Rafael Buenaventura también vive solo. Posee un inmenso apartamento en el corazón de San Isidro, con vistas a un parque privado. Ha gastado fortunas en piezas de arte. Se lo ha recargado de arte y buen gusto el decorador más refinado de la ciudad, Amado Nieves. Rafael ha gastado más dinero decorando el apartamento que comprándolo. Todo allí adentro brilla, refulge. Todo está impecable y parece estar en su sitio. Todo se encuentra dotado de las máximas comodidades de la modernidad. Rafael protege su privacidad con modales de ermitaño. Aprieta botones desde un control remoto y caen las persianas que oscurecen la casa y lo inducen a dormir hasta bien pasado el mediodía. Toma no pocas pastillas para dormir. Bebe whisky y mucho café. No fuma. Se aplica cremas de lujo. Tiene la piel tersa de un bebé. Se cuida mucho, pero no va al gimnasio, no hace deporte. En pocos años cumplirá cincuenta. Ha tenido novias famosas y no tan famosas, todas lindas, guapas, espléndidas, modelos de revista, y a muchas de ellas las ha dejado cuando lo presionaron para formalizar el compromiso y anunciar casamiento. Rafael no ha querido casarse, no quiere casarse. Le gusta vivir solo y salir en las revistas como un solterón codiciado. Le gusta su fama de millonario excéntrico que no ahorra en darse la gran vida. Le gustan los relojes carísimos, los autos más lujosos. Le encanta pasearse con guardaespaldas de saco y corbata. En raras ocasiones ha tenido que pelearse a puño limpio, dejando inconscientes a sus adversarios. Es una bestia, un animal para pelear. Nació así, es un toro. Lo es también para copular, fornicar, poseer a las mujeres. Les hace tres polvos en una hora y las deja exhaustas.
Fátima Luque viuda de Buenaventura, la madre de Rafael, es muy religiosa y ve con creciente desasosiego que él no quiera casarse ni tener hijos. Cuando está con ella, Rafael se vuelve muy religioso, tal vez para complacerla. Cuando está en la cama con sus novias de ocasión, ya no es tan religioso, por supuesto. Pero él siente la presión de su madre y no quiere defraudarla. Es hijo único. Fátima Luque ya es octogenaria. Rafael no quiere que ella se muera con la pena de no haber tenido un nieto. Por eso se pregunta a menudo si debe sucumbir a las presiones de su madre, casarse y darle un nieto, o si debe seguir siendo egoísta, porfiado, inconquistable, y no rebajarse a la vulgaridad de casarse, fundar una familia y depender de los caprichos y antojos de una esposa más o menos díscola, engreída. Ve el matrimonio con espanto, tal vez porque sus padres nunca se llevaron bien. Piensa, presiente, intuye que, si se casa, será desdichado, condenadamente infeliz. Pero, por otra parte, no quiere decepcionar a su madre.
En las fiestas navideñas, Rafael lleva a la casa de su madre, una añosa mansión en San Isidro, a Mariana. Los novios se han conocido recientemente. Se llevan bien. Mariana le ha pedido que vayan juntos al gimnasio y él ha accedido, algo renuente. Rafael no está nada gordo. Lleva una dieta estricta. Está en su peso ideal. Come poquísimo, nada de azúcar. Vive de cafés, whisky y muy esporádicamente un pescado con ensalada. Fátima conoce a Mariana, le hace preguntas, inquiere sobre su religiosidad. Mariana le dice que es creyente, que va a misa todos los domingos, sin falta. Fátima se lleva una buena impresión de ella, y así se lo dice a su hijo. Además, coinciden en sus opiniones políticas, ambas apoyan al presidente de turno. Mariana va vestida de un modo formal y recatado, a la antigua, con un vestido negro, largo, que a Fátima le parece muy apropiado, nada de pantalones ajustados ni escotes excesivos. Rafael queda tan contento con aquella cena navideña que invita a Mariana a pasar el año nuevo en Nueva York. Viajan, por supuesto, en primera clase, se hospedan en los mejores hoteles, se agasajan con grandes banquetes. Por las noches, duermen poco, pues Rafael es un toro y hace el amor dos y tres veces. No usa condón, detesta ponérselo. Mariana se ha sacado el anillo protector vaginal. La noche de año nuevo, le advierte a Rafael de que está sin el anillo vaginal, pero él ha tomado bastante whisky y no consigue refrenar su desmesurado apetito erótico y la posee una y varias veces, sin tomar precauciones. Al día siguiente, teme que Mariana esté embarazada y por eso le pide que tome la píldora del día siguiente. Pero ella le dice que no, que es religiosa, que no puede tomar la pastilla del día siguiente porque es abortiva. No pasa nada, no te preocupes, no estoy embarazada, dice ella. Rafael insiste, pero no la convence. Los días prosiguen, felices. Mariana no toma la pastilla. Espera a que le venga la regla. Pero la regla no llega. Llegan, sí, días de inquietud y desasosiego, de ansiedad y nerviosismo. Hasta que, ya de vuelta en Lima, Mariana le dice a Rafael que está embarazada. Como él es religioso, aunque no tanto como su madre, no se le ocurre ni por un segundo pedirle que interrumpa el embarazo. Antes bien, se alegra y lo atribuye a una decisión de Dios. Piensa: es un milagro de Dios, una bendición de Dios, Él ha querido darme un hijo con Mariana, qué maravilla, qué alegría. Mariana también se alegra mucho, a pesar de que sólo ha conocido a Rafael hace dos meses. Rafael no tarda en contárselo a su madre Fátima. Ella recibe con júbilo la noticia. Es un milagro de Dios, sentencia. Dios te ha mandado este bebito, hijo mío. Es una luz de amor y felicidad que guiará tu vida, Rafaelito.
Rafael y Mariana acuden a casa de Fátima Luque a tomar el té y celebrar la buena noticia. Ella le pregunta a Mariana a qué se dedican sus padres. Mariana responde:
-Mi papá es policía.
-¿Policía? –se sorprende Fátima.
-Sí, coronel de la policía –dice Mariana.
Fátima queda levemente ansiosa, preocupada. Policía, qué raro, piensa. Nunca imaginé que sería consuegra de un policía. ¿Será policía en actividad o ya retirado? ¿Me habrá parado alguna vez por pasarme un semáforo en rojo? ¿Lo conoceré? ¿Será un policía honrado o uno más de los tantos coimeros que abundan?
-¿Tus papás van a misa? –pregunta Fátima.
-Sí, todos los domingos –responde Mariana.
Para halagar a su novia reciente y bien pronto embarazada, Rafael convence a su madre de invitar a cenar a los padres de Mariana. Fátima no duda en ofrecer su casa para agasajarlos. Se muere de curiosidad de conocerlos. Le intriga cómo será el coronel de la policía. Fátima es una señora octogenaria, no usa las redes sociales, no sabe cómo buscar fotos de la familia de Mariana, del papá policía. Pero se ocupa, sí, de cuidar todos los detalles para dar una cena grandiosa, a la altura de su reputación de gran dama y señora de alta sociedad, benefactora de los humildes y filántropa de causas sociales. Contrata a una señora, la afamada Martita Ayala, para que sirva exquisiteces, los mozos de Martita se visten de ocasión, todo está listo para celebrar el embarazo de Mariana y conocer a sus padres.
Por suerte el policía no llega a la cena vestido de policía, es un alivio para Fátima verlo ataviado de civil. Pero su primera impresión, aunque no la comenta con nadie, ni siquiera con su único hijo, es dura, áspera, hostil. Es un policía que tiene cara de policía, se dice a sí misma. Fátima Luque viuda de Buenaventura no se lleva bien con los policías. Los detesta. Aborrece que la detengan, que le pongan multas, que le fastidien la vida con sus absurdos rigores burocráticos y sus alientos a pisco y cebolla. Examina al policía meticulosamente y algo no le gusta de él. No está a la altura de mi familia, piensa. Es cholo, pero cholo con actitud ganadora, cholo blanco, bien plantado. Es un cholón presumido y bien vestido, pero cholo al fin y al cabo. Me fregué, voy a tener un nieto cholito, qué le vamos a hacer, es la voluntad de Dios, que no es racista como yo, piensa. A mal tiempo, buena cara. Pero, además, a este policía yo lo conozco, yo le he visto. Dónde lo he conocido, por Dios. Cómo me falla la memoria. Ya, ya, ya me acuerdo, a este policía cholón bien vestido lo he conocido en casa de los Marcano, era la seguridad de los Marcano, era el guachimán de lujo que en sus ratos libres les cobraba a los Marcano dándoles protección para que no los secuestraran. Cómo es la vida, mi Rafael, mi Rafaelito Buenaventura, ha terminado enamorándose y embarazando a la hija del guachimán de los Marcano, el coronel Gustavo Arribas. Cómo ha cambiado el Perú, mi Perú. Ahora los policías y los guachimanes progresan, suben por la escalera social y entran a formar parte de mi familia, quién diría. Dios, dame paciencia, dame bondad, ayúdame a tratar bien al policía Arribas.
Rafael Buenaventura está encantado, enamorado, absorto en su propia felicidad. Mariana Arribas se siente querida y está segura de que será dichosa con Rafael. Los padres de Mariana, sobre todo el coronel de la policía, sienten que su hija tan querida, mal que mal, se ha asegurado un buen pasar. Aun si la cosa no funcionara con Rafael, tendrá un hijo con él, y Rafael tiene un montón de plata, así que por ese lado se sienten tranquilos, seguros. Mariana siempre ha querido llegar a lo más alto y lo ha logrado, piensan sus papás, mientras disfrutan de los manjares que les ofrecen.
Cuando Mariana y sus padres se retiran, Rafael le pregunta a su madre qué impresión se llevó de ellos.
-Se ve que han salido de abajo –dice Fátima-. Se ve que son de extracción humilde.
Rafael encaja el golpe y se queda callado.
-No me gusta el policía –dice su madre-. Más confío en los ladrones de bancos –añade, pícara.
Rafael tuerce el gesto.
-Pero es la voluntad de Dios, mamita –dice.
-Alabado sea el Señor–dice Fátima, y eleva una plegaria por la salud del bebé en camino.