El analista político venezolano Humberto González Briceño desglosó el sutil, pero significativo, giro que está tomando la política de Estados Unidos hacia Venezuela está experimentando un giro sutil pero significativo.
Si la estrategia de Washington vira, la oposición venezolana no puede seguir atrapada en el mantra “voto mata fraude” o “con más presión entregan el poder” como si fuera una fórmula mágica
El analista político venezolano Humberto González Briceño desglosó el sutil, pero significativo, giro que está tomando la política de Estados Unidos hacia Venezuela está experimentando un giro sutil pero significativo.
En la columna "¿Pueden los EEUU domar al chavismo?", Gónzález Briceño considera que ya no se trata de imponer presión máxima ni de asfixiar al chavismo, sino de abrir canales de diálogo, influenciados por intereses energéticos, electorales y migratorios. Este cambio se manifiesta discretamente a través de señales como el acercamiento de empresas petroleras, el desgaste de los discursos agresivos desde Florida y las maniobras erráticas dentro del entorno político de Trump.
La política estadounidense hacia Venezuela está virando. No con fuegos artificiales ni declaraciones pomposas, sino con la discreción de las transformaciones profundas. Mientras en Miraflores los teléfonos “suena que suena” y Diosdado Cabello presume de interlocutores invisibles con acento gringo, en Washington se insinúa un cambio de doctrina: ya no se trata de asfixiar al chavismo, sino de domesticarlo.
Por Humberto González Briceño
¿Ingenuidad? ¿Cinismo? ¿Realismo imperial? Lo cierto es que desde las sombras emerge una nueva coalición en EE. UU., tejida por petroleras hambrientas, operadores políticos cansados del maximalismo de Florida y asesores de Trump que repiten la vieja cantinela de “es mejor negociar que pelear”. Todo esto en un año electoral, con 350.000 venezolanos en Florida que podrían inclinar la balanza, pero que también pueden ser ignorados si el precio del petróleo sube y los flujos migratorios bajan.
La administración Trump ya no ve a Venezuela como el eje del mal, sino como un problema logístico. Las sanciones, antes sagradas, ahora se ven como fichas de cambio. El petróleo venezolano, antes maldito, se cotiza nuevamente como “activo estratégico”. La dictadura de Maduro, antes paria, ahora podría ser interlocutor. Así lo sugiere el Atlantic Council y lo confirma el New York Times, que reveló el caos negociador del trumpismo tardío: mientras un grupo pedía sanciones y canje de prisioneros, otro ofrecía concesiones sin consultar al Departamento de Estado.
La lectura estratégica es clara: Estados Unidos no está abandonando su presión, sino reconvirtiéndola. Y eso obliga a la oposición venezolana a dejar de actuar como si nada hubiese cambiado. Porque mientras en Washington se redibuja el tablero, en Caracas la oposición sigue apostando todo a una carta marcada: el dilema de votar o no votar sin lograr superar la tara electoral.
Si la estrategia de Washington vira, la oposición venezolana no puede seguir atrapada en el mantra “voto mata fraude” o “con más presión entregan el poder” como si fuera una fórmula mágica.
Menos aún si la administración estadounidense se dispone a reconocer algún tipo de apertura “mínima” en Venezuela a cambio de cooperación energética y control migratorio. ¿Qué hará entonces la oposición? ¿Seguir perdida en sus propias incoherencias?
Quizás haya llegado el momento de revisar los supuestos tácticos y estratégicos. De admitir que no basta con denunciar el fraude si no se tiene capacidad real para enfrentarlo. Que no es sensato ir a elecciones que se sabe están amañadas sin tener un plan post-electoral, ni política de presión, ni respaldo interno articulado. Y, sobre todo, de entender que si Washington habla con Miraflores, la oposición no puede seguir monologando frente a la comunidad internacional como si tuviera el monopolio de la legitimidad.
Este giro de Estados Unidos no es necesariamente una traición, como algunos lo presentan. Es, más bien, una brutal lección de realpolitik. La pregunta ya no es qué hará EEUU por Venezuela, sino qué hará la oposición venezolana con esta nueva realidad. ¿Persistirá en su voluntarismo electoral, ahora aislado? ¿O asumirá la responsabilidad de repensar su rol, y sus métodos frente a un régimen que no cae ni por votos ni por amenazas?
Las cartas han cambiado. El juego también. Quien no se adapte, pierde. O peor: se vuelve irrelevante.
FUENTE: Humberto González Briceño