RUI FERREIRA
Especial
La Casa Blanca dice que cada cosa vendrá en su momento apropiado, pero lo cierto es que muchos de los interesados en ampliar sus operaciones a la isla se quejan de que, de momento, no pueden hacer más de lo que han hecho: viajar a Cuba y explorar opciones
RUI FERREIRA
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Cuando el 17 de diciembre Estados Unidos y Cuba se pusieron de acuerdo, tras más medio siglo de hostilidades, de que ha llegado el tiempo de entenderse, anunciaron una serie de medidas de deshielo, la mayoría de las cuales todavía no se han cumplido.
La Habana llegó a la mesa de negociaciones dispuesta a no moverse “un milímetro” en el terreno de las concesiones. Al menos esas fueron las palabras del gobernante cubano Raúl Castro al referirse al acercamiento.
Aun así, la isla liberó a 57 presos políticos, se comprometió a no patrocinar actos terroristas fuera de sus fronteras y retiró de la retórica política su antiamericanismo primario. Además, por primera vez absolvió de toda responsabilidad en la hostilidad histórica de su vecino del Norte a un Presidente, en este caso, Barack Obama.
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Siete meses después, todavía falta mucho por hacer
EEUU se comprometió a tomar una serie de medidas que, de cierta, manera debilitaría el embargo económico. Esta semana, Raúl Castro recordó su ausencia, al reclamar ante el Parlamento el fin de esa medida punitiva, la devolución de la Base Naval de Guantánamo y la indemnización a los cubanos por los supuestos perjuicios causados a la isla durante más de 50 años.
Obama sabe que sus poderes ejecutivos para acabar con el embargo son limitados. Sin embargo, se comprometió a usar todos los mecanismos a su alcance para debilitarlo y colocó sobre la mesa una serie de ideas.
En ese entonces, el mandatario autorizó el sistema bancario estadounidense a operar en la isla, a que las tarjetas de crédito emitidas en Estados Unidos sean aceptadas allí, que las empresas de telecomunicaciones puedan invertir en la modernización de la estructura telefónica e informática cubana, todo esto acompañado con una liberalización de los viajes a Cuba, el intercambio estudiantil y académico, las conexiones directas por vía aérea y marítima.
La promesa más importante fue la de facilitar el intercambio comercial, incluyendo en ello la producción de la incipiente iniciativa privada cubana. Para ello, en las semanas siguientes, los departamentos del Tesoro, Comercio y de Estado, emitieron una serie de medidas que aclararon muchas dudas de empresarios, banqueros y agricultores interesados en entablar negocios con la isla comunista.
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Pero no son mecanismos legales y siete meses después, Obama sigue sin firmar ninguna acción ejecutiva que logre darle la vuelta al embargo económico y permita cosas como las inversiones en la isla de las empresas de telecomunicaciones, el libre tránsito de ciudadanos estadounidenses de origen no cubana y las operaciones de los bancos de Estados Unidos en suelo cubano.
La Casa Blanca dice que cada cosa vendrá en su momento apropiado, pero lo cierto es que muchos de esos empresarios, agricultores y bancarios interesados en ampliar sus operaciones a la isla se quejan que de momento no pueden hacer más de lo que han hecho: viajar a Cuba, explorar las opciones comerciales pero regresar a casa con las manos vacías.
“Realmente tenemos dos problemas porque ninguno de los dos países tiene una política clara para esto. En Cuba no existe una claridad sobre la protección jurídica de inversiones y el Presidente no ha hecho nada que nos permita operar. El embargo sigue vigente y todavía no podemos ni siquiera gastar un centavo allá. Hace falta que el Presidente firme una orden ejecutiva diciendo que no seremos sancionados por negociar con los cubanos. Es una herramienta básica. De momento sólo sabemos cómo lo vamos a hacer, pero no lo podemos hacer porque todavía es ilegal”, explicó Charles Morrison, un empresario del área avícola de Florida que ha viajado dos veces a Cuba a estudiar el panorama comercial.
La apertura de embajadas no resuelve en si el problema, ya que se dedicarán fundamentalmente a las relaciones bilaterales, pero pudiera acelerar la firma de las decisiones ejecutivas de Obama al crear un ambiente de normalización. Y, quizá, el levantamiento del embargo pese a la oposición de congresistas y senadores de ambos partidos.
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“¿Quién diría hace cinco años que íbamos a tener una embajada en Cuba, que nuestra bandera iba a estar allí? ¿Por qué no pensar que el embargo se puede acabar pronto? La mayoría de los estadounidenses no lo quiere, el pueblo cubano lo rechaza, no es bueno para nuestras economías. Algún día tendrá que acabar”, comentó a la cadena CNN Ben Rhodes, viceasesor de Seguridad Nacional y uno de los dos hombres que negociaron el deshielo con los cubanos.
Lo único en lo que es muy improbable que los dos países se pongan de acuerdo es en materia de derechos humanos, al menos mientras en la isla impere un régimen totalitario. “No tenemos que estar de acuerdo en todo. Tenemos preocupaciones serias sobre los derechos humanos y estamos atentos y presionando siempre en ese aspecto. Una embajada allí lo facilita todo”, agregó Rhodes.
En esta nueva era, las banderas de los dos países ondearan en sus embajadas pero será más bien un golpe psicológico. La realidad es que todavía tienen mucho que hacer para cumplir con lo anunciado en diciembre.