MIAMI.- Sobrevivir al cáncer suele ser una proeza que exige una enorme fortaleza emocional, sucumbir al miedo inicial es bastante común, y sentirse derrotado ante un tratamiento invasivo y agotador es la norma, pero hay quienes lograr remontar la cuesta y convertirse en ejemplo para muchos.
Ese es el caso de Lolita, aunque su nombre completo es Aida Dolores González. Ella es enfermera, orientadora estudiantil y teólogo, además de madre y esposa, y a sus 74 años, ha superado no un cáncer, sino dos.
Una combinación de templanza, diagnostico precoz y suerte le permiten contar la historia a sus tres nietos, que aunque viven en distintos lugares del mundo sienten un enorme respeto y admiración por la abuela de hermosa sonrisa que fanática de las películas, convierte cualquier quehacer cotidiano en una aventura y no le tiene miedo a los videojuegos.
Noticia inesperada
La historia de esta heroína anónima, para muchos, que nunca ha perdido la sonrisa a pesar de las adversidades, comenzó hace 35 años, apenas dos años y unos meses después del nacimiento de su hija menor. En una visita anual al ginecólogo apareció en el eco un pequeño tumor en un ovario que generaba dudas. Ella, ecuánime como siempre y conocedora de temas de salud, mantuvo la calma, convencida de que lo importante era confirmar el diagnóstico.
Poco después llegó la noticia, la que nadie espera, la que te mueve el piso sorpresivamente. Se trataba de un tumor maligno. De inmediato tomó cartas en el asunto y asumió que una cirugía era su mejor opción, por lo que se sometió a una histerectomía total que le aceleró la menopausia, y se enfrentó a la quimioterapia con esperanza y disciplina, salvando su vida y recuperando su salud.
Todo estaba resuelto, al menos con relación al cáncer, pero poco después de la cirugía, una nueva mala noticia movió sus cimientos, su hija más pequeña, la que nació justo antes de que la sorprendiera el cáncer, sufría una condición genética irreversible, una distrofia muscular. La consecuencia: su vida seria corta y difícil.
La devastadora noticia afectó a toda la familia, pero Lolita siempre con una sonrisa, se concentró en ser la mamá-enfermera que su pequeña necesitaba. Dejó el trabajo y se dedicó a visitar médicos, probar terapias y poner en marcha todas las estrategias que le garantizaran a su benjamina una mejor calidad de vida.
Una vez más
Así pasaron 14 años, con muchas preocupaciones y necesidades materiales, pero con salud. Finalmente Yanet murió, aunque los cuidados de su madre le dieron una sobrevida superior a la esperada por todos sus médicos, pero al parecer la tristeza interior de esa mujer que siempre sonreía ante la adversidad le pasó factura, y de la noche a la mañana una pelotica en el seno, detectada en un autoexamen, encendió de nuevo las alarmas.
No fue Lolita la que se asustó, sino sus otros tres hijos quienes ya tenían 17, 21 y 24 años de edad y entendían la gravedad de lo que estaba pasando.
Por razones desconocidas el cuerpo de Lolita volvió a producir esas células defectuosas que se convierten en tumor, otra vez era maligno, y de nuevo la palabra cáncer era cosa de todos los días.
Una nueva cirugía, esta vez mastectomía total y remoción de los ganglios axilares, desestabilizó un tanto a la familia. Días después comenzó una nueva ronda de quimioterapia, pesada y agotadora, pero en una paciente poco común que se enfrentaba al proceso con inusitado entusiasmo.
Ya han pasado más de 20 años, y Lolita está muy bien, el cáncer no pudo con ella, como suele decir, y su historia es una muestra de la importancia del diagnóstico precoz y el tratamiento temprano.
Sus tres hijos y sus tres nietos se sienten agradecidos de su fortaleza física y espiritual, y del ejemplo de lucha, constancia y disciplina que han visto. Esta es una historia con final feliz, lástima que no todas sean iguales, pero lo importante es confirmar que no hay que perder la esperanza porque superar el cáncer es posible.