lunes 25  de  marzo 2024
CUBA

Oficios estrafalarios abundan en La Habana

 En una callejuela a medio asfaltar, estrecha y polvorienta, muy cerca de un viejo matadero de reses con un cartel desteñido que anuncia “Socialismo o Muerte”, vive Reinerio, un señor que además de reparar cremalleras (zippers) y sombrillas, vende calandracas (carnadas para pescar).

LA HABANA.-IVÁN GARCÍA
Especial

En una callejuela a medio asfaltar, estrecha y polvorienta, muy cerca de un viejo matadero de reses con un cartel desteñido que anuncia “Socialismo o Muerte”, vive Reinerio, un señor que además de reparar cremalleras (zippers) y sombrillas, vende calandracas (carnadas para pescar).

En una sala oscura reposa un piano sin afinar y una cotorra muda bebe agua con desgano de una lata de refresco cortada a la mitad. En un rincón, tirados al bulto, una montaña de paraguas, pantalones y bolsos esperan para ser reparados. Con unas gafas de tosca armadura, Reinerio destraba con pericia el zipper de una cartera.

“Mi oficio es típico de países pobres, donde la gente por necesidad debe reciclar las cosas y extender su uso hasta lo imposible. Parece una bobería, pero muchos bolsos, paraguas y pantalones no pueden ser utilizados cuando se le estropea la cremallera o se parten los flejes de la sombrilla”, comenta en un tono didáctico.

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El hombre sabe de todo un poco. Reinerio vive de resolverle problemas a la gente. “Unos pesos por aquí, otros por allá, nunca es suficiente, pero me siento orgulloso de reparar cosas que pensaban tirar al cesto de basura”, comenta, mientras despacha medio kilogramo de calandracas a unos chicos del barrio.

Por las calles de la Cuba republicana, una legión de vendedores se anunciaba con originales pregones o sonidos, como los amoladores de tijeras y cuchillos, tamaleros, heladeros...

En 1968, el gobernante Fidel Castro prohibió por decreto los pequeños negocios informales. Dejaron de escucharse los pregones de los vendedores ambulantes y los zapateros remendones pasaron a la clandestinidad.

Luego de que el comunismo ruso fue barrido por la historia, a la isla regresaron oficios rústicos que permiten alargar la vida útil de una fosforera de gas o una maquinita desechable de afeitar.

La Habana tiene más de Macondo, el pueblo fantástico imaginado por el escritor colombiano Gabriel García Márquez, que de urbe moderna. Daniel, repara fosforeras en la Calzada 10 de Octubre, en la capital cubana. “Un amigo que vive en Costa Rica me envía gas comprimido y piedras de fosforeras. Cuando a las fosforeras desechables se les acaba el gas, se pueden perforar por abajo con una pequeña aguja diminuta y se rellenan. No tienen muerte”.

Remberto recupera las maquinitas plásticas de afeitar desechables. “Con un afilador especial le vuelvo a dar filo a las pequeñas hojas de afeitar. La gente me lo agradece, recuerda que un paquete de estas maquinitas puede costar hasta 11 cuc”.   

En cualquier localidad de la geografía nacional, encuentras personas cuyo “negocio” es la compra de envases vacíos de cristal, pomos plásticos, ropa de uso o prendas de oro, ya sea el pedazo de una cadena o un arete suelto. También hay reparadores de colchones, vendedores de santos, figuras de yeso y de paleticas de helado.

José vende bolsas de hielo a cinco pesos. “Casi todo el mundo tiene refrigerador, pero a mucha gente le gusta comprar hielo para hacer batidos, preparar tragos o bajar una inflamación”.

Teresa, una anciana medio ciega y encorvada, complementa su magra pensión de ocho dólares mensuales vendiendo durofríos de frutas a dos pesos. “Los niños me compran una cantidad increíble. Con este calor de espanto siempre es bienvenido un durofrío”.

Rosa, antigua costurera, recolecta toallas y sábanas viejas. Después de recortar las partes más desgastadas, en su vieja máquina Singer empata los pedazos mejores de una toalla o una sábana. "Trato de que los tejidos y colores combinen. Lo que sobra no lo boto, se lo vendo a un reparador de colchones, que lo utiliza como guata".

Durante un tiempo, Luisa “escogía” (limpiaba) arroz a domicilio. "Cobraba dos pesos por cada libra de arroz. Ahora me dedico a bañar y pelar perros, el precio oscila entre 50 y 100 pesos".

Pero nadie es tan popular como Magalis. Aunque su rostro no salió, se volvió famosa cuando la edición digital de Cubaencuentro del 9 de enero de 2009, publicó una foto del exterior de su vivienda y de su ventana con un cartel que decía: “Se sacan piojos y liendras Magalis”.

Probablemente en barrios la capital y en el resto del país se mantenga el oficio de “sacador de piojos”. Hay que tener en cuenta que en Cuba, las altas temperaturas y la falta de agua, champú e higiene del cuero cabelludo, propician la aparición de estos insectos.

La Habana parece un bazar gigante de oficios estrafalarios. En las esquinas, carretilleros ofertan aguacates, boniatos y plátanos burros. Y por doquier, ancianos vendiendo maní tostado y cigarrillos sueltos.

La nigromancia ha provocado una explosión de cubanos enrolados en la santería. Dunier dejó el primer año de bachillerato para dedicarse a vender animales utilizados por los babalaos en sus ceremoniales.

Eulalia, con una indumentaria de varios colores, ha hecho de las barajas españolas un medio de vida. Con ellas “consulta” a transeúntes en la concurrida calle Obispo, en la parte antigua de la ciudad.

“La gente quiere escuchar buenas noticias: que le va entrar dinero, van a poder viajar al exterior o se van empatar con un yuma [extranjero]. Por avizorar el futuro cobro 20 pesos; a los, turistas dos cuc [50 pesos]”. Y con la agilidad de un jugador profesional de póker, despliega un mazo de naipes.

En la capital también son habituales los “buquenques”, reconvertidos en “gestores de pasaje” por la burocracia oficial. Estos tipos se dedican a organizar las colas de personas que esperan taxis privados. Reinaldo gana 200 pesos diarios en la Avenida de Acosta, voceando y buscando clientes en la ruta Víbora-Vedado, dos barriadas de la capital.

La escasez de agua en muchos barrios habaneros ha provocado la proliferación de “aguateros”. Niosber es uno de ellos. Llegó a La Habana hace seis años, huyendo de la miseria rural y la falta de futuro en un caserío montañoso de Santiago de Cuba, en el oriente de la isla.

"Lo de aguador me viene por herencia. Mi padre fue aguador en los cañaverales. Y ahora mi hijo mayor y yo nos dedicamos al negocio de vender agua", señala, sentado en el portal de una bodega apuntalada.Niosber utiliza de carretilla un armatoste primitivo con ruedas de cajas de bolas y dos tanques plásticos azules que alguna vez fueron de aceite vegetal, reciclados como depósitos de agua.

"A las cinco de la mañana me llego con mi cachivache a un surtidor de agua que hay al costado de un antiguo centro deportivo en la barriada La Victoria. Cada día recorro tres o cuatro kilómetros desde el solar donde vivo. Cobro 50 pesos por llenar un tanque de 55 galones. Tengo más demanda que oferta", apunta.

Hay que ser demasiado creativo para etiquetar como pequeños empresarios a personas que de manera clandestina o legal sobreviven trabajando en oficios informales.

Por toda La Habana pululan músicos ambulantes que arman una serenata mientras los turistas cenan, tipos que arreglan cremalleras y paraguas como Reinerio o que sacan piojos como Magalis.

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