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Mientras el ciclón se convertía en una amenaza para sus hogares, muchos cubanos centraban sus esperanzas en los resultados de los comicios estadounidenses en medio de un futuro incierto en la isla
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LA HABANA.- Cuba es lo más parecido a una zona de guerra. Esa es la sensación que percibe Juan Miguel, taxista privado, mientras conduce por la autopista nacional un Toyota Corola climatizado de 2019 rumbo a la ciudad de Santa Clara, a poco más de 270 kilómetros al este de La Habana. La noche cae sobre la carretera y la oscuridad es total. Más de la mitad del país está apagado debido al déficit de combustible y la perenne crisis del sistema electroenergético nacional.
Cuando el catalán Joan Manuel Serrat, a dúo con Ana Belén, terminan de cantar Mediterráneo, Juan Miguel, 36 años, baja el volumen del equipo de audio y se pone a conversar con los tres pasajeros que alquilaron la carrera, a seis mil pesos por persona, en las afueras de la Terminal de Ómnibus de la capital.
Es inevitable hablar de la catástrofe que vive el país. “Es un desastre. Desde hace dos días no salen guaguas para Santa Clara por falta de combustible. Yo viajo una vez a la semana para ver a mi vieja que vive en el poblado de Esperanza. Le tengo que llevar comida, detergente y velas porque no tienen dinero para comprar nada. Ella vive con mi tía y un sobrino. Los apagones no bajan de quince horas diarias. Entre los tres no ganan más de ocho mil pesos al mes. Gracias a Dios, trabajo en una MIPYME de la construcción y tengo meses que cobro 80 o 90 mil pesos. De lo contrario, se hubieran muerto de hambre”, dice uno de los pasajeros.
Una joven sentada a su lado comenta: “Lo peor está por llegar. Este cuento de horror no ha hecho más que empezar. A mí me aprobaron el parole y ahora si gana Trump me quedo en la calle y sin llavín. Vendí la casa de mis padres en Villa Clara y fui a vivir a La Habana. El alquiler cuesta el ojo de una cara, entre 50 y 100 dólares mensuales los más baratos. Pensaba que el viaje a Estados Unidos sería más rápido. Ahora estoy sin casa, sin dinero y en el aire la posibilidad de emigrar”.
El drama del chofer es parecido. “Mi hermano hace seis años vive en Miami. Ya me reclamó, pero aún no he recibido la cita en la embajada. Por suerte vendí el almendrón de mi difunto padre, un Ford de 1955, y con un dinero que me envió el brother me pude comprar un auto de segunda moderno, de los que importan de Estados Unidos. Cuando tenga un destino seguro, vendo el carro, y voy echando con mi esposa y la niña. Me da igual Barbado que Guyana, Brasil que Uruguay”.
La autopista está desolada. Apenas circulan vehículos. La oscuridad reina por completo. Juan Miguel quiere regresar lo más pronto posible de Santa Clara "para seguir las elecciones por YouTube. Si Kamala le da la patada a la lata puedo marcharme. Si gana Trump es probable que tumben hasta los viajes por reunificación familiar”.
A pesar de la llegada del huracán Rafael a la Isla, para quienes viven en casas más o menos seguras y tienen planes de emigrar o viajar al extranjero y luego pedir asilo en la frontera sur de Estados Unidos -probablemente más de dos millones de cubanos- su prioridad era conocer el resultado en las elecciones estadounidenses.
Yoel, 29 años, reside en una casona de puntal alto en la zona colonial de la ciudad. Como si fueran a ver un partido de fútbol de la Champion, Yoel y varios amigos compraron un litro de ron añejo y vieron en directo las elecciones. “Tengo internet en la casa y un smart tv. Pusimos la CNN a partir de las siete de la noche. Estaba seguro que ganaría Kamala. No fue así. Ganó el malo de la película”.
Justo a las 2 y 24 de la madrugada, cuando su victoria era inminente, Trump salió a saludar a sus partidarios en el centro de convenciones de West Palm Beach. Mayda, recién aprobada para el parole, no daba crédito a lo que veían sus ojos. “No puede ser, por tu madre. Seguro que cierran el programa y endurecen las normas para viajar a Estados Unidos”, se lamentaba mientras Trump hablaba.
Para los cubanos con intenciones de emigrar, la victoria de Trump fue un cubo de agua fría. Joan, también preparándose para irse del país, le da lo mismo. “Es más, prefiero que haya ganado Trump. Para que le cante las cuarenta a esta partía de singaos a ver si esta mierd* acaba de explotar”. Silvia, ama de casa, piensa igual. “Mi esposo y yo somos jubilados, estamos pasando hambre y muchísimo trabajo. Hace rato dejé de creer en el gobierno de este país. Nos alegramos que haya ganado Trump. Es verdad que a ellos (los gobernantes cubanos) no les falta la comida ni dinero, que se lo roban a manos llenas. Pero con los republicanos en la Casa Blanca se les tranca el dominó”.
La prensa oficial, que apostaba por Kamala y tachó a Trump de fascista, pasada las seis y media de la mañana del miércoles 6 de noviembre aún no había publicado una línea sobre la victoria del magnate neoyorquino. Aunque a esa hora, la principal preocupación de muchos cubanos era ver cómo reforzaban sus viviendas para que los vientos furiosos del huracán Rafael no les volara el techo.
Augusto, campesino de la provincia Mayabeque, en un carretón cargó cuatro o cinco sacos de arena para poner en el techo y el ciclón no le lleve las tejas. "Cada vez que pasa un huracán los bohíos y viviendas más endebles se derrumban por completo. Hace siete años perdí mi casa por culpa de un ciclón. Las autoridades me prometieron que me darían materiales para que construyera una vivienda de placa. Todavía estoy esperando el cemento y las cabillas”.
Mirta, ingeniera, caminó un montón de cuadras -las autoridades quitaron el transporte público el martes a las diez de la noche- y "pude comprar pan y algunas velas, pero los bodegones de las MIPYMES estaban pelados”. A Fermín, jubilado, lo que más le preocupa es el día después del paso de un huracán. “Cuando deja de llover y sale el sol comienzan a caerse los edificios. Tengo goteras en el techo y no he podido conseguir ni siquiera un clavo. Esto es al duro y sin guante”
La televisión estatal muestra a un grupo de funcionarios obesos vestidos de verde olivo recorriendo diferentes provincias y dando órdenes para, supuestamente, asegurar las infraestructuras y proteger a la población. El aburrido mandatario Miguel Díaz-Canel, con rostro inexpresivo y con la piel muy blanca, como si se hubiera echado talco, en un puesto de mando orientaba el trabajo a seguir.
“La Cuba que sale en el noticiero de televisión es un país donde no falta la comida, donde recogen la basura y cortan las ramas de los árboles que pueden tumbar el tendido eléctrico. Pero la Cuba real es diferente. La gente no tiene un tablón para reforzar las ventanas, los desperdicios que inundan los basureros en las calles hace semanas que no se recogen, las alcantarillas están tupidas y el arroz y los chicharos que dan por la libreta no han llegado a la bodega”, se queja Zoraida, abuela de cuatro nietos.
Onelio, padre de sus nietos, añade que “si el ciclón entra con fuerza, un montón de cubanos van a perder sus casas”. Más del 60 por ciento de las viviendas en la Isla, según datos oficiales, están en regular o mal estado constructivo.
Además de las adversidades climatológicas, la población tiene que lidiar con la escasez de agua y suelen acumularla en recipientes no siempre higiénicos, con los problemas de salud que esto conlleva, sin contar que son portadores del mosquito Aedes Aegipty. Por los cortes de electricidad, las personas tratan de comprar alimentos congelados. “Con el pretexto del ciclón van a quitar la luz cuatro o cinco días y se nos van a descomponer los alimentos. Hay que prepararse mentalmente por el apagón general camuflado que nos dejará el huracán Rafael”, explica Camila, ama de casa.
Para muchos ciudadanos, más destructivo que el peor de los huracanes, es la pésima gestión de los servicios básicos por parte del castrismo. Un ciclón estacionario que dura ya 65 años.