Convulsa y contradictoria fue la época que nos tocó vivir durante el siglo XX. Insegura e inquietante es la situación actual de las relaciones internacionales. Con la terminación de la guerra fría, pensábamos ilusamente, que se iniciaba en el XXI una nueva era de mayor entendimiento, cooperación, coexistencia y paz.
Los conflictos internacionales surgidos en el presente siglo, ponen de manifiesto situaciones más críticas y complejas, enrareciendo el ambiente mundial, por lo que resulta imprescindible esforzarnos para conocerlos mejor y fijar con objetividad nuestros criterios ante los mismos.
Entre guerras en el medio oriente, países árabes o Ucrania, con sus secuelas de muertes y destrucción, tensiones político/militares, fragilidad económica y política en muchos países, sanciones entre naciones, carrera armamentista (en especial con armas nucleares), proliferación de armas por todas partes y los crecientes aumentos y rechazos migratorios; el panorama que se vive no es muy tranquilizador, pero es el mundo en que vivimos.
Son diversas las causales que se desarrollan e impactan globalmente, por ejemplo, el planeta resiste más de 7000 millones de personas y los pronósticos apuntan a que la población continuará creciendo a ritmo acelerado. Se desprende de tal situación que somos demasiados y pronto seremos muchos más.
La cuestión del crecimiento demográfico pudiera no generar inquietud, pero cuando se le relaciona con el actual modelo de desarrollo y al agotamiento de los recursos naturales; entonces es objeto de seria preocupación, porque es un elemento más de presión al medio y coloca a la especie humana y al mismo planeta, en los umbrales de su profunda crisis o incluso de llegar a su desaparición.
El mundo dividido en continentes, en países donde habitan los individuos y se conforman las sociedades, se encuentra profundamente inseguro, anárquico y desequilibrado.
Analizando el desarrollo alcanzado por naciones y pueblos, se comprende que este no ha sido similar, ni los avances civilizadores han sido homogéneos. Así unos pocos países son más ricos y desarrollados y otros más pobres o atrasados.
Tal situación nos posibilita comprender que el mundo se caracteriza por un desarrollo desigual, válido para regiones, países o sociedades, originándose relaciones no justas, de desigualdad, o marcadas en muchos casos por diferencias abismales.
Después de siglos de relativo quietismo, pobres avances económicos y sociales (épocas esclavista y feudal), la humanidad pudo transformar sus fuerzas productivas y desde fines del siglo XVII comenzó a desarrollarse la revolución industrial inglesa.
A partir de tal momento se inicia una nueva época, caracterizada en lo fundamental por un acelerado desarrollo económico, que va a incrementarse insospechadamente con el auge del industrialismo.
La industrialización trajo consigo nuevas tecnologías y métodos de organización laboral, también la producción masiva de bienes y aparejado a ella el surgimiento de las urbes y la expansión de los mercados.
Ello ocasionó un transformador avance civilizador y para una parte de la población una mejor calidad de vida, aunque trajo nuevas e intensas formas de explotación laboral.
El industrialismo originó verdaderas conquistas productivas y otros importantes logros para la humanidad, algo bien contrastante en relación con los tranquilos siglos que dejaba atrás.
Los extraordinarios adelantos en los transportes y las comunicaciones, en la alimentación humana, los medicamentos, la información y medios de comunicación, en las construcciones, la esfera de las investigaciones, la conquista espacial; sin duda lo hacen comprensible.
El hombre se irguió a través de los conocimientos y su trabajo, logrando poner a su disposición los recursos naturales del planeta y al desarrollar tecnologías más productivas, logró un nivel de desarrollo y condiciones de vida nunca antes alcanzadas.
Sin embargo ese nivel de desarrollo no fue similar en todos los países y pueblos, porque la acumulación de riquezas fue diferente y el modelo en que se sustentó, el de la industrialización, al producir socialmente una distribución inequitativa de las riquezas, trajo conflictos domésticos y en las relaciones internacionales.
Las consecuencias observadas son la existencia de diversas crisis:
- La crisis social originada por los desequilibrios económicos con sus nefastas secuelas en el desempleo, aumento de la pobreza, el hambre y la incultura.
- La crisis económica causada por las relaciones de producción existentes (el modelo vigente), que muestra las contradicciones entre el capital y el trabajo, los desequilibrios entre países ricos y pobres y al interior de estos, también el agotamiento de los recursos naturales de la tierra.
- La crisis demográfica determinada por el imparable ritmo de crecimiento de la población mundial (fundamentalmente en los países pobres), los que aumentan sus poblaciones a una velocidad mayor que las economías desarrolladas o su propio crecimiento económico.
- La crisis ambiental motivada por el modelo, la intensidad y descontrol productivo, junto a los impactos que ocasionan las acciones del hombre sobre los recursos de la naturaleza; que como se conoce han afectado la capa de ozono, originado el calentamiento global, la perdida de la diversidad biológica, los fenómenos contaminantes y el deterioro de las aguas nacionales e internacionales.
Súmese a estos problemas ambientales, la indetenible deforestación de los bosques, el aumento de suelos áridos, la compleja y creciente situación de los desechos sólidos y líquidos o las afectaciones de los litorales costeros.
Derivadas de las complejas situaciones señaladas, aparecen los problemas e intereses de las ambiciones geopolíticas mundiales, que desencadenas guerras y conflictos armados; y se expresan las difíciles situaciones alimentarias, de seguridad social, trabajo o empleo, el crecimiento de la la pobreza, el deteriora la salud humana, o se reducen los recursos energéticos y las viviendas junto a otras necesidades.
La inseguridad causada por ese conjunto de situaciones, ha promovido la violencia y el crimen, la corrupción que se expande, el narcotráfico y las drogas, la vulnerabilidad de las instituciones, el escepticismo y la desconfianza hacia los procesos políticos democráticos entre otras cuestiones. Todo ello es una realidad incuestionable.
Se comprende que el mundo en que vivimos se desarrolla sobre diversas crisis o muy complejas circunstancias económicas, sociales o ambientales. Ante tales realidades se impone adquirir conciencia, reflexionar o recapacitar sobre lo que sucede y en cualquier dirección tratar de aportar algo positivo humanamente.
Alguien me dijo una vez que las crisis también contienen oportunidades, porque obligan a los humanos a reaccionar, a abandonar rutinas y sobre todo a innovar soluciones.