Señalaba en mi artículo anterior que, poco a poco, la oposición venezolana está captando los puntos esenciales de una estrategia que hasta ahora no ha tenido y que ha fortalecido en el poder al chavismo.
Señalaba en mi artículo anterior que, poco a poco, la oposición venezolana está captando los puntos esenciales de una estrategia que hasta ahora no ha tenido y que ha fortalecido en el poder al chavismo.
Prueba de ello es que esa oposición, que hace pocos años pedía una asamblea constituyente, ahora se percata de que es una más de las trampas del sistema para gobernar indefinidamente.
Cuestión más delicada es la de la táctica para convertir en realidad la estrategia destinada a desplazar del poder a Maduro y los suyos. Hasta el día de hoy, no cuenta con ella, pero puede que, como el niño que es lanzado al agua, pueda descubrir más pronto que tarde la manera de navegar en las procelosas aguas del régimen chavista.
Debo señalar de manera respetuosa, pero tajante, que cualquier intento de derribar el chavismo recurriendo a la violencia no sólo constituye una inmensa irresponsabilidad sino también una colosal estupidez.
De hecho, lo peor que está sucediendo en estos momentos es que las protestas se conviertan en una exhibición de violencia por ambas partes –pistolas, por un lado, cócteles molotov, por otro– que no sólo puede ser aprovechada por el chavismo a efectos propagandísticos sino que además sólo puede concluir en un baño de sangre y en una derrota de la oposición.
Cualquiera sabe, a fin de cuentas, que una confrontación violenta precisa de unos medios y un entrenamiento que la oposición no posee ni lejanamente. Sólo cabría entonces esperar una derrota teñida en muertes. La única táctica que puede utilizar la oposición con posibilidades razonables de desarticular el chavismo es la resistencia no-violenta utilizada, entre otros, por Gandhi y Martin Luther King.
Si alguien argumenta que los chavistas no son los británicos, debo recordarle que, a decir verdad, hasta el momento, el chavismo no ha sido ni de lejos tan brutal y represor con la oposición como el imperio británico lo fue con los indios practicantes de la satyagraha. Los británicos perpetraron encarcelamientos, cierres de medios, torturas e incluso matanzas con una profusión que, afortunadamente, el chavismo no ha cometido. Gracias a Dios, Venezuela no ha padecido su matanza de Amritsar y esperemos que nunca lo sufra.
Soy consciente también de que igual que la violencia exige un entrenamiento nada desdeñable lo mismo sucede con la no-violencia.
Tampoco se me escapa que las sociedades católicas, como la venezolana, han ignorado semejante instrumento político durante siglos e incluso padecen de una acentuada incapacidad para concebirlo. Sin embargo, la resistencia civil no-violenta es el único instrumento que puede articular las acciones actuales de manera mucho más lesiva para el chavismo; que puede canalizar de manera fecunda las acciones populares y que puede, al fin y a la postre, acabar desarticulando la capacidad de reacción del chavismo y provocando su salida del poder para no volver jamás.
Si la oposición -de la misma manera intuitiva en que ha ido captando otros principios en las últimas semanas- percibe que ésta es la única táctica realista y la pone en marcha, los días del chavismo estarán contados.
Así será porque la oposición no sólo se habrá deshecho de análisis equivocados, no sólo estará finalmente unida, no sólo tendrá una estrategia clara de acabar con el régimen sino que además contará con el instrumento táctico adecuado. Por eso quizá, sólo quizá, no estemos en el principio del fin, pero sí, Dios lo quiera, en el final del principio.