Sin querer ahondar en el tema de la crisis de los inmigrantes cubanos que año tras año llegaban sin visas a territorio norteamericano, Barack Obama ha dado la razón a los Castro. Dicho de otro modo, ha preferido sacudirse el problema de los emigrantes cubanos obligandoles a vivir en su tierra sin esperanzas.
Obama, desde su llegada a la Casa Blanca ha cometido graves errores con La Habana, pero este último a solo días de abandonar su cargo como presidente es el más irresponsable. Derogar la política de "pies secos/pies mojados" para igualar a los refugiados cubanos con el resto de los emigrantes que intentan llegar a los EEUU en busca de una vida mejor es simplificar demasiado la ecuación, y sitúa peligrosamente a Cuba al borde de una futura confrontación social de consecuencias impredecibles, quizá trágicas. Todo el sacrificio de la medida recae sobre el pueblo cubano, mientras Raúl Castro y su círculo se frotan las manos.
Quien olvida su historia, está condenado a repetirla. Camarioca, Mariel, los Balseros y el éxodo masivo reciente de cubanos a nadie parece importarle. Las fotos -distribuidas por diferentes agencias de prensa- de los emigrantes cubanos varados en Centroamérica o abandonados a su suerte en el estrecho de la Florida, a merced de tiburones, mafias y coyotes, sin esperanzas de llegar a territorio norteamericano, huyendo de la única dictadura comunista de América, han dado la vuelta al mundo, sin que la conciencia de muchos se haya conmovido lo suficiente como para obligar a sus mandatarios a tomar cartas en el asunto.
Por repetidos que sean estos sucesos, no se puede olvidar que un enorme por ciento de los inmigrantes cubanos que llegan a EEUU -menos o más aptos para vivir en democracia- son personas que desertan de una dictadura comunista integral. Entre ellos, mujeres embarazadas y niños que huyen de una terrorífica prisión especializada en la represión de las libertades y en la miseria colectiva.
Las comparaciones son odiosas. Pero la decisión de que los cubanos que entren de forma ilegal a EEUU sean tratados de la misma manera que se trata a los migrantes de otros países, no es interpretable como una señal de imparcialidad -siempre positiva y necesaria en la dinámica de la política migratoria- sino de intransigencia y falta de sensibilidad hacia una sociedad a la que le han sido negadas sus legítimas demandas de un cambio pacífico y democrático en la Isla.
El problema de las iniciativas aisladas, como el decretazo firmado por Obama, es que aportan una respuesta muy inexacta a un problema complejo, que afecta al conjunto de América Latina y a EEUU, cotejada con la vecindad de zonas geográficas que se encuentran a niveles económicos también muy abajo y castigadas por inestabilidades de gravedad incomparable con las que sufren internamente otras comunidades del mundo como la Unión Europea.
En cualquier caso, la insolidaridad del decreto de Obama lanza un mensaje demoledor. Es cierto que la escalada de la inmigración a que hace frente EEUU tiene magnitudes preocupantes, sobre todo en su frontera sur, a tono con las causas que la impulsan en los países vecinos. Pero más allá de las mermas impuestas a la cultura del bienestar, más allá del giro en la estrategia de acogida impulsado en su día por gobiernos como el de Clinton con su política migratoria de “wet feet, dry feet policy”, EEUU había hecho de su solidaridad y tolerancia en el asilo de perseguidos y víctimas de sociedades totalitarias, una de sus señas de identidad.
A la vista del nuevo escenario, Donald Trump tendrá que examinar prudentemente una resolución que no es más que burdo caramelo envenenado.
Pudiera parecer que con esta medida tardía y mezquina de Obama, La Habana se sale con la suya. Pero en realidad el régimen autoritario cubano está demostrando, una vez más, por la vía de los hechos, su incapacidad para encontrar una salida dialogada a la gravísima crisis social que golpea a Cuba. El desprecio y el ninguneo con que los Castro -padres e hijos- y sus colaboradores tratan a la desahuciada emigración cubana, no es solamente una cuestión de falta de la más elemental decencia política, sino que constituye un inexcusable ataque contra los derechos fundamentales.
Cuando no se sabe encauzar un problema de enorme calado social y político y se utiliza el oportunismo para darle carpetazo a un asunto muy grave como es el caso, se duplica el agravio: al problema original se le carga la evidencia de la incapacidad para abordarlo razonablemente. Y lo que es peor: se multiplica, al dar vuelos al victimismo nacionalista.
Por eso, el nuevo Gobierno entrante y las voces garantes de la democracia en EEUU deberían caminar en otra dirección. Los acuerdos con potestad constitucional como los sentimientos, no pueden ser borrados por decreto, Adecuar la política de inmigración y asilo que asiste a los ciudadanos que escapan de la actual dictadura de la isla, abrir los ojos a sus conciudadanos y disponerse a afrontar los costes -sin duda elevados- de dar una solución justa a un problema de grandes dimensiones. El pueblo de Cuba y los cubanos, durante más de 50 años, han dado sobradas pruebas de merecerlo.
(*) Analista y consultor