A Oscar Pérez lo mató nuestra pérdida del sentido de perplejidad, de sacrificio, empatía y solidaridad, misma que nos privó de reaccionar, el día que veíamos en tiempo real, como lo ejecutaban…”
A Oscar Pérez lo mató nuestra pérdida del sentido de perplejidad, de sacrificio, empatía y solidaridad, misma que nos privó de reaccionar, el día que veíamos en tiempo real, como lo ejecutaban…”
A lo largo de estos 18 años caos bolivariano, si un antivalor ha caracterizado la llegada de Chávez al poder, fue la muerte. Ni él se salvó de esta majumbre de violencia, desorden y cobardía. Ahora sería muy corto decir que la mortandad que registra Venezuela en las últimas dos décadas (300.000 almas), son sólo obra de esta pútrida revolución. En líneas generales todos hemos sido víctimas y victimarios de una sociedad terriblemente galbana, banal e impúdica.
Quien mató a Brito, los hermanos Faddoul, Pernalete… a 19 caídos en protestas en 2001; 47 en 2014 y 157 en 2017. Los venezolanos nos hemos hecho estoicos a la muertes más injustas y salvajes. Cada niño que muere de hambre, cada mujer que muere en un parto, cada neonato o desahuciado -más por carencia de medicinas que por una patología- viene acompañada de un perverso silencio y olvido. Personas que se quitan la vida por no ser carga de quienes tampoco pueden sobrevivir. Es cierto que hemos luchado por la libertad, que hemos levantado voces y brazos en contra de este pranato. Pero también con superflua rapidez nos dejamos llevar por comentarios fútiles que tanto apocan nuestra realidad como destruyen en segundos, el prestigio del más honorable. A partir de ahí, dar con un gran acuerdo social que construya un frente único de consciencia nacional y voluntad política es tan difícil como salir del gobierno.
A Óscar Pérez lo mató nuestra incredulidad, nuestro bochinche, nuestra vocación de hacer chiste o profecía de las cosas más graves. A Óscar Pérez y tantos caídos impunemente, los mató nuestro débil sentido de compromiso, un frágil sistema identitario, el relajo y el saboteo. A Óscar Pérez lo mató nuestra obsesión protagónica. A Óscar Pérez lo mató quien vive su vida a través de un twitter o Instagram, validando o invalidando impostergables compromisos ciudadanos, por reducirlos a 140 caracteres. A Óscar Pérez lo mató nuestro afán por un like o un view como trofeo y consagración. A Óscar Pérez lo mató la arrogancia de aquellos envalentonados que desdicen de líderes y partidos políticos muy apoltronados en sofás de cuero desde Washington, NY o París, degustando el eurocentrismo de caviar, mientras en Venezuela mueren de hambre.
A Oscar Pérez lo mató nuestra enemistad con el aliado y nuestra súbita agresividad contra aquellos que horas antes fueron nuestros héroes. Óscar Pérez fue un héroe postmortem, que es un héroe tardío. Y vamos tarde… A Óscar Pérez lo mató nuestra indiferencia hacia la pobreza, nuestro desprecio por el pueblo, nuestra falta de humildad. A Óscar Pérez lo mató la playita el fin de semana, la parrilla en casa, la tenida de cuatro, reggaeton y maracas, el viajecito así sea de polizón, la caimanera o un Caracas/Magallanes…
A Óscar Pérez lo mataron los enchufados, los oportunistas, los moralistas que de marcha en marcha, hacen negocios con el régimen. A Óscar Pérez lo mataron los notables o esos activistas hormonales de DDHH, que en vez de respetar su elevada misión, ofenden a las propias víctimas, politizan sus arengas y privilegian sus feudos y retóricas, por un Rt. A Óscar Pérez lo mataron las riñas entre nosotros, nuestra vocación de escandalizar y agredirnos; nuestra intolerancia e incapacidad de redimirnos. A Óscar Pérez lo mataron el día que creyeron que era un show del gobierno, con la misma fatuedad que usan la etiqueta colaboracionista y traidores. Entonces una sociedad donde no perdonar es un punto de honor e inculpar al otro es la regla, es fácil dividirla con la cizaña por ser una sociedad vulnerable y demonizada.
Óscar Pérez murió sin duda en manos de un gobierno por encomienda, donde las FFAA no hacen nada por estar cooptadas de indeseables y temer que por defender a la patria, terminarán como Óscar Pérez. Al instructor del CICPC lo mató nuestra habituación a la telepolítica, al espejo, a una fotografía o una entrevista (Dixit CNN). ¡La aprobación que depende de la massmediación! A Óscar Pérez lo mató enseñarles a nuestros hijos que lo importante es estar con quien tiene real y no con quien exhibe moral. Este -el principista- es tonto, es principito, vive en su propio planeta… A Óscar Pérez lo mató amar al país de la boca pa’ fuera, tarareando la letra “y si un día tengo que naufragar y un tifón rompe mis velas, enterrad mi cuerpo cerca del mar en Venezuela...”. A Óscar Pérez lo mató “la ansiedad noticiosa”, esa que hace que su muerte, hoy sea un periódico de ayer… Actitudes grupales que según Leonard Binder en su obra ‘Reconstruyendo economías devastadas’, fueron los factores de ruptura que condujeron al Líbano, Afganistán, Sudán, Mena o Jordania a guerras civiles y fratricidas, previsibles y evitables. Una emocionalidad que desplaza la razón y el consenso, para avivar la violencia y la muerte.
A Óscar Pérez lo mató nuestra pérdida del sentido de perplejidad, del sentido de sacrificio, de empatía y solidaridad, misma que nos privó siquiera de reaccionar, el día que veíamos en vivo y tiempo real, como lo ejecutaban y moría por su pueblo. Ese día si acaso creímos, mataron a Óscar Pérez… Y me pregunto ¿Aún nos importa? Paz a sus restos…
@ovierablanco