domingo 27  de  julio 2025
TESTIMONIOS

Del pan con bistec de Miami a los apagones de veinte horas diarias en Cuba

Regresar al manicomio ideológico cubano con un 90% de pobreza extrema y apagones de 20 horas diarias nunca será una opción

Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

Por la amplia avenida de seis carriles que cruza el centro comercial ubicado al oeste de Miami, circulan como bólidos automóviles BMW, Tesla, Toyotas y camionetas Ford que rugen con sus cuatrocientos caballos de fuerza. Llamémosle Marian, una cubana que reside hace seis años en la ciudad del sol, quien desde su butaca plástica situada en el exterior de una cafetería mira los autos pasar.

Espera un pedido de cinco vasos grande de jugo de naranja, arepas con queso y cuatro panes con bistec de res. Luego pasa por una licorera y compra dos packs de seis cervezas Corona y un litro de ron blanco Bacardí. Después de hacer la compra, Marian camina con sus bolsas de nailon hasta el apartotel donde lleva mes y medio alquilado. Cuando llega a la habitación le pasa un mensaje por WhatsApp a varios inquilinos.

Tres cubanos, un mexicano y una venezolana se juntan en su habitación de piso alfombrado con cocina, microwave, televisor, una butaca que al pulsar una palanca negra te permite estirar pierna y una cama enorme. También tiene baño con agua fría y caliente. Marian baja el aire acondicionado a 18 grados centígrados. “Hace un calor que pa’qué”, dice con las típicas frases entrecortadas de los cubanos.

Dos personas se reparten las cervezas, otros prefieren ron al strike mientras Marian prepara una picadera con jamón, bacón, queso y abre dos paquetes de chicharrones de cerdo. “Como los panes con bistec son enormes (media flauta de pan duro con palomilla de res, tomate, lechuga y papas fritas), comemos la mitad y dejamos la otra para el desayuno”, comenta Josuan, oriundo del barrio habanero de Carraguao, en El Cerro.

Las seis personas tienen un denominador común. Son inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en busca del llamado sueño americano. Saltaron la cerca de países dictatoriales o corruptos donde las instituciones no funcionan y los carteles de drogas imponen su ley. Es en la distancia cuando más recuerdan a su patria.

Marian vivía en un caserío perdido en Los Arabos, municipio de la provincia Matanzas. "Es un lugar donde el diablo lanzó tres voces y ninguna se oyó. El presente y el futuro es bajar chispa de tren -alcohol casero- una botella tras otras. Los apagones son de veinte a treinta horas diarias. Y si se te ocurre protestar te empapelan y te meten veinte años en una celda hedionda en la prisión de Agüica o la cárcel que le dicen Se me perdió la llave”.

“La situación en Cuba es horrible. No funciona nada. Aquello es peor que el cáncer. Pero es el lugar donde nací, viven mis padres, mis tíos y mis abuelos. No puedo olvidar mi terruño. Cada día que pasa más quiero a mi país. Fue aquí en Miami donde de verdad conocí nuestras tradiciones y nuestra cocina. Aquello es una dictadura, pero es imposible no querer visitarla al menos una vez al año”, dice con lágrimas en los ojos.

¿Y por qué no regresas?, le pregunto. “Imposible. Tiene que cogerme el ICE y mandarme esposada para allá. Uno extraña a la familia y los amigos. Pero aquello es un infierno. La misma muela jorobada (discurso político) las veinticuatro horas y para prosperar hay que delinquir o violar las leyes. Soy técnico medio en laboratorio. Cuando llegué a Miami empecé limpiándole sus partes a ancianos en un home. Al mes me pude comprarme un carro y a los tres meses pude rentar un piso de dos habitaciones. En Estados Unidos se trabaja muy duro, pero es el único país del mundo donde un emigrado puede prosperar si se lo propone. En cuatro años que llevo en Miami ya estoy pagando mi casa y tengo un auto y un Pickup. Le mando dinero y paquetes de comida a mi familia y aunque aún no soy no ciudadana, me siento feliz en esta nación. Soy una mujer realizada”, confiesa Marian.

Los seis tienen una orden de deportación. Las causas son entrada ilegal, derogación del TPS a inmigrantes venezolanos y en el caso de Marian, según cuenta, un delito de estafa al seguro cometido por su ex pareja y la implicó a ella. “Te juro que jamás he cometido un delito mi en Cuba ni en Estados Unidos. Él se encuentra preso por estafar al seguro. No sé cómo guardó un dinero en una cuenta con mi nombre. Ahora soy I-220B, la peor de todas. Te cogen y te extraditan urgente. Y si el país de origen no te quiere te meten en la cárcel. Que igual puede ser Guantánamo, el CECOM en El Salvador o la nueva rodeada de caimanes que abrieron en los Everglades”.

¿No es mejor entregarse a las autoridades y confiar en un proceso judicial donde demuestres que eres inocente?, indago. “Es que ahora el sentimiento anti inmigrante está muy arraigado en varias ciudades de Estados Unidos. Incluso en algunas instituciones de la justicia. Muchos estadounidenses creen que la mayoría de los inmigrantes somos delincuentes. No tengo nada contra Trump, al contrario. Pero no es justo meter a todos en el mismo saco. Cuando tú estudias los récords de los juicios de inmigración en el 90 por ciento de los casos el dictamen es deportar a las personas. ¿Por qué conmigo va a ser diferente?”, se pregunta Marian.

El resto de los inmigrantes que comparten cervezas y chicharrones de cerdo asienten. “He recorrido varios estados. Trabajo en la agricultura, en la construcción o donde haga falta. Cuando veo que la cosa está caliente en un lugar me voy a otro. No paro de trabajar. Prosperar en México es una ilusión. Los narcos, bandoleros y políticos corruptos campean por su respeto. Con el dinero que se gana en Estados Unidos es que puedes comprar una casa allá”, apunta un inmigrante mexicano quien reconoce que trabaja 'en negro' (ilegal).

“De lunes a sábado me pasan a recoger en una camioneta y nos llevan a trabajar a una finca. Con el ICE detrás de los ilegales la mejor opción es no tener una residencia fija. Es más difícil atraparte si duermes en moteles. Es una lotería. Si te cogen, te regresan a México y a los pocos meses, o después que baja la marea se vuelve a intentar. Estados Unidos es un gran país, pero como el aire que respiran, necesitan la mano de obra de los inmigrantes.

La noche cae en Miami. Marian no despega la vista de la pantalla de su iPhone. En una llamada audiovisual a Cuba la madre le cuenta que hace más de veinte horas no hay luz el caserío. Las quejas de sus parientes son numerosas. “Parte el alma. Ya la gente en Cuba no te pide dinero, ni ropa o que le compres el último modelo de tenis Nike. Ahora es mándame una planta eléctrica, lámparas, ventiladores recargables y paquetes de comida. Es muy triste vivir así”, acota Marian.

Y cuenta que hace“unos días tuvieron que celebrar a oscuras el cumpleaños de una prima "porque no pudieron conseguir gasolina para prender la planta que les envié. El año pasado le pague una semana en Punta Cana a una sobrina que cumplió quince años. Fue muy dolorosa la despedida. La muchachita no quería regresar. Tía, prométeme que tú me vas a sacar de aquella mierda, me decía. Rezo a Dios todos los días para que Trump legalice, igual que hizo Reagan en los años ochenta, a millones de inmigrantes que llegan aquí a trabajar y con el paso de los años se sienten también estadounidenses. Estados Unidos no puede cambiar. La diversidad es lo que lo hace singular y diferente”, asegura Marian.

Su plan es vivir en hoteles baratos, trabajar y esperar a que pasen los próximos cuatro años. Regresar al manicomio ideológico cubano con un 90 por ciento de pobreza extrema y apagones de veinte horas diarias nunca será una opción. Ni para Marian ni para otros cubanos.

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