“El lenguaje no es más que el instrumento de la ciencia, y las palabras no son sino los signos de las ideas. Desearía, no obstante, que el instrumento fuera menos propenso a corrupción y que los signos fueran más permanentes”. Samuel Johnson.
Es injustificable que la pobreza haya aumentado durante la permanencia de un régimen que lo ha tenido todo
“El lenguaje no es más que el instrumento de la ciencia, y las palabras no son sino los signos de las ideas. Desearía, no obstante, que el instrumento fuera menos propenso a corrupción y que los signos fueran más permanentes”. Samuel Johnson.
Este pensamiento de Samuel Johnson me permite dirigirme con propiedad a algunos amigos, que, si bien reconozco en ellos sensibilidad social, formación e inteligencia, parecieran obnubilados por cierto fanatismo ideológico que no les permite discernir entre la realidad posible y la ficción, a pesar del dominio del instrumento y de los signos.
La sensibilidad y el pesar por la muerte absurda de miles de seres humanos no es patrimonio de quienes se consideran de “izquierda”, línea divisoria que se hace imperceptible con lo que hoy se califica de “derecha”. El mismo dolor, la misma angustia, la misma rabia nos lacera a todos por igual ante la pérdida de vidas bien sea por genocidios, guerras, homicidios, o lo que es peor, por hambre.
Tan condenables son los muertos por la guerra en Afganistán, Chechenia e Irak, o por los conflictos armados en cualquier parte del mundo, como en los homicidios en Venezuela, tanto por los criminales de oficio, como por las organizaciones del Estado, solo por disentir de sus ideas, cuyo saldo de muertos en esos eventos muchas veces son mayores que en esos conflictos bélicos. Resulta sobrecogedor ver a tanta gente huyendo de los terribles tormentos de una guerra, por ejemplo, tratando de salvar sus vidas y surgiendo de entre los escombros. Lo mismo que hacemos a diario los venezolanos sin estar participando en ninguna guerra que no sea la asimétrica frente a la delincuencia, el régimen, la alianza entre ellos o por las fuerzas desatadas de la naturaleza.
El amor por los pobres del mundo nos debe impulsar a atender a los que tenemos más cerca. Es injustificable que la pobreza haya aumentado durante la permanencia de un régimen que lo ha tenido todo. Un asombroso apoyo popular al comienzo, hoy en mengua, y el más voluminoso caudal de recursos de la historia económica del país, malgastados o robados por los más altos funcionarios del régimen. Lo único que no ha tenido este mal gobierno son escrúpulos en su comportamiento.
Los grandes ideales de construir una nueva sociedad y de formar un hombre nuevo tiene poco que ver con ideologías y más con valores humanos. La ideología encubre, -decía Ludovico Silva- mientras que la ciencia descubre. La ciencia sirve para descorrer el velo de la verdad y no para encubrir el celo de la maldad en el hombre.
Ante la terca realidad que nos conmueve, no es posible colocarse una venda que haga translúcida la conciencia y se acepte como algo normal la injusticia, más aún cuando se reputa como intelectual a alguien. El hombre nuevo tiene ideales de justicia. Esa que en términos de Saramago: “no se envuelve en túnica de teatro y nos confunde con flores de vana retórica judicial, sino una justicia para lo cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo [ético, una justicia que llegue a ser tan indispensable para la felicidad del espíritu como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Sobre todo, una justicia en la que se manifestase, como ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a cada ser humano”.
www.venamerica.org.
Neuro J. Villalobos Rincón*
*Director de VenAmérica
FUENTE: VENAMÉRICA