Carlos IV con gran entusiasmo sufragó y apoyó la ambiciosa idea de hacer una campaña de vacunación masiva contra la viruela a lo largo del imperio español. Así esperaba atenuar esa terrible enfermedad, que, desde la llegada de los españoles, hacia estragos en todo el continente americano. Además, la propia hija del rey, la infanta María Isabel, había sobrevivido la enfermedad en 1798.
La expedición tenía tres objetivos claros, difusión de la vacuna, instrucción del personal sanitario y creación de las Juntas de Vacunación en cada territorio, para garantizar la continuidad y conservación de la vacuna.
Los niños
Con los métodos de la época, el suero necesario para la inmunizar a las personas se podía conservar unos 10 días, pero la expedición iba a recorrer en barco de vela medio mundo, en una expedición que duraría varios años. Por eso, surgió la idea de incluir en el viaje a 20 niños de edades comprendidas entre 3 y 9 años, que no hubiesen pasado la viruela.
El método de conservación del virus era simple, a principio del viaje, dos niños serían inoculados con virus atenuado, a los diez días, se le haría una pequeña incisión en las pústulas de su piel para que traspasaran la enfermedad, frotando heridas, con heridas a otros dos niños. El proceso se repetiría de forma periódica. Los niños contagiados, eran separados hasta que les tocara “vacunar” a la siguiente pareja. Así se lograba mantener el suero “vivo” durante todo el viaje.
Se escogieron niños huérfanos procedentes de la Inclusa de Madrid y de la Casa de Expósitos de Santiago de Compostela. Instituciones dedicadas a cuidar niños abandonados. La Casa Real le prometió cuidado a cargo del Erario Público, “serán bien tratados, mantenidos y educados hasta que tengan ocupación o destino con que vivir conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza”.
La travesía
En septiembre de 1803, Carlos IV dispuso una Orden Real en la que ordenaba a las máximas autoridades de las colonias -Virreyes, Gobernadores y Capitanes Generales- que ayudaran con todo cuanto estuviera en sus manos a los integrantes de esta gran empresa.
La expedición, que entró en la historia con el nombre de Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, partió desde el puerto de La Coruña, el 30 de noviembre de 1803, con su gran tesoro infantil.
En diez días, alcanzaron Santa Cruz de Tenerife, en Canarias. Donde, durante un mes, realizaron varias tandas de inoculaciones. Enviaron niños “vacunados” a las siete islas para que continuara el proceso, después de la partida de los expedicionarios.
Tras un mes de travesía por el Atlántico, llegaron a Puerto Rico, donde surgió el primer gran contratiempo para Balmis. La isla ya había realizado su propia campaña de vacunación, por lo que el Gobernador Ramón Castro se oponía a responsabilizarse con los gastos de la expedición.
En marzo de 1804, llegaron a Venezuela. Fueron recibidos con gran alegría y grandes festejos. En este territorio se crea la primera Junta de Vacuna del continente. Solo en Cumaná se inocularon unos 20.000 indios y en Isla Margarita 2.000.
La expedición se divide
A partir de Venezuela, con el objetivo de abarcar más territorios, la expedición se dividió. Balmis se dirigió a Nueva España y José Salvany y Lleopart, subdirector de la expedición, se encargaría de los Virreinatos de Nueva Granada y Perú, por lo que puso rumbo a Cartagena de Indias.
El doctor Balmis se embarcó hacia Yucatán, yendo por el norte de Cuba, pero el mar Caribe lo recibió con tormentas y fuertes lluvias. Lamentablemente, durante la travesía uno de los niños enfermó y murió.
A La Habana llegaron en mayo de 1804. El Capitán General, el marqués de Someruelos les proporcionó todo tipo de atenciones. Pero en Cuba también habían realizado su propia campaña de vacunación. No obstante, lograron inmunizar a unas 15.000 personas.
A la hora de continuar la ruta hacia Nueva España, Balmis necesitó nuevos portadores del suero. Tras mucho buscar, consiguió tres esclavas y un “tamborcito”, un joven que tocaba el tambor del Regimiento que se ofreció voluntario.
La empresa de Balmis llega a Sisal, en Yucatán, a finales del mes de junio. Les recibió el gobernador Benito Pérez en persona. Aquí establecieron otra Junta de Vacuna y comenzaron la campaña por Puebla de los Ángeles, Guadalajara de Indias, Valladolid, San Luis de Potosí hasta alcanzar Guatemala.
En México, que era la capital del Virreinato de Nueva España, consiguen vacunar al 10% de la población infantil.
Ahora tocaba partir para Filipinas. Consiguen 26 nuevos niños y se embarcan desde Acapulco en una nave incómoda, que, además, trasladaba tropas, 75 religiosos, más su propia tripulación.
El médico real cuenta es su diario el malestar sufrido por los menores. “La nave estaba llena de inmundicia y grandes ratas los aterrorizaban. Los niños estaban tirados por el suelo rodando y golpeándose unos con otros con el vaivén del barco”. Así, transcurrieron las cinco semanas de travesía por el Pacífico, hasta llegar a Filipinas. En este archipiélago la campaña alcanzó a unas 40.000 personas repartidas en las diferentes islas.
Balmis enfermó, contrajo una fuerte disentería, pero en vez de regresar a España, como estaba previsto, al enterarse de que la vacuna no había llegado a China, partió, desde Manila, para Macao. Esta vez iba en una fragata y llevó consigo tres niños. Durante la travesía, que duró 16 días, un tifón dañó seriamente su barco. Casi naufragan. Finalmente, Balmis logró llegar a su destino con los niños. Allí realizó una exitosa campaña de vacunación y continuó hasta la provincia china de Cantón, en aquella época, bajo dominio portugués. En Cantón sólo logró vacunar a 20 personas ya que las autoridades locales no le dieron ningún apoyo.
Por su parte, la expedición de Salvany en su travesía desde Venezuela a Cartagena de Indias encalló y naufragó. Todos a salvo lograron alcanzar una playa desierta, cerca de Barranquilla y continuaron a pie hasta el objetivo. En Cartagena, tras establecer la Junta de la Vacuna e inocular a 2.000 cartageneros, Salvany navegó rumbo sur por el río Magdalena. Mientras su ayudante, Manuel Julián Grajales, avanzó por el Valle de Cúcuta hasta Santa Fe de Bogotá, donde llegaron en diciembre de 1804. Por el camino, Salvany enfermó de tal manera que perdió un ojo.
En la primavera de 1805, la expedición arribó a Popayán y de ahí continuaron a Quito, azotado por la pandemia de la viruela. Salvany, ahora tuerto, se abrió paso por los Andes, a través de las altas montañas. Junto a su expedición, experimentó la falta de oxígeno y sufrió el mal de altura. Arribó a Quito el 16 de julio de 1805 y durante dos meses llevó a cabo la campaña.
Ya en Perú instruyeron a un religioso para que éste vacunase a las tribus de la región, los indios vicus, olmos, mopute, salas, jayancas y pacora. Los esfuerzos dieron gran fruto, lograron inocular a más de 56.000 personas.
En cuatro años más, recorrieron Arequipa, La Paz y Cochabamba, donde este joven médico enfermó nuevamente, para morir el 21 de julio de 1810, con solo 34 años. Pero Grajales, su ayudante, continuó la misión hasta llevar la vacuna a la Capitanía General de Chile.
La primera campaña mundial
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en diez años llevó la inmunización por las colonias de América y Asia. Los expedicionarios inocularon a casi un millón de personas. Crearon las Juntas de Vacunas para asegurar la continuidad en la lucha para erradicar la viruela e institucionalizaron la medicina en América.
A raíz del COVID-19, los medios continuamente tratamos sobre los retos de llevar a cabo una campaña internacional de vacunación, hacemos análisis sobre la logística y los fondos que necesitan los gobiernos. Sin embargo, la Historia nos brinda este magnífico ejemplo de lo que fueron capaces de alcanzar un puñado de médicos, que, de manera desinteresada, pusieron su vida en juego, recorrieron medio mundo, navegaron océanos, sufrieron terribles tormentas, escalaron grandes montañas y algunos perdieron su vida, con el único empeño de servir a la humanidad. Lo más asombroso es que todo esto ocurrió dos siglos antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara la erradicación de la viruela. Si nos inspiramos en el pasado y el legado de estos hombres, los retos actuales nos parecerán peccata minuta.
(La fuente para escribir este texto fue el libro: “Eso no estaba en mi libro de Historia de España”)
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