CARACAS.- Cuando se habla de geopolítica la imagen que viene a la mente es la de una situación relativamente estable que se viene construyendo poco a poco, según como vayan cambiando los escenarios que se tengan en cuenta.
Maduro & Cia. seguramente no dejarán de evaluar su soledad política internacional, aun cuando se prodiguen en resonantes declaraciones
CARACAS.- Cuando se habla de geopolítica la imagen que viene a la mente es la de una situación relativamente estable que se viene construyendo poco a poco, según como vayan cambiando los escenarios que se tengan en cuenta.
Sin ir demasiado lejos, podemos remontarnos a las décadas de mediados del siglo pasado durante las cuales Japón construía exitosamente su ambición expansionista, primero a expensas de China al ocupar Manchuria, luego desafiando la influencia del Reino Unido, Holanda y Estados Unidos en el sureste asiático, generando así la percepción de que su imperio era uno de los polos determinantes del equilibrio político-militar mundial. Tal percepción duró hasta diciembre de 1941, fecha del ataque aéreo sorpresivo sobre la base naval norteamericana de Pearl Harbor, el cual desató la reacción no solo de Estados Unidos sino que movilizó alianzas y apoyos que finalmente resultaron en la derrota total de aquel orgulloso imperio sometiéndolo a la ocupación y los dictados del vencedor que se emitían de forma inapelable por boca del general Douglas McArthur.
En pocos años Japón se convirtió no solo en una sólida democracia sino también en un imprescindible aliado de Occidente ante el peligro que representaba China, en cuyo territorio se escenificaba contemporáneamente la “Gran Marcha” que culminaría con la toma de Beijing en enero de 1949 y la fundación de la República Popular bajo Mao Tse-tung.
Bien puede decirse que esos eventos son el origen de gran parte de la geopolítica actual en la que China es uno de los actores principales, que como tal es y debe ser tomado en cuenta en cualquier ecuación geopolítica. Así se viene comprobando en los reacomodos que van teniendo lugar en el mundo de hoy.
Después de la Segunda Guerra Mundial, con la división del mundo en dos bandos enfrentados entre sí por la Guerra Fría entre Occidente liberal y Oriente comunista , cada cual con su clientela, el mundo se encaminó dentro de una estructura geopolítica bipolar con pocos eventos capaces de cambiar el “status quo” (Guerra de Corea, Vietnam, Cuba) que no hicieron sino confirmar el orden preexistente hasta la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) que trajo consecuencias que presagiaban “el fin de la historia” con el triunfo definitivo del Occidente liberal bajo la órbita de Estados Unidos, una China ya en franco crecimiento, una Europa recuperando protagonismo y nuestra América Latina en continua pugna entre democracias y dictaduras alternativamente en las que el bando vencedor debía escoger su alineación con el liberalismo o el comunismo para asegurar su supervivencia. En esos agites ocurrió primero lo de Cuba, después Nicaragua y más tarde la “revolución bolivariana” y demás protuberancias que generaron ruidos, según se anunciaran lealtades o alianzas.
En Medio Oriente se escenificaron también cuadros de tensiones en la ocasión del derrocamiento del Sha de Irán en 1979, que abrió las puertas al régimen teocrático que desde entonces allí gobierna y que está obstinado en establecer su influencia en toda la región, sea por las buenas o por las malas en cumplimiento de lo que ellos interpretan como mandato de su religión.
Paralelamente, la creación del Estado de Israel en 1948 abrió otro frente que generó varios conflictos bélicos frente al mundo árabe el cual ha mantenido en jaque a la zona y al mundo por décadas hasta que ahora la ambición de Irán -que enfrenta a la rama chiita contra la sunita del islam- genera enemistades que opacan el escenario de aquella zona y parece haber alineado al mundo árabe en contra de Irán.
Lo cierto es que a partir de la instalación del régimen de los clérigos en Irán ese país ha ensayado todos los medios posibles para extender su influencia desde la guerra con Irak (1980/88) hasta la fundación y financiamiento de grupos subordinados (Hezbolá, Hamás, hutíes, etc.) dedicados a la desestabilización de Líbano, Palestina, Yemen etc., incluyendo sangrientas incursiones terroristas en América Latina como la voladura de la Embajada de Israel y de la Asociación Mutual Israelita AMIA en 1992 y 1994, respectivamente, ambos en Buenos Aires atribuidos a Irán con costo de cientos de víctimas.
Al día de hoy Irán sigue dedicado a su aspiración de eliminar la existencia del Estado de Israel, para lo cual se vale no solo de la amenaza nuclear sino también de sus “proxys” (Hezbolá, Hamás, hutíes) y las incursiones misilísticas y de drones contra Israel que han ocurrido en estos últimos días.
Israel naturalmente -y con toda razón en nuestra opinión- no puede dejar de defenderse con éxito ante la amenaza existencial que lo acecha, haciendo para ello uso de su estructura militar y los recursos suministrados por Estados Unidos, pero sin haber podido hasta ahora neutralizar la amenaza nuclear que representa Irán.
Es aquí cuando Washington considera que ha llegado la hora de la definición y el presidente Trump ha decidido dar el golpe definitivo a la amenaza nuclear iraní. La acción ha sido y sigue siendo objeto de debate, pero ha quedado claro quién es el que decide los rumbos.
Esa realidad que apenas tiene una semana ha sacudido los cimientos de la geopolítica vigente hasta hace pocos días. Guste o no ha quedado claro que es Estados Unidos y no otro el que dispone de los medios tecnológicos militares y económicos; asimismo, también ha quedado claro que el presidente Trump, sobreponiéndose a importantes tensiones internas en su propio país, ha resuelto que el chantaje y el peligro nuclear requiere una solución definitiva antes de que Irán disponga de su bomba atómica.
Hay ya quienes debaten cuán efectiva ha sido la destrucción de las instalaciones iraníes, pero no deja de ser cierto que el programa nuclear se verá terminado o al menos seriamente demorado tanto por la destrucción de las instalaciones como por la eliminación física de los científicos capaces de llevarla a cabo.
Igualmente -y para tranquilidad universal- parece evidente que Irán está en aislamiento político pronunciado. Ninguno de aquellos que pregonan apoyo a Teherán ha expresado disposición para salir en su defensa concreta.
Rusia está con su economía muy deteriorada y su poder militar ocupado en la guerra con Ucrania. China, fiel a su tradición, centra su preocupación en la seguridad del suministro petrolero proveniente de Irán. Los demás solo han aportado declaraciones de mayor o menor grado de pugnacidad, pero no más que eso.
Hay que pensar cómo queda Venezuela en este rompecabezas. El régimen bolivariano se anotó con los “malos” en compañía de unos pocos actores que nada pueden sumar ni restar al balance final. Eso tiene su precio.
Maduro & Cia. seguramente no dejarán de evaluar su soledad política internacional, aun cuando se prodiguen en resonantes declaraciones.
Es posible que las células pro Irán que se dice operan en nuestro país hayan quedado sin guía política ni recursos materiales, lo cual no significa necesariamente que quedan fuera de acción sino a la espera de alguna recomposición. La agitación terrorista y desestabilizadora que se origina en Venezuela tendrá que disolverse o esperar mejores condiciones políticas.
Entretanto, entendemos que la oposición local se enfrenta a un régimen debilitado y sin apoyo internacional significativo. Es el momento de encarar la oportunidad con unidad. Ello significa dejar de lado las rencillas subalternas (como las que en 2023 dieron al traste con el interinato de Guaidó) . Para ello será necesario reconocer el único liderazgo con arraigo popular (María Corina Machado) y dejar para más adelante las rencillas subalternas que hasta ahora han debilitado sus posibilidades.
*Publicado originalmente en El Nacional
FUENTE: Con información de Adolfo Salgueiro