viernes 29  de  marzo 2024
PERIODISTA Y ESCRITOR SATIRICO

La mudanza

Las casas nuevas deberían venir con las estanterías y armarios sellados con cemento. Solo así seriamos capaces de no llenarlo todo a gran velocidad

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Ninguna casa cabe en otra casa. Las casas son seres vivos e informes, crecen como levadura, y no son extrapolables. Llevo unas horas de traslado, por las cosas de la locura periodística, y me doy cuenta de que ni con todas las maletas del mundo podría sacar fuera los trastos que un día metí en mi hogar hace unos años. Soy un ser intrasladable. Aunque solo sea por los libros, los discos, y el almacén de latas de cerveza. Nada cabe en ningún sitio y sobre todo, nada cabe en ningún sitio. Así que no comprendo aún como logré meterlo en el coche ayer. Tal vez debería vivir en el coche.

Antaño los bohemios viajábamos con una pluma y un papel y nada más, pero hoy con eso no llegas ni a la esquina. Necesitamos toda esa pléyade de aparatos que nos conectan y desconectan, al menos para tener la sensación de que nos estamos ganando la vida. Si envío mis columnas y crónicas a la redacción escritas a mano, es probable que me hagan comer los papeles y que, en lugar de mi artículo, mañana salga mi obituario, con esa sutileza que manejamos tan bien en nuestras cochinas redacciones. Así que además de viajar con sábanas y toallas, ahora es fundamental acordarse de meter tantos cargadores como seas capaz de reunir haciendo una excursión por casa.

Las casas nuevas deberían venir con las estanterías y armarios sellados con cemento. Solo así seriamos capaces de no llenarlo todo a gran velocidad, nada más terminar el traslado. Es una fuerza inevitable que nos posee. Ahora lo veo todo vacío y me siento obligado a guardar los filtros de la cafetera en un lugar que parece llamado desde la eternidad para esta misión. Y mientras lo hago me pregunto para qué he traído filtros de café si no he traído la cafetera, por mucho que encajen tan bien como figuritas de tetris en este armarito tan lindo. Pero no puedo evitarlo; si encaja, lo meto. Así se construye un verdadero hogar. Tapando todos los huecos con cosas que tengan aspecto de formar parte de una casa y que sean todo lo inservibles que puedas.

La gente del barrio es extrañamente encantadora. Es como si fueran felices. Aquí todo va más despacio que en la gran ciudad. En la mayor parte de las tiendas está mal visto hablar de lo que venías a comprar y está bien visto hablar de cualquier otra cosa, siempre que sea largo y tendido. La media de conversación con desconocidos por cada establecimiento alcanza la media hora. Es todo un arte. La mayor parte de las veces yo no sé qué decir, pero en las ciudades tranquilas los comerciantes tienen un talento especial para reactivar conversaciones que parecían haber entrado en vía muerta. Hacen un quiebro y, magia: vuelta a empezar. Y si hay más gente haciendo cola detrás, no protestan, sino que se suman amistosamente a la charla. Que yo sepa nadie sufre ataques de ansiedad por la animada espera de una hora para comprar queso en lonchas. Nadie excepto el queso. He visto bloques enteros de queso fundirse de impaciencia y arrojarse a la máquina de picar carne tras recitar unos versos de Jorge Manrique, dedicados a la muerte de su padre, la leche.

La amabilidad de la gente puede resultar peligrosa en ocasiones. Anoche en el bar de la esquina, dos vecinos querían invitarse a cenar el uno al otro, en demostración de su gentileza, y cuando llegó la cuenta, discutieron sobre el asunto y terminaron a puñetazos. Finalmente uno de ellos se rehizo, se levantó del suelo y extendió al camarero su tarjeta de crédito y el otro, muy hábil, se la mordió, deslizando al tiempo su propia tarjeta por la barra y logrando pagar él. Yo asistí como espectador imparcial hasta ese momento, en que decidí intervenir y partirle un taburete en la cabeza al vecino mordedor. Hoy en el funeral el cura ha recordado que era un hombre íntegro con una cabeza muy dura y, francamente, no me pareció el comentario más apropiado para un momento así, además de ser empíricamente discutible.

De todos modos, reina el amor en mi barrio. Algunos ya saben que soy escritor y me preguntan con entusiasmo si alojaré aquí mi próxima novela, mientras que otros, que saben que además soy periodista, prefieren cambiar de acera y agarrarse la billetera cuando se cruzan conmigo. Creo que aquí haré amigos de esos para toda la vida. A muchos de ellos ya estoy deseando enviarles una postal o un correo electrónico y contarles cómo van las cosas y preguntarles por las suyas. Lo haré tan pronto como consiga extirparlos del salón de casa y pueda echarlos de menos.

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