Resulta curioso que algunos escándalos de corrupción impliquen a líderes o altos funcionarios socialistas que como el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, cara representativa del Partido de los Trabajadores, pusieron en marcha proyectos bajo el lema de la igualdad social y defendieron obras que, con inversiones millonarias, mejorarían la calidad de vida de sus pueblos.
Los medios de comunicación tienen su mirada sobre la investigación judicial que desde 2014 tiene a Petrobras, la mayor firma de Brasil dedicada a explotar gas y petróleo, como el nicho que utilizaron figuras del orden público y empresarios independientes y estatales del gigante del Sur para desviar recursos y lavar dinero a grandes escalas.
Dentro de este grupo, uno de los implicados que más sorpresa causó fue el expresidente Lula da Silva, que fue citado a declarar porque la fiscalía halló indicios muy significativos, como varios testimonios y pruebas documentales, de que había recibido durante su mandato beneficios económicos que oscilan sobre los cinco millones de dólares.
No solo indigna el hecho de que el lema socialista una vez más apañe al dinero ilícito, sino también la certeza de que ese dinero no fue utilizado para beneficiar a los brasileños que viven en las favelas en condiciones precarias y sumergidos en la violencia. Esos tantos millones fueron a parar al bolsillo ya repleto de unos pocos.
Aunque Lula da Silva es el gran protagonista de la semana por su inesperada aparición como implicado, la trama no está completa si no incluimos a su ahijada política y seguidora ideológica Dilma Rousseff, que también atraviesa uno de los momentos más tensos de su mandato, puesto que algunos de los trabajadores que pasaron por su Gobierno están acusados en este polémico caso.