El chavismo -hoy representado en el régimen de Nicolás Maduro- como toda dictadura, plantea los procesos electorales, siempre que pueda ganar. Para ello se vale de una estructura electoral que ha creado para favorecer al poder.
El chavismo -hoy representado en el régimen de Nicolás Maduro- como toda dictadura, plantea los procesos electorales, siempre que pueda ganar. Para ello se vale de una estructura electoral que ha creado para favorecer al poder.
Es por ello que con cada proceso se repiten variables de ilegalidad, abuso de poder, incertidumbre, falta de garantías, ventajismo. Así son las elecciones en dictadura, y ante eso siempre debe existir la denuncia, no para atacar a quien participa en un cuestionado proceso, sino para quien hace la trampa.
El pueblo venezolano sorteó todo tipo de obstáculos para votar contra la dictadura, quiso torcer una realidad que lo mantiene oprimido en un país sumido en su más grande crisis económica y social; pero la estructura para la trampa se impuso.
Desde el ilegal llamado realizado por la inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente, este desenlace era parte de lo previsible. El proceso fraudulento incluyó el impedimento o la obstaculización para votar de al menos un millón de electores en centros históricamente favorables a la oposición; además cerca de 700 mil venezolanos fueron migrados de sus centros de votación 48 horas antes de la elección; parte de los electores fueron afectados por violencia e intimidación; se registraron votos nulos que debieron haber sido adjudicados a la oposición y se dejó abierta la posibilidad de votos múltiples, así como las prórrogas irregulares luego de la hora del cierre legal de votación. Son solo parte de las irregularidades.
Ante tal panorama, la comunidad internacional ha tenido una lectura ajustada a la realidad. El Grupo de Lima, con las 12 naciones latinoamericanas que la integran, Colombia, la OEA - en voz de su secretario general Luis Almagro-, EEUU, Canadá, Francia, han cuestionado los resultados y han pedido elecciones justas y libres. Ni más ni menos, ese es el objetivo, y sin presión popular e internacional no será posible.
El reto opositor vuelve a ser tener una respuesta unitaria frente al previsible escenario. Urge un diálogo verdadero pero entre los factores opositores, que les permita responder con fuerza y con un solo mensaje ante la tiranía. Recuperar derechos esenciales como el de tener acceso a la salud, a la alimentación y a vivir en libertad y democracia, está por encima de cualquier interés particular. La “pelea” es contra la dictadura no entre quienes la enfrentan.