sábado 26  de  julio 2025
OPINIÓN

Cuba amenaza con ausentarse de los Juegos Olímpicos de Los Angeles'2028

El béisbol es mucho más que un deporte para Jorge Morejón. Es su religión. Por 40 años se ha dedicado a esta pasión, primero en Cuba y desde 1998 en Estados Unidos

Diario las Américas | JORGE MOREJÓN
Por JORGE MOREJÓN

Cuba amenaza con ausentarse de los próximos Juegos Olímpicos de Los Angeles'2028, una decisión que, de llevarse a efecto, daría el tiro de gracia al muy venido a menos movimiento deportivo de la Mayor de Las Antillas.

Con rampante desfachatez, el vicepresidente primero del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), Raúl Fornés, declaró al sitio oficialista Cubadebate las intenciones del régimen de no asistir a la magna cita deportiva.

“Simplemente, no iremos y haremos otras cosas”, aseguró Fornés, al alegar supuestos problemas de visados por el recrudecimiento de la política de la administración Trump contra la dictadura comunista.

“No sería la primera vez. Ya en 1984 faltamos a Los Angeles. Parece que esa ciudad no nos trae buena suerte”, añadió el funcionario a Cubadebate, al recordar cuando la isla se sumó al boicot de la Unión Soviética y el bloque socialista de Europa del Este en aquel entonces.

No le busquen la quinta pata al gato. El número dos del INDER podrá alegar lo que quiera, pero lo único que se esconde detrás de esa posibilidad es el miedo al ridículo, el temor de caer más abajo en el medallero que en París'2024, cuando la delegación cubana tuvo su peor actuación desde los Juegos de México'1968 y ocupó el lugar 32.

Y es que el panorama pinta peor. Salvo alguna que otra figura en deportes individuales, la otrora locomotora deportiva de Latinoamérica tiene hoy menos potencia que el sistema energético nacional.

A eso, súmenle la posibilidad de una fuga masiva de atletas, directivos y entrenadores en pleno territorio norteamericano, como ocurrió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce, Puerto Rico, en 1993.

Los argumentos de Fornés tienen la misma credibilidad que los de la defenestrada ministra de Trabajo y Seguridad Social Marta Elena Feitó, sí, sí, esa misma, la de los disfraces de mendigos.

Si bien es cierto que en meses recientes, algunas delegaciones cubanas han tenido problemas de visado para asistir a competencias menores en Estados Unidos o Puerto Rico, cuando se trata de eventos de magnitud olímpica, las cosas cambian.

Las naciones organizadoras de los Juegos Olímpicos están absolutamente obligadas a garantizar la entrada de todo deportista que haya logrado su clasificación, junto a sus entrenadores, independientemente del país de procedencia, así que a otro con ese cuento.

¿Y dónde queda el respeto al esfuerzo y dedicación de los atletas a lo largo de este ciclo olímpico? Para algunos, esta puede ser la única oportunidad de aspirar a la gloria suprema del deporte mundial.

¿Son acaso simples peones sacrificables en el ajedrez político del régimen?

Ya una generación entera, posiblemente la más brillante de deportistas cubanos de la historia, vio diluirse sus sueños olímpicos, cuando el dictador Fidel Castro se saltó las citas de Los Angeles'84 y Seúl'88.

Cuatro años antes, el presidente Jimmy Carter decidió boicotear los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, en represalia por la invasión soviética a Afganistán.

En 1984, el Kremlin respondió con la misma moneda. Eran los años de la Guerra Fría y ambas potencias se disputaban la supremacía también en el escenario deportivo.

Entonces, el liderazgo soviético alegó supuestas razones de seguridad y echó a andar toda su maquinaria propagandística para tratar de darle un barniz de credibilidad a la decisión.

El diario Pravda, órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética, publicó una caricatura de Sam, el águila calva que era la mascota de Los Angeles'84, en pose agresiva sobre el osito Misha, la de los Juegos de Moscú'80, al tiempo que se inventaron una supuesta campaña que cobraba fuerza en Los Angeles con la consigna “mata a un ruso”.

El Kremlin ordenó además a sus satélites de Europa del Este y de La Habana abstenerse de participar y sólo Rumania y Yugoslavia no acataron el mandato.

Castro asumió sin chistar, pues el que paga manda, y entonces, Cuba era una colonia soviética en el Caribe.

Enviar a los atletas cubanos a Los Angeles hubiera cerrado el grifo de los recursos que llegaban desde la URSS.

Cuatro años después, el dictador cubano intentó probar su capacidad de liderazgo a nivel internacional y encabezó una campaña para que los Juegos Olímpicos fueran compartidos por las dos Coreas. La respuesta del mundo fue una sonada trompetilla.

Ya los Juegos de Moscú'80 y Los Angeles'84 habían estado demasiado incompletos por los respectivos boicots de EEUU y la URSS, y era hora de que la familia olímpica se volviera a reunir como Dios manda.

Solamente Corea del Norte (obvio), la Nicaragua gobernada por los sandinistas y dependiente de La Habana, y Angola (ocupada militarmente por Cuba), se sumaron al llamado de Castro, quien aprendió así, de golpe, que su pretendida imagen de líder mundial tenía, al decir del poeta, “la palidez del lirio y la languidez del cirio”.

En medio de todo, quedaron los atletas. Tanto esfuerzo, tanto sacrificio, para nada.

No asistir nuevamente a Los Angeles, dentro de tres años, le colocaría los clavos al ataúd de la rica historia deportiva cubana.

Hace rato que el deporte, una de las banderas propagandísticas de la Revolución, ondea a media asta. Sólo falta arriarla por completo.

¿Y? Si algo han demostrado quienes rigen hoy los destinos de la isla, es que eso a ellos ya no les importa para nada.

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