martes 4  de  febrero 2025
LOS SOVIÉTICOS

Cuba y las huellas de los rusos

Los rusos demostraron gran pericia en la reventa de productos que compraban en sus mercados especiales y que eran inaccesibles para los cubanos de a pie
Por CUBANET

LA HABANA, Cuba. — A menudo escucho a muchos compatriotas comentar el contraste entre los rusos que vienen hoy a Cuba —similares a los turistas de otros países desarrollados— y los “camaradas soviéticos” que arribaron a principios de los años sesenta, a los cuales, burlonamente, por su aspecto y sus modales desmañados, llamaban “los bolos”.

Más que a los soldados del Ejército Rojo —casi invisibles de los ojos de los civiles, ocultos como estaban en bases militares súper secretas—, los primeros soviéticos que conocimos fueron los técnicos que envió el Kremlin en nombre de la solidaridad internacionalista para entrenarnos en el uso de sus maquinarias y equipos. Entonces, empezábamos a internarnos en la economía centralizada y la planificación comunista.

A los cubanos, tan presumidos como éramos (pendientes de la moda y familiarizados con el american way of life), nos impresionaron muy desfavorablemente aquellos técnicos rusos, con aspecto de palurdos, que vinieron acompañados de sus mujeres con dientes de oro y vestidos de flores estampadas. Para espanto nuestro aquellas damas no se depilaban las piernas ni las axilas.

Los rusos, instalados en sus barrios especiales, se sumaron al mercado negro cuando arreciaron las carencias.

Primero fue el cambalache. Les cambiábamos a los rusos tabacos y ron, aguardiente, o cualquier alcohol que se pudiese beber, por botas, camisas de nylon —que nos hacían partícipes de su proverbial peste a grajo sin que pudiese atenuarla el desodorante Fiesta— y latas de leche condensada y de carne que, por entonces, decían algunos malpensados que eran de oso.

Pero luego los rusos demostraron una gran pericia en la reventa —a precios no demasiado elevados— de los productos y artículos que compraban en sus mercados especiales y que eran inaccesibles para los cubanos no pertenecientes a la elite.

Millares de cubanos fueron enviados a estudiar a la Unión Soviética —y varios miles más a trabajar— luego de la incorporación de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en los años setenta. No pocos de ellos encontraron su media naranja en la Unión Soviética y, ya casados y con hijos, regresaron a Cuba.

No fue fácil para aquellas muchachas rusas (y también de otros países de Europa Oriental) adaptarse a la vida en Cuba. Fue no solo el clima caluroso que se les hacía insoportable, sino también las diferencias culturales y de idiosincrasia de los habitantes de una sociedad patriarcal y machista como la cubana.

A todo eso se sumaban, en los muy frecuentes casos de rusas casadas con negros o mulatos, los prejuicios racistas que perduraban en Cuba a pesar de que Fidel Castro afirmaba haber eliminado el racismo.

Con tantas dificultades no era de extrañar entonces que muchos de esos matrimonios fracasaran. No obstante, en la mayoría de los casos, con más o menos tropiezos, lograron conciliar sus diferencias, perduraron y tuvieron hijos, que son esos miles de cubanos con segundos apellidos rusos.

Pese a la amistad eterna prometida en la constitución cubana de 1976, luego de la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y del cese del subsidio millonario del Kremlin al régimen de Fidel Castro, la presencia soviética en Cuba empezó a desdibujarse con tanta rapidez como se inició en febrero de 1960, con la visita del canciller Anastas Mikoyán.

Lo que quedó en Cuba de los soviéticos, a pesar de las tres décadas que estuvimos unidos umbilicalmente, fue poco: los recuerdos de los toscos, pero resistentes aparatos rusos; las películas de guerra de Mosfilm; los automóviles Moskvitch, el vodka Stolichnaya, las latas de carne y col rellena; las hoy fantasmagóricas “zonas de los rusos” en Alamar y Cienfuegos; una catedral ortodoxa con contados feligreses en la Habana Vieja; y chatarra, mucha chatarra.

Curiosamente, los dibujos animados fue lo más perdurable que quedó de los soviéticos. Los acostumbrados a Pluto, el Pájaro Loco y el Pato Donald los considerábamos feos, insulsos y aburridos. El comediante Enrique Arredondo fue castigado por decir que “los muñequitos rusos” eran el castigo adecuado para los niños majaderos. Pero los cubanos nacidos en los años setenta todavía los añoran y se refieren a ellos con nostalgia. No en vano a esos nostálgicos cincuentones o que están a punto de serlo los han bautizado como “la generación de Bolek y Lolek”.

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FUENTE: Con información de CUBANET

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