Debido a las carencias, Eugenia, 70 años, exprofesora de enseñanza primara, se vio obligada a regresar a ejercer el magisterio. De lunes a viernes camina poco más de un kilometro hasta una deteriorada escuela enclavada en el barrio pobre y mayoritariamente negro de Carraguao, en el municipio habanero del Cerro, a quince minutos en automóvil del centro de la capital.
Cuando se jubiló en el verano de 2012, en su cuenta de ahorro tenía solo 500 pesos, cantidad que entonces equivalía a 20 dólares. Su esposo, estibador del puerto, fallecido por el Covid, guardaba miles de pesos debajo del colchón gracias a lo que en Cuba se conoce como el ‘invento’, un eufemismo para camuflar la palabra robo, un procedimiento habitual entre los trabajadores del sector estatal.
“Mi esposo había reunido casi 70 mil pesos, que antes de la pandemia y ese disparate llamado Tarea Ordenamiento, era suficiente dinero para mantenerte por un tiempo. Con una parte pudimos reparar la casa y comprar un televisor de pantalla plana. La idea era invertir el resto del dinero en abrir una cafetería en el portal de la casa junto con mi nieta”, cuenta Eugenia.
“Ya a esas altura de la vida no creía en las supuestas bondades de la revolución y mucho menos en su sistema de asistencia social. Cuando llegó la pandemia se acrecentó la crisis económica. Y tras la errática implementación de la Tarea Ordenamiento por parte del gobierno, la inflación destruyó el valor del peso cubano. Los negocios privados tuvieron que cerrar, sin ningún tipo de ayuda ni crédito financiero por parte del gobierno. Setenta mil pesos fue una calderilla que se gastó en un mes”.
“La muerte de mi esposo fue inesperada. Mi hija, empleada de Etecsa, me ayudaba en lo que podía. Pero ella también tenía problemas. Nací y me crié en un barrio pobre donde la gente sale adelante de muchas formas. A pesar de la marginalidad existe solidaridad entre las personas. Cuando la crisis apretó, si me faltaba un plato de comida, cualquier vecino me lo daba. Pero no se puede vivir de la caridad de forma perpetua".
"Entonces decidí regresar a trabajar. El salario de siete mil pesos, más mi jubilación de dos mil pesos, es menos que lo que cuesta una caja de pollo en el mercado informal. Como soy una maestra con preparación, algunos padres de mis alumnos me han ayudado mucho. Cuando me hizo falta un par de espejuelos, la mamá de una alumna me los regaló. Me recargan el teléfono y un padre que es albañil me reparó el techo de la azotea sin cobrarme un centavo. Pero sufro demasiadas carencias. Algunos días me acuesto sin comer. Cuando compro un paquete de ocho panes, los pico a la mitad ylos guardo en el refrigerador. El plan es que me duren dos semanas. Pero el hambre es más fuerte."
"Intento no pedir nada a mi hija ni a mi familia. Es muy vergonzoso trabajar cincuenta años y por falta de dinero no poder mantenerte, comprarle un regalo a tus nietos o simplemente dar un paseo por la ciudad. El gobierno implementa un paquetazo neoliberal y lo combina con la represión para acallar el descontento. Lo que se vive en Cuba es un capitalismo salvaje. Los generales y dirigentes que ocupan altos cargos son los únicos que obtienen privilegios. En la población escapan (resuelven) aquéllos que reciben remesas o tienen negocios que les permite ganar mucho dinero. Los grandes perdedores de este engendro ideológico somos los viejos y los negros”, afirma Eugenia.
En Cuba hay más de un millón 650 mil jubilados. Según la prensa estatal más de la mitad cobran la pensión mínima de 1,528 pesos, equivalente a cuatro dólares. Algunos incluso cobran menos. Rosario, 69 años, recibe una chequera de 1,250 pesos (poco más de tres dólares al cambio en el mercado informal) por asistencia social. Su vida es un drama. Nunca acaba de tocar fondo.
“Además tener retraso mental, mi hijo es hipertenso y diabético. Su padre nos abandonó hace diez años. No me ayuda en su manutención. He tenido que cuidarlo yo sola, a pulmón. Hubo un tiempo que trabajé en un matadero de reses y le pagaba a una enfermera jubilada para que me lo cuidara. En el matadero me retiraron por accidente de trabajo. Me tuvieron que amputar dos dedos de la mano. Todabía ando en el papeleo para que me paguen la jubilación laboral. La pensión de asistencia social solo alcanza para sacar los mandados de la bodega, pagar la luz, el gas y el agua”, dice Rosario.
Ha vendido todo lo que se puede vender para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo castrista. “Ya no me queda nada”, y señala para la sala desierta de su casa: “He pensado vender el refrigerador, porque el televisor es lo único que mantiene sedado a mi hijo. La vida en este país es difícil para todos. Pero es más dura para una mujer negra, vieja, pobre, divorciada y con un hijo discapacitado”, confiesa Rosario.
Según estadísticas oficiales más de 800 mil personas en Cuba reciben asistencia social. Una trabajadora social señala que la cifra real "es mucho mayor. Entre un millón y medio y dos millones de personas debieran recibir ayudas del Estado. En esa lista se incluye el 80 por ciento de los jubilados cuyas pensiones no les alcanzan ni para comprarse un cartón de huevos. También se puede incluir a la mayoría de los trabajadores estatales, porque la inflación les devora sus bajos salarios. Si se hiciera un estudio serio entre el 70 y 80 por ciento de la población tendría que recibir ayuda financiera, víveres y otros bienes”.
Carlos, sociólogo, considera que el 'tarifazo' de Etecsa es un golpe demoledor a ese “90 por ciento de cubanos que se alimentaba poco, que sufre apagones de hasta treinta horas seguidas, que no tienen ningún proyecto de futuro y navegar por internet era su válvula de escape; el único espacio donde podían criticar al régimen e interactuar con otras personas. Y en el cual obtenían obtenían informaciones que les permitía contrastar la narrativa oficial. Internet les servía para preparar sus planes de emigrar. Con ese apagón digital premeditado del gobierno, donde solo podrán navegar aquellos que tienen mucho dinero o reciben divisas, además de aumentar el descontento, el escenario más probable es el de un estallido social”.
“Los más perjudicados en esta crisis multisistémica en la que el gobierno no encuentra soluciones son los ancianos y las personas de la raza negra. Es cierto que casi todos somos más pobres, pero una mayoría de la población negra, incluso en los supuestos mejores momentos, siempre estuvieron rezagados en la escala social. Vivian peor que el resto de la población y eran ninguneados por la oficialidad que los usaba como propaganda. Estaban encasillados. Solamente triunfaban en el deporte o la cultura”, opina el sociólogo habanero.
En un dato aportado por el dictador Fidel Castro en la primavera de 2002, ocho de cada diez reclusos eran negros o mestizos. Veintitrés años después, la cifra debe ser superior.