LA HABANA/IVÁN GARCÍA
La población en la isla no termina de recibir los beneficios del llamado acercamiento con Estados Unidos
LA HABANA/IVÁN GARCÍA
Especial
Sentado al timón de su Chevrolet de 1957, Alfredo, ingeniero mecánico, recorre varios mercados de La Habana en busca de ron, cerveza y alimentos destinados a una ofrenda religiosa en vísperas del 17 de diciembre, día que los cubanos veneran a San Lázaro.
Alfredo ya había acordado el precio de tres violinistas para que tocaran en la velada. En el portal de su casa, en la barriada de Santos Suárez, en el sur de La Habana, colocó una desmesurada imagen del santo de los mendigos.
En esa misma fecha, el año pasado, Alfredo y su familia, después de bendecir y orarle a San Lázaro, no sospechaban que doce horas más tarde de manera simultánea, el general Raúl Castro enfundado en su tosco uniforme verde olivo y el presidente Barack Obama, sorprenderían al mundo con un discurso apaciguador que marcaba el fin de la particular Guerra Fría entre las dos naciones.
“No te puedes imaginar la buena onda que había en la mayoría de los cubanos. Las propuestas de Obama estaban dirigidas a beneficiar a los que tenemos negocios privados. Yo me dedico a reparar 'almendrones' [autos americanos de los 50s]. Pensaba que después del restablecimiento de relaciones diplomáticas todos esos carros viejos se convertirían en chatarra. Pero doce meses después estamos igual, comprándoles piezas a las 'mulas' que viajan a Panamá o Miami”, confiesa Alfredo.
Lo peor, dice, no es la desilusión o sentirse estafado. “Brother, lo malo es que no se ve una puerta de salida a la crisis en Cuba. El Gobierno vive en otro planeta. Con su muela política y éxitos que nadie ve. Para sobrevivir, tenemos que seguir cometiendo ilegalidades y el Estado, para jodernos, nos sube los impuestos. El día que Obama y Raúl Castro cuadraron la caja me parece una fecha distante en el tiempo”.
Pesimismo
Cuando usted charla con muchos dueños de pequeños negocios, supuestos beneficiarios de la nueva doctrina de Obama, escucha quejas, decepciones y frustraciones a granel. Se ha pasado de la expectativa exagerada al peor de los pesimismos.
Algunos negocios se han beneficiado del tirón turístico y la llegada de más de 50.000 estadounidenses. En particular las casas de huéspedes, bares, paladares y cafés situados en El Vedado, Miramar, Centro Habana o Habana Vieja, habituales rutas turísticas.
Richard Egües, nieto del flautista de la legendaria orquesta Aragón, es dueño de un bar restaurant con una vista impresionante del malecón, en el último piso de un edificio pintado de azul, a un costado de la flamante embajada de Estados Unidos.
Se llama La flauta mágica. El pasado 14 de agosto fue un buen día para el negocio de Egües. Mientras el Secretario de Estado John Kerry ofrecía su histórico discurso y era arriada la bandera de las barras y estrellas, el canal televisivo NBC le pagó 3.000 dólares por situar un plató en la terraza del bar.
“Luego las cosas no han sido igual. Pero el deshielo y el entendimiento entre ambos países siempre será mejor”, señala Egües.
Día a día complicado
Si usted quiere cenar en paladares de éxito como La Fontana o La Guarida, debe reservar con meses de antelación y en cualquiera de los dos, puede tropezarse con personajes famosos de paso por La Habana.
Pero tanto en los negocios boyantes como en aquellos con ganancias mínimas, el Estado cubano sigue sin diseñar una política que les permita hacer efectiva las propuestas de la Casa Blanca para importar insumos, acceder a microcréditos o exportar algunos de sus servicios.
Ernesto, ingeniero informático, explica de qué manera le afecta el inmovilismo del Gobierno a sus pretensiones de negocios. “Quiero abrir una cibercafé y ETECSA no me otorga el permiso de conexión a internet de manera inalámbrica. Cualquier empresa de Estados Unidos me pudiera ofertar ese servicio. Pero el Estado no te lo permite, prefiere tener el control con su monopolio de telecomunicaciones”.
Alejandro, dueño de una cafetería que oferta sandwiches y comida ligera, no observa mejoras después del 17D.
“Todo lo contrario. Ahora la comida cuesta más cara y se dificulta mucho conseguir alimentos. Ningún propietario particular puede ser honesto. Tenemos que infringir las leyes debido a los impuestos abusivos y la corrupción de los inspectores. Si quieres obtener ganancias, tienes que hacer trampas. El restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos fue un espejismo”.
Las medidas que Obama propuso para empoderar a la gente de a pie y los pequeños negocios son letra muerta. La retranca del régimen ha sido un freno. Para Alfredo y una mayoría de cubanos, el 17 de diciembre en Cuba se seguirá recordando como el día de San Lázaro.