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jueves 20
de
marzo 2025
Armando Codina, uno de los más importantes empresarios de la construcción en el sur de la Florida, conoce a Eduardo Padrón desde tiempos de la infancia en el barrio Almendares, en La Habana. Su más claro recuerdo del hoy laureado académico es que, a pesar de su corta edad de entonces, “ya parecía un maestro”.
Solo dos cuadras los separaban, según el relato de Codina. “Yo tenía 12 o 13 años cuando conocí a Eduardo; es probable que él tuviera unos 15. Lo que sí puedo decir es que Eduardo era el joven más serio que había en nuestro barrio”, afirmó haciendo un énfasis especial en la palabra “serio”, que repitió muchas veces durante la entrevista.
Pero no sólo el más serio -de acuerdo con el reconocido constructor-, sino también el “único intelectual” entre los amigos del barrio. La aclaración lo condujo de inmediato a realizar una comparación entre él, otros vecinos y, especialmente, Padrón. “Todos andábamos pendientes de cosas de muchachos. Yo tenía una motocicleta, otros se dedicaban a la música, pero Eduardo, no. Él era lo que en Estados Unidos se conoce como un nerd, alguien demasiado inteligente”, aseguró entre risas.
En su opinión, Padrón mostró desde niño que sería alguien “muy importante”, tanto que si en esa época a alguno se le hubiera ocurrido realizar una encuesta, habría sido “fácil” determinar que el único capaz de convertirse en presidente de una institución como Miami Dade College “era Eduardo Padrón”.
El grado de amistad que existe entre Codina y Padrón es tan arraigado desde el tiempo transcurrido en Cuba y posteriormente en el exilio, en Estados Unidos, que el empresario de bienes raíces puede bromear al referirse a su dilecto amigo. “Eduardo y yo solo nos llevamos tres o cuatro años, pero lucía mucho más viejo que yo” –afirmó-, dejando entrever una sonrisa, y enseguida aclaró en un tono más formal: “Pero hoy esa diferencia de edad casi no se nota”.
Más tarde la vida llevó por caminos distintos a Codina, quien se considera “alguien más que inquieto” desde la niñez, y al “estudioso (Padrón)”, a quien “nunca vi sonreír” y “no me entendía en lo absoluto porque éramos muy distintos”.
Con el tiempo, la semilla de la amistad germinó con fuerza en otro escenario y bajo condiciones diferentes. Codina comenzó a escalar posiciones en el mundo de la construcción en Estados Unidos, mientras que Padrón hizo realidad el pronóstico de sus amigos de la infancia del barrio que toma su nombre del río Almendares.
“Eduardo es una persona que no sólo tiene mi admiración y respeto, sino el de todos los que conforman mi familia”, puntualizó Codina, para quien en su mente se mantiene intacta la imagen de aquel “joven soñador” que con esfuerzo y dedicación “cambió como por arte de magia el Miami Dade College”.
Por sus negocios y actividades, no se ven lo suficiente. “Yo ando metido en mis asuntos de la construcción y él formando a las nuevas generaciones”, subrayó Codina, quien no duda un instante que el futuro le depara a Padrón otros espacios para “mostrar sus grandes cualidades, que son muchas”.
Mientras tanto, Codina sigue recordando a aquel muchacho “que no era como los demás” en esa urbe cubana de enormes contrastes: La Habana, ciudad que hoy es solo un pálido reflejo de sus años de fulgor, donde se cruzaron las vidas del urbanizador de importantes proyectos en el sur de la Florida y la del “constructor” de grandes sueños de miles de profesionales que han pasado por las aulas de la institución más emblemática del condado Miami-Dade.