@navarroadris
Todos y cada uno de nosotros aconsejamos según nuestras propias experiencias y vivencias que no necesariamente tienen que ser como las del vecino. Como bien reza el dicho: "Consejos vendo, para mí no tengo"
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Justo ayer estaba viendo una serie de televisión española donde la protagonista, molesta con su novio, compartía lo ocurrido con sus amigas. En cuestión de segundos todas comenzaban hablar y opinar sobre el hecho en cuestión. En su intento de apoyar a la perjudicada, y viendo su cara de dolor, la mayoría le aconsejaban dejar al novio, otras directamente le sugerían que se buscara otro hombre mejor, ofreciéndole, incluso, opciones de posibles candidatos. Sólo una le miró y le dijo directamente: "Habla con él y soluciónalo".
No importa la edad que una mujer tenga, adolecentes, jovencitas o maduras, casi todas tendemos a refugiarnos en las amigas buscando palabras que refuercen y alivien nuestros pensamientos y más cuando se trata de asuntos del corazón. Una especie de: "¿A que si?", "¿A que tengo razón?", con respuestas al más puro estilo: "¡Por supuesto!", " ¡Yo hubiera hecho lo mismo e incluso más que tú!", "Te lo advertí, no te conviene".
Los hombres no se salvan. También buscan el refuerzo de los amigos, pero de una manera más pasiva y sin demasiadas palabras de por medio. En algunos casos tan sólo les basta una palmadita en la espalda como una forma de decir "¡Ánimo, hermano!, aquí estamos si necesitas hablar". Tan fácil. De ahí, a otra cosa mariposa. Nuestro caso es diferente, la mujer necesita dialogar el problema, es parte de su naturaleza, y quien mejor para escuchar que las amigas, esos maravillosos seres que siempre están en el momento preciso dispuestas a solucionarnos la vida. En ellas se busca el refuerzo y el empuje, especialmente cuando se van a tomar decisiones drásticas como dejar una relación. Es irónico porque al final acabas dialogando más sobre el problema con las amigas que con el propio interesado, que dicho sea de paso, es probable que no sepa ni por donde le viene el aire y esté más preocupado por el partido de fútbol del domingo que por otra cosa.
"Recuerdo cuando dejé a mi anterior novio", relataba Sofía. "Lo quería mucho, pero no estaba segura de él. Al hablar con mis amigas al respecto la mayoría reforzaban mi teoría y no era para menos. Una de ellas siempre me daba lecciones de lo que tenía y no tenía que hacer. Me recriminaba que aguantaba demasiado y que no era lo suficientemente dura. Sus argumentos estaban tan bien fundamentados que me encantaba escucharla. Le hice caso y dejé a mi novio. A los días, y hablando con mi amiga sobre sus problemas me di cuenta de que ella estaba tan o más perdida que yo. Entendí entonces que cuando ella me hablaba con esa dureza no me estaba hablando a mí, en realidad se estaba hablando a ella misma sobre sus desastres emocionales, por cierto, peores que los míos. ¿Cómo alguien tan sumamente clara hacia el exterior podía tener tal maraña interna? Desde ese momento decidí prescindir de sus consejos sobre el amor. Si a ella misma no le daban resultado, ¿por qué tendrían que funcionar conmigo? Seguí mis propias creencias, hablé con mi pareja y hoy por hoy seguimos juntos con nuestros más y menos, como todos".
Al igual que Sofía son muchas las mujeres (también hombres, por supuesto) que en lugar de escuchar su voz interior buscan voces externas que les ayuden a empujar lo imposible o renunciar a lo posible. En la gran parte de las ocasiones sus opiniones no están mal encaminadas, todo lo contrario, se hacen desde el amor y el cariño a la otra persona, pero sólo uno sabe a qué se está enfrentando y por lo tanto las decisiones deben ser basadas en convicciones personales. Todos y cada uno de nosotros aconsejamos según nuestras propias experiencias y vivencias que no necesariamente tienen que ser como las del vecino. Un mal muy común estos días, decir al otro lo que debes o no debes hacer cuando, ante la misma situación, quizás tú lo harías al revés. Como bien reza el dicho: "Consejos vendo, para mí no tengo".
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