LA HABANA. - Son la cinco de la mañana. Y en el portal de un edificio pintado con un horrible color ocre, muy cerca de la Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, duermen dos indigentes demacrados y sucios. De almohada usan un bolso viejo donde guardan un jarro de aluminio, una cuchara plástica y un par de camisas requisadas en algún vertedero. A pocos metros, el custodio de una galería de arte fuma indiferente un cigarrillo sentado frente a un piano inservible.
Un camión de basura, después de tres días sin pasar, recoge con palas la inmundicia que la gente arroja a la calle. El agua que sale de las cañerías rotas corre por el bordillo de la acera hasta un tragante tupido. En el banco principal del municipio Diez de Octubre, muy cerca del antiguo paradero de La Víbora, decenas de personas hacen cola para intentar extraer dinero en efectivo.
En la panadería otra cola. Al igual que en la farmacia. Joel, 46 años, enfermero, cruza la calle para no pasar por los bajos de un edificio en peligro de derrumbe. “Todos los días es la misma escena. Mendigos durmiendo en la calle, borrachos, adolescentes drogados con una sustancia que le llaman “el químico”, travestis en retirada después de una noche de faena y gente haciendo cola”. Joel camina alrededor de dos kilómetros hasta el policlínico donde trabaja.
Para ganar un dinero extra, carga con varios paquetes de refresco instantáneo y sazonadores Goya que un vecino con familiares al otro lado del charco le da y con su venta se busca unos pesos. “El trapicheo es igual en cualquier parte. Los médicos a cambio de dinero o víveres tienen su clientela. Los estudiantes extranjeros de medicina también están en el cambalache. Se dedican a revender dólares, pues sus condiciones de vida y la alimentación que reciben son parecidas a las de los reclusos. La cosa está dura para todo el mundo”, indica Joel.
Cuando usted habla con Mirta, ama de casa de 77 años que hace cola desde bien temprano para comprar el pan que asigna el estado por la libreta de racionamiento, comprende la frustración de un amplio sector de cubanos de a pie. “Mi’jo, lo que estamos viviendo es inhumano. Es insoportable. Apagones de un montón de horas y lo que toca por la libreta, siete libras de arroz, veinte onzas de frijoles y cinco libras de azúcar, nunca llega completo o se pasan meses sin que lleguen a la bodega”.
“Nos alimentamos peor que los esclavos. El sistema ha fracasado. Este gobierno es una calamidad. El peor de la historia. El pueblo pasando mil trabajos y Díaz-Canel y su camarilla gordos a reventar. Es un chantaje. Los hijos de los que mandan llenos de dólares y dueños de negocios mientras los cubanos cada día que pasa estamos peor”, afirma Mirta. Para ella, la solución es “que se larguen del país. Pero no lo van a hacer. Mientras tengan al toro agarrado por los cuernos, seguirán extorsionando a los cubanos de aquí y de allá”.
Mirta no cree que la dictadura se derrumbe con protestas callejeras. “Si tienen que sacar los tanques pa’la calle y dispararle al pueblo, lo harán [los represores]. Van a seguir robando y estrujando a la gente y sacarle hasta el último dólar. Dicen que son comunistas, pero cómo les gusta el dinero de los yanquis y su estilo de vida. Cuando emigran siempre van a parar a Miami. Son peor que la peste bubónica. Si no intervienen los cascos azules de la ONU esto va a durar cien años”, vaticina.
Jonathan, estudiante universitario, está convencido de que el cambio en Cuba será “un camino largo y doloroso. Va a demorar hasta que los cubanos queramos. No creo que el sistema sea inexpugnable. El régimen tiene muchas formas de doblegarte. El mejor ejemplo fue el tarifazo de ETECSA. Cuando vieron que públicamente 31 facultades universitarias se opusieron a los abusivos precios de internet, pusieron en marcha la intimidación y el acoso. Es lo único que les funciona, la represión. El gobierno usa a las fuerzas armadas y a la Seguridad del Estado como una guardia pretoriana. El poder ha perdido credibilidad. No tienen ningún argumento para convencer al pueblo”.
Didier, músico, opina que “es un drama lo que estamos viviendo en Cuba. La forma de actuar de esta pandilla es surrealista. Dicen mentiras a granel muy fáciles de desmontar. A base de miedo y autoritarismo tienen al pueblo en el cepo. No sé cuánto tiempo podrán contener el descontento. Lo que sí sé es que están generando un caldo de cultivo muy peligroso entre los cubanos, pues ya ves a personas que piden una intervención militar o hablan de ajustes de cuentas”.
La lista de carencias en la Isla es larga. Más allá de la crisis económica estacionaria, el desabastecimiento general y la bestial inflación, una mayoría de cubanos se sienten estafados y humillados. “Ya jinetear y pedir dinero, alimentos, ropa, medicinas, se ha convertido en un modo de vida. La miseria y el hambre han provocado que muchos cubanos hayan perdido su dignidad. El mayor daño que ha provocado este sistema político es la pérdida de valores cívicos. Costará mucho tiempo recuperarlos”, opina Eulogio, masón.
El tiro al blanco de las críticas está dirigido a Miguel Díaz-Canel, elegido a dedo por el dictador Raúl Castro. Sus frases son objeto de burlas entre los cubanos de a pie y desatan innumerables memes en las redes sociales.
Rogelio, dueño de bar de tapas al oeste de La Habana, considera que Díaz-Canel es un auténtico bufón. “Es un tipo insulso que habla como si estuviera programado por inteligencia artificial. Su voz es muy desagradable. Su narrativa absurda es muy fácil de rebatir. Díaz-Canel es el capataz de los que mandan en la sombra”.
Mark Twain, célebre escritor estadounidense, que algo conocía de la naturaleza humana, señaló que era mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda. El sentido del ridículo de Díaz-Canel parece no tener límites.
