El entrañable término madre naturaleza no es algo festinado. Tiene su viso poético, no hay duda, pero atañe, sobre todo, a una realidad por la cual debemos velar porque, al igual que nuestras progenitoras genéticas, esta se encarga de arroparnos desde que nacemos con sus mejores cualidades.
Muchas personas piensan que con reciclar apropiadamente en sus hogares, terminan sus deberes para sostener esta única gran casa con la cual contamos para vivir. Hay muchas otras variantes que pudiéramos tener en cuenta para salvarla responsablemente.
Yo he estado en ciudades donde la contaminación atmosférica es tanta que se dificulta la respiración y los ojos y la garganta se irritan. Estas geografías llegaron a ser regiones transparentes de climas sumamente agradables y nosotros, seres humanos, hemos contribuido a su devastación.
Por cierto escuché a Ron Magill, nostálgico, conversando con Humberto Cortina en la radio sobre el pasado casi idílico de la naturaleza de Miami que el recordaba de niño. Sobre todo de la abundancia de una fauna, que hoy por hoy ha ido desapareciendo ante el avance de la urbanidad desenfrenada. Enumeró a mapaches, zorros y zarigüeyas, entre otros animales, que ahora aparecen arrollados en las cunetas por veloces e implacables automóviles.
Por muchos esfuerzos que se han acometido, en nuestra ciudad no hemos sido capaces de sustituir la avalancha de autos manejados por una persona camino a sus respectivos trabajos, por el transporte público, y ese viene siendo uno de nuestros pecados capitales en la emisión de gases que terminan dañando seriamente la atmósfera.
Hay algunos consejos obvios que pudiéramos seguir. Por ejemplo, se estima que el 40% de la comida que se consume en los Estados Unidos, 1.400 calorías diarias, por persona, termina en el basurero, lo cual resulta en un foco emisor enorme de gas metano.
Claro que todo esto es un drama del desarrollo y opulencia cuando lo comparamos con otras regiones del mundo. Aunque parezca nimio, es conveniente hacer las compras del mercado con una lista de las necesidades reales para luego no tener que desechar. Mi madre lo hizo siempre, tal vez porque veníamos de las carencias cubanas. También recuerdo que no podíamos dejar nada en el plato a la hora de las comidas, toda una avanzada ecológica.
Como no tenemos otro remedio que utilizar autos, podemos disminuir la contaminación, manteniendo los motores afinados. Unas llantas bien infladas, por ejemplo, disminuyen los galones de gasolina por cada milla recorrida. De hecho, esta simple operación hace que ese rendimiento mejore en un 7%.
Energía limpia, no consumir por gusto porque al final muchas cosas terminan botadas o recicladas en el mejor de los casos, crear un sistema de transporte público con lógica, incluso sustituir en nuestra alimentación los derivados del ganado vacuno por otras fuentes de proteína, puede contribuir a que las historias especuladas por escritores de ciencia ficción no terminen siendo una realidad apocalíptica.