de televisión, películas, canciones, o escriben las más cursis pero efectivas odas. ¡Oh, la imperdonable lírica del castrismo! Es intimidante.

Recuerdo a un amigo de la secundaria que se apareció en una fiesta con gafas oscuras y una guayabera llena de visibles bolígrafos. ¿Y eso qué es? – Para que crean que soy seguroso- ¿Y cuál es la ventaja? – Alguna niña caerá. Está de moda- Me respondió. Era la época de En silencio ha tenido que ser. El problema es que (al igual que Corrieri) empezó jugando y terminó reclutado. Ahora anda por acá, con una fama de chiva que no se la quita nadie.

Todos los cubanos se sienten (se saben) vigilados. En algunos casos con ensañamiento, nocturnidad y alevosía. Se podría decir que todo cubano que se respete se siente vigilado, y todo cubano que no se respete se siente vigilante.

No se puede confiar en nadie. Se acabó el querer, repetía el coro de una canción bailable. Y es que resulta imposible defenderse de un gobierno que se dedica a esconder micrófonos, o filmar tu intimidad. Cuando los cubanos vieron la película alemana La vida de los otros, retitularon con sorna: La vida de nosotros.

Pero el peor dispositivo es el que te colocan dentro de la cabeza, el que, como en el caso que les conté, no sale en las radiografías. Ese miedo interior que se vuelve biológico, al igual que la joven asustada. Una sombra que te persigue, aunque escapes al exterior, porque ellos mismos lo advierten: “la revolución tiene brazos largos”. Ese vigilante interior al que no hay modo de evadir y que un día, como en el desafortunado caso de Alexander Alazo, estalla en tu cabeza, y te lleva a cometer una locura indefendible: la madrugada en que, empuñando un Kalashnikov, empiezas a gritar: ¡O ellos, o yo!

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Juan Manuel Cao, ganador de tres premios Emmy por sus reportajes investigativos, es presentador del programa El espejo en América Teve. Ha publicado una novela y un libro de crónicas con la editorial española Planeta.

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