LA HABANA.- IVÁN GARCÍA
Especial
LA HABANA.- A pesar de que muchas familias comen poco y viven mal en Cuba, el evento sigue siendo un suceso importante; cuando tienen parientes en Miami, ellos pagan los gastos: En torno a las fiestas de quince se ha montado una rentable industria nacional privada
LA HABANA.- IVÁN GARCÍA
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Yanisbel, de 14 años, hace una comida caliente al día y el techo de su casa tiene goteras, pero la madre y sus abuelos ahorraron durante una década para celebrarle la tradicional fiesta de quince.
“Todas las mujeres de la familia han celebrado sus quince. Mi hija no podía ser menos. Quizás no podremos hacerle una fiesta por todo lo alto, no tenemos parientes en el Gobierno ni en Miami, pero al menos le tomamos las fotos, le compramos tres mudas de ropa nueva y le preparamos una fiestecita con sus amigas de la escuela”, comentó la madre.
Los abuelos de Yanisbel venden cantinas de comida y cremitas de leche. Parte de las ganancias la guardan en una alcancía de cerámica. “Cada día las fiestas de quince son más caras. Una sesión de fotos editadas para un álbum y un video de una hora cuesta 200 cuc. A eso hay que añadir el gasto en la compra de ropa, el bufé y la bebida de la fiestecita. En total más de 600 chavitos”, explicó el abuelo.
Ese dinero representa los pagos de la jubilación de un anciano durante cinco años. Un poco más hacia el sur de La Habana, en el apacible barrio Casino Deportivo, la familia de Jennifer le celebrará los quince por todo lo alto.
Al mediodía, acompañada de sus padres y el novio, Jennifer visita el estudio de un reconocido fotógrafo. Sentada en una banqueta de patas altas, rodeada por focos potentes, un espejo y una sombrilla blanca de fondo, la chica posa como si fuese una modelo.
Por la noche, después de ducharse y cenar algo ligero, le espera la realización de un video junto a sus padres y el novio. En vísperas del cumpleaños, con su madre y dos amigas, irá de compras a una boutique de Miramar.
El colofón es una estancia de cuatro noches en un hotel cinco estrellas en Cayo Coco, en la provincia de Ciego de Ávila, a seis horas en auto desde La Habana hacia el oriente de la isla. “El alquiler del hotel y los gastos en ropa lo pagan parientes que residen en Miami. El día de los quince ellos viajarán a Cuba”, apuntó el padre de Jennifer, un burócrata de rango medio en una empresa estatal.
Diana Cristina Del Haya, una quinceñera cubana. (Cortesía)
Cuando usted indaga sobre los gastos, el padre hace un ademán con la mano y sonríe. “Para qué hablar de eso. Secreto de familia. Desde que nació le estamos guardando dinero. Dejé de sacar cuentas cuando andaba por los 2.000 pesos convertibles”, señaló.
Mientras Jennifer espera con ansiedad sus festejos, Octavio ayudante de albañil, a veinte días de los quince de su hija no tiene una cuenta en el banco o un fajo de billetes debajo del colchón.
“Algo se me ocurrirá. Pienso comprarle una muda de ropa nueva y tirarle las fotos tradicionales. Empeñaré el televisor o el refrigerador, no sé”, comentó mientras hacía cola de la panadería.
Una sesión de fotos, vestidas como una actriz y un DVD con fotomontajes cuesta entre 120 y 350 cuc. Muchachas pobres, como Ileana, no pueden celebrar los quince ni hacer ruedas de casino con sus amigos. “Pero tengo un álbum de fotos y ese día mis padres me compraron un par de zapatos con tacones”, expresó.
Yamila, socióloga, considera que la fiesta de los quince es una tradición de larga data en la isla.
“No puedo precisar cuándo esta costumbre americana se sincretizó con la costumbre europea de bailes de salón. En España, cuando los varones llegaban a la adolescencia se lanzaba una cabra dentro de un saco desde lo alto de un campanario. No sé si eso se mantendrá, pero todavía los 7 de julio, día de San Fermín, la gente en Pamplona sale corriendo delante de los toros. En Estados Unidos, el propio presidente libera un pavo el Día de Acción de Gracias. Cada país tiene sus tradiciones. Algunos puristas en Cuba consideran que celebrar los quince es algo cursi, extravagante y un derroche de dinero, pero en el imaginario popular es un acontecimiento muy bien recibido”, explicó.
En torno a las fiestas de quince se ha montado una rentable industria nacional privada. Pablo, fotógrafo profesional, alterna su trabajo en una agencia de prensa extranjera con el negocio de los quince.
“Si eres un fotógrafo de calibre ganas buen billete. Gracias a las bodas y fiestas quinceañeras, pude comprar un Cadillac de 1956 en buen estado y todos los años paso unos días en Varadero. Las fiestas las encuentro súper cursi, pero mientras dejen dinero, que vivan los quince”, confesó.
Las fiestas cubanas de quince cruzaron el Estrecho de la Florida y se apuntalaron en Miami, donde residen cientos de miles de compatriotas.
A pesar de que muchas familias comen poco y viven mal en Cuba, el evento sigue siendo un suceso importante. Algunos, como los padres de Jennifer, se pueden dar el lujo de tirar la casa por la ventana.
Sesiones de fotos