domingo 17  de  marzo 2024
DELINCUENCIA

Los rateros plagan La Habana ante la pasividad policial

LA HABANA.- El número de hurtos tanto en tiendas como en casas privadas va en aumento mientras que las autoridades no diseñan ningún plan de acción

 


 

LA HABANA.- Policía cubana ( Foto EFE) 

Iván García / Especial DLA

La señora gorda y locuaz de una desvencijada bodega de comestibles y cigarros en el barrio habanero de La Víbora, no se puede etiquetar de negligente. En la pequeña y oscura bodega pintada de color gris sobran los barrotes y candados. 
“Es que me han robado tres veces de madrugada, para llevarse sacos de arroz, galones de aceite y un cajón de cigarros fuertes. Por robar, han cargado hasta con el menudo de la caja”, explica.

La audacia de los rateros crece. Hace una semana, la bodeguera, adormecida por el calor de plomo, el ronquido de un anacrónico ventilador de la era soviética y la apacible música de una grabadora colocada encima de unos sacos de azúcar prieta, no se enteró en qué momento cargaron con la grabadora y una rueda de tabacos baratos.

“Los rateros de la zona son unos linces. Cuando desperté, la grabadora había desaparecido. La Policía no resuelve nada. Te dicen que no tienen recursos y que el polvo para huellas dactilares sólo se dedica a casos importantes. A veces los bodegueros somos los sospechosos, pues los autorobos se han vuelto habituales, para justificar faltantes”.

En el Reparto Sevillano, a un kilómetro y medio de la bodega, en un callejón estrecho y sin aceras, a tiro de piedra de Villa Marista, cuartel de la temida policía política cubana, pasada la una de la mañana Josefa veía un culebrón brasileño en su tele de plasma de 32 pulgadas.

Sintió un ruido en el patio, pero pensó que serían los hambrientos gatos que merodean por el vecindario, a la caza de sobras de alimentos. Pero eran cacos. 
Mientras Josefa seguía la trama de la novela, a cargaron con dos toallas de uso, un jean recién comprado de su hija, una lycra negra y una escoba. “Aprovechando que los patios de las casas son colindantes, fueron robando en cadena en varias viviendas. Se llevaron ropa mojada de las tendederas, zapatos y hasta un saco de naranjas. La Policía, bien gracias”.

Objetivo: cualquier cosa

El jefe de Sector -en Cuba en todos los barrios hay un policía encargado de velar por la tranquilidad ciudadana- aseguró que estaban investigando el caso. “Es una banda de rateros. Desde hace un tiempo se dedican al pillaje en la barriada. Estamos tras ellos”, dijo, más para consolar a los vecinos que por eficacia policial.

A pesar de que La Habana es una ciudad repleta de rejas en puertas y ventanas y cercas perimetrales que fortifican las viviendas y negocios particulares, los ladrones aprovechan el menor descuido para robar incluso artículos de escaso valor.

“Se llevan bombillos, sillones del portal o los balcones y macetas con plantas. Siempre me pregunto si vale la pena robar artículos que pueden costar un puñado de pesos en el mercado negro, arriesgándose a que los atrape la Policía”, dice Daniel, encargado de un edificio al que innumerables veces le han robado los bombillos de la escalera.

Fernando, investigador policial, considera que esos hechos delictivos lo suelen cometer jóvenes desocupados, alcohólicos incurables, mendigos y dementes. “Ése suele ser el perfil. Los ladrones que se respetan roban cosas de más valor”. 

Una "tradición" revolucionaria

Robar en Cuba es un hábito que se enraizado entre la gente como el marabú en el campo. Forma parte de la colección de valores negativos que trajo la revolución de Fidel Castro. 
La escasez material y de comida ha provocado que robar sea un verbo aceptado displicentemente en la población. Se roba cualquier cosa, a cualquier hora y en cualquier lugar. Es una percepción popular que robarle al Estado no es robar. 

“Ellos se han pasado 55 años pagando salarios miserables. Prometiendo niveles de vida dignos y una sociedad próspera. Por eso la mayoría de la gente que trabaja en lugares donde hay bienes o alimentos se los lleva”, confiesa Gustavo, quien ha montado un negocio paralelo con los tabacos que hurta de su empresa.  

Todavía por las calles de La Habana usted puede caminar y sentir la seguridad de que no será asaltado a punta de revólver o le encajarán un tiro en la cabeza para robarle su auto o su moto, como sucede en Caracas. 
Pero debe estar atento para que un ratero no intente despojarle de una cadena de oro o sustraerle la billetera en una parada de ómnibus. Y es que, si hablamos de ladrones, estamos rodeados.

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