Después de tres días de vítores y discursos los demócratas vuelven a poner los pies en la tierra para afrontar la larga batalla por venir: Hillary Clinton tendrá que convencer al creciente electorado independiente que su programa de gobierno es al menos prometedor.
Por otra parte, Donald Trump tratará de hacer lo mismo, aunque sus detractores aseguran que carece de una plataforma definida.
Si bien la guerra de palabras ha sido un elemento característico durante las elecciones primarias, no debe convertirse en el método a seguir durante la campaña presidencial. Son muchas las necesidades que los candidatos deben afrontar, antes de pensar en atacar al adversario con epítetos que no resuelven los problemas de la nación estadounidense.
Para los votantes sería un aliciente que los ataques que constantemente se registran entre ambos terminaran, tanto por la pérdida del enfoque en los objetivos principales, como el carácter ofensivo que poseen. Es hora de abandonar los golpes bajos. No es momento para liberar los egos ni balbucear sobre las cualidades que pudieran caracterizar a uno o el otro.
Si nos detenemos a observar el panorama que nos rodea, se puede determinar que la sociedad estadounidense requiere aún muchos cambios para llegar a ser lo que nos proponemos ser. La atención debe estar centrada en la búsqueda de soluciones a los problemas de la seguridad, la economía y el bienestar de todos.