jueves 13  de  noviembre 2025

Perder el poder

Sé que he perdido mi poder pero vivo más tranquilo. Ya sé que nadie tiene interés sexual en mí y eso, a la larga ha sido una liberación

He llegado a esta conclusión: envejecer es perder el poder. No es solamente tener más canas o más arrugas. Para mí, es saber que todo lo que no hice en mi juventud no lo puedo hacer ahora. Es saber que mi cuerpo ya no me responde como antes: cuando subo las escaleras, cuando quiero hacer el amor. Es el completo silencio. Es caminar con dificultad al baño y mirarme al espejo y ver unas ojeras cada vez más pronunciadas que se asoman incluso cuando he dormido más o menos bien. n

Sé que he perdido mi poder pero vivo más tranquilo. Ya sé que nadie tiene interés sexual en mí y eso, a la larga ha sido una liberación. Ya acepté que mis días consisten en quedarme en casa pintando, salir un rato al parque con mi enfermera, decirle un piropo educado a alguna chica en el supermercado. Qué bonitas eran esas épocas, ahora los jóvenes son muy confianzudos y se andan toqueteando a plena vista de la gente. Yo he visto cuando ellos las toman de la cintura en la playa y ni siquiera son sus novias, luego hacen lo mismo con otra. Eso me parece de pésimo gusto, una falta de respeto a la mujer. Antes uno tenía solo una novia y se casaba con ella. Al menos eso se intentaba, no como ahora que al primer problema, la relación se termina y ambos se van con otras personas. n

Me acuerdo cuando mi primera novia me dejó. Estuvimos juntos cinco años. Casi toda mi adolescencia, teníamos planes de casarnos, eran otras épocas. La chica me dejó por otro que era más guapo que yo. No me lo dijo así, pero yo me daba cuenta. En el club, cuando él llegaba con esos pantalones de lino, esos tirantes bien ajustados, esa camisa blanca que parecía una guayabera, todas comenzaban a acomodarse el pelo y la ropa. Él era galante con todas y tenía un encanto que, debo admitir, ni yo ni mis demás amigos teníamos. n

Por eso comencé a escribir este texto, para contar esto que de pronto he recordado y me tiene de pésimo humor. Mi enfermera me trajo la computadora y me aconsejó unos ejercicios para distraer la mente en una página de internet. Esos en los que uno lleva el cursor por un pequeño laberinto, o encuentra una determinada figura escondida entre muchas otras. Idioteces. Le dije que me abriera una página en blanco. Me cuesta trabajo encontrar las letras en el teclado, pero hoy mis manos tiemblan tanto que me resulta más fácil escribir así que con un lápiz. Los días que tengo menos temblores, suelo pintar. En lienzos, con acuarelas. Creo que la pintura encubre un poco más la verdad, y para mí una pintura no me obliga a decir tan explícitamente que no he olvidado que mi primera novia me dejó por otro, como tengo que decirlo ahora que estoy escribiendo este texto. n

Después de esa novia tuve dos esposas. La primera era alta, rubia, guapa, tuve cuatro hijos con ella. Era hermosa y creo que me casé con ella justamente por eso: porque era hermosa. Pero fueron pasando los años y estar cerca de ella comenzó a ser un fastidio, peleábamos todo el tiempo, por tonterías, porque ella quería hacer una cosa y yo otra, porque yo dejaba mi toalla mojada en la silla de mi escritorio. Fue inevitable divorciamos y ella se quedó con casi todo mi dinero, todo el que había ahorrado en mi hacienda, cultivando uvas para exportar a Europa. Eso sí que era tener poder. Pero ese es un tipo de poder que sí estaba preparado para perder. Lo otro, ver como mis manos tiemblan y mis ojos parecen cada vez más empañados, la dificultad para caminar incluso para orinar, la mirada burlona de las chicas jóvenes cuando les digo algo bonito, no haber encontrado una mujer que me acompañe en mi vejez, esos son golpes más difíciles de encajar. n

Mi segunda esposa fue una hippie. Fumaba marihuana y le gustaba tener sexo volada. En eso consistía nuestra relación. La pasamos bien tres años. Pero luego ella me dejó por otro hombre que le invitó no sé que drogas de la felicidad y ya entonces me resigné. Dejé de buscar compañía en mujeres y me dediqué a pintar casi todos los días y salir a pasear con la enfermera que me contrataron mis hijos. No tengo amantes porque ya entendí que no tengo poder erótico sobre ninguna mujer. No se puede tener un poder erótico cuando se está en silla de ruedas. Aunque a veces mi enfermera me lleva a las clases de zumba del club, solo para ver a las chicas bailar. Mirar a las chicas y pintar son, en ese orden, los lugares en donde se halla mi felicidad.

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