“Si me quedo en casa, pierdo todo. No tengo forma de preservarlos”, dijo Marie -Ange Bouzi, quien vende tomates y cebollas en las calles de la capital haitiana sin cumplir la cuarentena. “No voy a gastar dinero combatiendo al coronavirus. Dios me va a proteger”.
Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, informó de sus dos primeros casos de coronavirus el 20 de marzo. Uno fue importado por uno de sus artistas más exitosos, un cantante de R&B que acababa de regresar de Francia, según el director de salud de Puerto Príncipe.
El cantante, Roody Roodboy, cuyo nombre verdadero es Roody Pétuel Dauphin, se encerró en su casa para cumplir cuarentena al volver para no contagiar a nadie e hizo que sus acompañantes se hiciesen una prueba para ver si portaban el virus, según su mánager Narcisse Fiever. Acotó que el cantante había recibido amenazas de muerte de gente que lo acusa de traer el mal a Haití, aunque no hay pruebas de que haya contagiado a nadie.
Para cientos de miles de haitianos que ganan unos pocos dólares diarios vendiendo cosas en la calle, una cuarentena como la de Dauphin los condenaría a pasar hambre.
“La gente no se va a quedar en su casa para cumplir una cuarentena. ¿Qué van a comer?”, dijo Bouzi. “Haití no está preparada para algo así”.
El gobierno haitiano redujo las horas en que operan bancos y dependencias gubernamentales, cerró escuelas y transmite por radio mensajes en los que se pide a la gente que permanezca en sus casas. Pero miles de personas de Puerto Príncipe colmaron mercados callejeros, autobuses y camiones usados para transportar gente conocidos como tap-taps esta semana.
En Chile, que ha registrado más de 2.500 casos desde el 3 de marzo, ha habido muchos contagios en barrios de clase media-alta, de gente que acababa de volver de Europa, sobre todo de Italia.
El ministro de salud Jaime Mañalich se quejó de que los residentes acaudalados de los barrios capitalinos Las Condes y Vitacura violan constantemente el pedido de que se queden confinados luego de dar positivo o de entrar en contacto con alguien contagiado con el coronavirus.
El alcalde de Las Condes Joaquín Lavín dice que más de la mitad de los casos de la ciudad se concentran en Las Condes y Vitacura.
El ministro de salud dijo que él personalmente exhortó a los residentes ricos a que se queden en sus casas y que estos están desoyendo la orden.
“Uno escucha pitazos y ruidos de calle que dicen que nos están engañando y no están respetando la cuarentena”, dijo Mañalich.
El gobierno mexicano dice que al menos 17 de las personas más ricas del país regresaron con el virus tras un viaje a esquiar en Vail, Colorado.
La primera persona que falleció en el estado de Río fue Cleonice Gonçalves, una mujer de 63 años que trabajaba como empleada doméstica de una mujer de Leblón, uno de los barrios más exclusivos de Brasil. Su patrona contrajo el virus en un viaje a Italia, pero la familia de Gonçalves dice que no se le informó que estaba en cuarentena a la espera de los resultados de una prueba, según Camila Ramos Miranda, secretaria de salud de Miguel Pereira, la localidad donde vivía la mucama. Gonçalves, quien padecía de presión alta y diabetes, contrajo el virus y falleció el 17 de marzo en Miguel Pereira, dos horas al norte de la capital.
“Sé que necesitamos trabajar, ganarnos nuestro pan de cada día, pero no hay nada más importante que el valor de la vida”, afirmó el alcalde de Miguel Pereira André Português en un video que difundió en Facebook.
En Lima, el impacto de la pandemia del coronavirus varía mucho dependiendo de la clase social.
Nadia Muñoz vio cómo su hijo Luka, de ocho años, recibía clases por la internet de su escuela católica privada una tarde reciente. Esta maquilladora y su familia viven en un barrio de clase media-alta, donde la cuarentena de 15 días no ha causado mayores contratiempos.
“Tenemos un supermercado cerca, luz, agua, internet, teléfono y televisión por cable”, dijo Muñoz mientras grababa una clase de cosmética para publicar en Instagram.
En una casucha de una colina vecina, Alejandro de la Cruz, de 86 años, su esposa María Zoila y su hijo Ramiro, quien vendía ropa en la calle hasta que empezó la cuarentena este mes, cocinaban con carbón. No tienen agua corriente, electricidad, internet ni servicio telefónico.
Viven entre guardias, cocineros, choferes, sastres, zapateros, mecánicos y obreros de la construcción que se quedaron sin trabajo durante la cuarentena.
Si bien hay más pobres en otras regiones del mundo, América Latina sigue siendo la región donde el mayor porcentaje de la riqueza está en manos de menos gente.
“América Latina es la región más desigual del mundo. Me refiero a una disparidad de clase que no tiene igual en ninguna otra parte del planeta”, dijo Geoff Ramsey, investigador de la Washington Office on Latin America.
Algunos gobiernos latinoamericanos tratan de ayudar a los trabajadores con empleos informales, ofreciéndoles beneficios como un seguro de desempleo o indemnizaciones.
El gobierno de Perú dijo que pagará el equivalente a 108 dólares a 2,7 millones de hogares catalogados como pobres. Pero los residentes del barrio humilde donde viven de la Cruz y sus vecinos que se quedaron sin trabajo durante la cuarentena no son lo suficientemente pobres como para recibir esa ayuda.
“Mi hijo no trabaja desde hace una semana. Apenas si tenemos para comprar algo de comida”, dijo Zoila.
En Argentina el gobierno de centro-izquierda aprobó pagos del equivalente a 151 dólares en abril a los trabajadores informales, que representan el 35% de la economía del país. El gobierno planea hacer más pagos de emergencia.
El gobierno derechista de Brasil no piensa tomar medidas de ese tipo. Políticos de izquierda pidieron la semana pasada a través de Twitter que las empleadas domésticas sigan cobrando su sueldo mientras permanecen confinadas en sus casas.
La falta de ayuda preocupa a Patricia Martins, quien vive en la favela más grande de Brasil, la Rocinha de Río de Janeiro, donde residen unas 70.000 personas en casas de ladrillo en una empinada colina con vista al océano Atlántico. Solo de a ratos hay agua limpia, las aguas residuales a menudo corren por las calles y hay callejones estrechos y empinadas escaleras que dificultan a los servicios médicos sacar a una persona enferma.
“Me asusta la posibilidad de que alguien se enferme y esto se convierta en un foco de contagio, como ya lo es de tuberculosis y de HIV”, dijo Martins, una mujer de 45 años que trabaja en la limpieza.
“Las personas que trabajan en la limpieza, que dependen de ese dinero para sobrevivir, para mantener a sus familias... ¿de dónde van a sacar dinero?”, preguntó Martins. “Si todo se para, ¡acabarán con muchas vidas! No habrá nada que pueda hacer la gente para sobrevivir”.
FUENTE: CON INFORMACIÓN DE AP