domingo 2  de  febrero 2025
ANÁLISIS

Confesiones desde la moto

María Corina: secuestro, valentía y convicción en su misión por la libertad y el renacer de Venezuela

POR: Carlos Uzcátegui - El día llegó, estos cinco meses me hicieron sentir como Ana Frank, claro que yo pude tener conexión con el mundo gracias a la tecnología. Todo estaba saliendo según lo planeado, hasta que un imprevisto se hizo realidad.

Fueron cinco meses conversando con lo más profundo de mis memorias. Mi mamá, mis hijos, mi papá. Toda mi vida se resumía en un puñado de fotos que se desvanecían cuando entraba un mensaje de Whatsapp de España de un periodista, de Argentina de una influencer, de Estados Unidos de una cadena de TV.

Dios mío a qué hora pasó todo esto. No he hecho sino pensar. Tantas vidas sobre mis hombros, tantas ilusiones, tantos rosarios cargados de lágrimas y emociones, los abrazo todas las noches.

Mis recuerdos, la monja de Mérida, la travesía del Apure en curiara, los motorizados de Acarigua. Los niños soñando con el regreso de sus padres que viven más allá del mar.

Dios mío ayúdame a comprender la frustración de la gente que no acaba de ver el mapa completo. También te pido que me des la sabiduría para no sembrar una falsa esperanza.

El ego trata de traicionar mi convicción de libertad. Mi círculo interno trata de filtrar lo que me llega. Son millones de mensajes, la causa se ha vuelto universal y eso me deja espacio para continuar mi misión.

Lloro mucho, de emoción , de dolor y de frustración también. Pero me levanto, mi vida no se puede ir como una rueda sin destino. Veo con espanto lo que sería de mi patria sin la fuerza que mi mensaje inspiró en muchos. Estoy comprometida. Cada abrazo, cada voto, cada like importa en esta misión.

La falta de sol me ha hecho palidecer, apenas lo noté cuando me vi ayer. No importa, solo le pido a Dios otro día, para todos ver el nuevo despertar de mi montaña amada sin sombra de muerte a su intenso atardecer. Rosada de libertad.

De Petare a la Pastora, quiero ir con todos cantando a Caracas, libres al fin.

Lo de hoy fue épico. Lo del 9E quiero decir si alguien me lee después. Exponerse delante de la gente que lo da todo por Venezuela no tiene precio.

La calle de nuevo está allí, las banderas y la cara de miedo de todos allá abajo, maquillando sus rostros con sonrisas que sacan del subsuelo del corazón. No tiene precio.

Que fe tienen, cada vez que alguien me cuelga un rosario siento que oigo a la Virgen, madre de Jesús “Eres tú la portadora de la esperanza de este pueblo”.

Coño ¡esta misión no se puede perder! me repito permanentemente cuando la duda me asalta.

Me colé en medio de todos, sin chaleco antibalas. Mis asesores me dicen que lo use pero no sería yo. Soy una mujer de blue jean, forrada de franela para que la gente vea como vibra mi ser.

El 9E fue muy corto el momento con la gente. Las redes de internet estaban cortadas, el bloqueo del régimen se imponía al sueño de millones dentro y fuera de la patria.

El enemigo es fuerte y perverso, solo la convicción de la razón nos mueve a seguir.

Súbitamente las alarmas se activaron, era el momento de partir, a pesar de mi miedo, que pensaba dominado, me dieron la señal de la huida planeada.

El ruido no me deja recordar los segundos que pasaron. Fue todo muy rápido cuando estaba montada en la moto ¡Agárrate María Corina, la vaina está caliente! Dale Beto con toda, fueron mis palabras con él. Encapuchada, me agarré lo más fuerte que pude para sentirme segura.

El ruido era impresionante, el calor del asfalto más la adrenalina de la injusta persecución, el motor a toda marcha, las motos del servicio de inteligencia eran más poderosas que la de Beto, en ese momento su habilidad no era argumento suficiente. Me sentí derrotada.

Por un instante recordé tardes felices del ayer, cuando escapaba por esa misma autopista en moto, a Puerto La Cruz a pasar un fin de semana de sol y alegría.

Casi llegábamos a Petare, allí había un grupo de ciento veinte motorizados listos en la redoma para generar confusión y mezclarnos en medio de ellos, así estaba planeado ese escape.

Llegando a Boleíta sonaron percusiones, ya los zamuros de las fuerzas opresoras nos habían atrapado: ¡Para Beto! tenemos que salir vivos, la muerte no vale. En ese momento, una bala pasó rozando por mi pierna e hirió a Beto. La sangre empezó a manchar la calzada de nuevo.

Los rosarios funcionaron, nada fue a mayores.

La confusión reinó en ese instante. Ruido de armas, gritos, mucha rabia en el ambiente, un helicóptero zumbaba sobre La Carlota, Beto en el piso sangrando y yo siendo apresada por dos zamuros que miraban con miedo, poco convencidos de su misión, mientras su jefe marcaba con desesperación a su mandante: Capitán, tenemos a Cobra dos con nosotros.

No podría explicar el terror que viví en esos minutos, ganaron, pensé por un momento. Tendría que esperar el milagro.

Lo imaginé muchas veces, estaba entre las cosas que podían pasar. Una cosa era preverlo y otra vivirlo. Me pasó la película de mi vida por cuarta vez esa tarde. Dios mío esto no puede ser el final, pensaba. Mi infancia, mis amigas , el colegio, la universidad, mis hijos, Súmate, la amistad, la traición, lo mejor y lo peor se repetía como una historia sin fin.

En ese instante me cuestioné de nuevo por las preguntas de mis hijos. Cada día los llamo y les pido perdón en nombre de una historia que aún no conocen como yo la imagino. Ellos dicen que perdonan mi locura. Se que me entenderán y espero abrazarme de nuevo con ellos cuando la historia aplauda los sacrificios que hemos asumido.

Regreso al secuestro.

Ya con los secuestradores, me montaron en una moto en medio de dos zamuros armados hasta los dientes. Minutos después la motocicleta del jefe se adelantó a la moto que me llevaba secuestrada: Se acaba la misión por órdenes de arriba, gritó. La moto se orilla, el jefe visiblemente disgustado dice: La orden es que grabes un video dando fe de vida y te vayas pal carajo Cobra dos.

Visiblemente enojado por la contraorden, usó su celular y grabó el tristemente célebre video. Fui lo menos expresiva posible para que el mundo entendiera.

Cuándo llegué a mi caleta de nuevo, uno de los motorizados que me acompañaron se percató del dron que nos siguió. Lo que hicimos y adonde fuimos de allí en adelante lo revelaré después.

Al llegar al sitio alterno que estaba planeado, me paré frente al espejo, me miré a los ojos y en ese momento sentí todo el miedo que he debido sentir desde que nací, en un solo instante. Tenía las piernas moradas, el pantalón roto, un ojo golpeado, el hombro falseado, y el alma respirando la arena del suelo. No podía más.

La solidaridad del planeta fue clave, tanto tiempo explicándole al mundo nuestra razón de ser valió la pena. Hubo días donde di más de ocho entrevistas. Los políticos más importantes del hemisferio han sentido nuestro clamor. Los mejores influencers en inglés y en español replicaban en sus redes nuestra misión. Funcionó.

Sin embargo me sentí extraña cuando me trajeron mi celular y revisé de nuevo las redes sociales. Muchos mensajes de amor y agradecimiento, gracias por ello. Y otros mensajes de angustia y duda. Cuándo los leo pienso por un momento, que esta lucha no vale la pena, me duelen más que los raspones consecuencia del secuestro.

Cargo en mi conciencia el sueño del país que me dio el amor, los sueños de retorno de millones, más dos mil presos, periodistas detenidos, amigos, compañeros de lucha, el padre de los nietos de Edmundo; todos ellos han creído en mí mensaje, en la libertad , en una Venezuela libre y de misión probada.

Al borde de la duda, veo mi blue jean roto y recuerdo a los que perdieron su libertad o la vida por esta causa y me repito: María Corina tienes que seguir echándole bolas, es hasta el final, y esto va más allá de tu propio final.

¡Viva la libertad!

Seguimos , vuelvan caras ¡Dios está con nosotros!

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