Los que me sigan en esta columna sabrán que a pesar de mi procedencia, soy muy crítico con la actuación de los políticos españoles sobre Cuba, tanto del PP como del PSOE. Hay que explicar que desde el inicio de la etapa democrática en España, la percepción de la dictadura cubana siempre ha estado edulcorada como consecuencia del marketing revolucionario.
Si para la izquierda Fidel y el Che siempre fueron un referente (mirando hacia otro lado en el tema de los derechos humanos), laderecha siempre ha actuado con complejos a la hora de manifestarse contra una dictadura comunista que ha sabido vender eficazmente sus medias verdades sobre la sanidad y la educación.
Felipe González fue el primero en alardear sin pudor de sus buenas relaciones con el comandante barbudo. Las hemerotecas están repletas de las imágenes de los abrazos de su idilio en medio de la neblina provocada por los habanos que compartían. Amigos de comilona y tertulia sin reproches. Tan buena sintonía había que a Felipe se le olvidó recordarle a Fidel que una salida democrática para la isla era condición indispensable para continuar su luna de miel.
Si al PSOE, por cierta afinidad ideológica e histórica le fue difícil tener una posición de firmeza frente al castrismo, era de esperar que la derecha, encarnada en el PP, si diera algunos pasos para presionar al régimen de La Habana. Pero ahí apareció Manuel Fraga, exministro de Franco, como presidente de la Xunta de Galicia y paisano del padre de Fidel, cuya familia proviene de una aldea lucense, para continuar con los viajes y los achuchones. Recuerdo el malestar que a mediados de los 90 causaba en la sede de Génova del PP en Madrid la buena relación “castrofragista”. Yo por aquella época era corresponsal de Antena 3 en Santiago de Compostela y tenía una semana sí y otra también el encargo de preguntarle a don Manuel sobre el malestar de Aznar sobre sus guiños a la revolución verde olivo. Además de sufrir las regañinas del departamento de prensa de la Xunta, en una ocasión el huracán Fraga me dio literalmente un empujón cuando micrófono en mano le cuestioné sobre sus amistades peligrosas: “No tengo nada más que decir”, era su frase favorita.
Esta semana, hemos conocido que el expresidente Zapatero y su escudero Moratinos departieron amablemente con Raúl Castro a espaldas del Gobierno de Rajoy y que, además, se comprometieron a ayudarle a que EEUU saque a Cuba de la lista de países que amparan el terrorismo. La amnesia de Felipe es hereditaria y a los dos socialistas se les olvidó que uno de los motivos por los que Cuba esté en esa lista es por haber sido un santuario de terroristas etarras. Qué manera tan curiosa de defender los intereses de España, que seguro tenían el color de los billetes de euro.
En la puerta, José Manuel García Margallo, ministro de Exteriores del PP, “con un ataque de cuernos”, llamaba “desleal e inoportuno” a ZP. Lo triste es que su enfado no es por el contenido de la reunión. Lo que no acepta Margallo es que él no fue el invitado de Raúl. Tal para cual. La relación con Cuba es una asignatura pendiente para PP y PSOE.