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MIAMI.- Procesar las variaciones del termómetro no resulta nada fácil para el cuerpo humano a pesar de que cuenta con 37 billones de células que trabajan disciplinadamente para mantener, en el límite de lo adecuado, parámetros fisiológicos vitales como la temperatura o el suministro de nutrientes y oxígeno. Ahora bien, el frío suele afectarnos de forma mucho más agresiva que el calor, especialmente cuando llega de repente.
Cuando las temperaturas bajan, nuestro cerebro emite una serie de señales nerviosas a través de la columna vertebral que provocan que los músculos tiemblen, los dientes rechinen, los bellos se ericen y la piel se nos ponga como carne gallina, se trata de un mensaje claro: sentimos frío.
Y es precisamente esa variación en la temperatura corporal la que afecta el funcionamiento del organismo, y por ende, la salud.
Básicamente, el frío provoca una pérdida de calor tan grande y a un ritmo tan acelerado, que el organismo no es capaz de mantener el termostato interno equilibrado, en consecuencia y como mecanismo de supervivencia, se desatan una serie de reacciones que buscan aumentar nuestra temperatura a toda costa.
Cuestión de supervivencia
Una de estas reacciones es la contracción de los vasos sanguíneos con el objetivo de conservar la temperatura corporal a un nivel óptimo, de esta manera nuestro cuerpo concentra de forma automática el flujo de sangre caliente en el centro del cuerpo y restringe su paso hacia las extremidades, lo que provoca esa sensación de hormigueo y entumecimiento especialmente en los dedos y las manos.
Para sobrevivir al frío, también aumenta el grado de contracción de los músculos y las articulaciones. Los primeros se tensan más de lo normal y pierden elasticidad, especialmente los ligamentos y tendones; mientras que las segundas se vuelven rígidas y dolorosas, especialmente en quienes han sufrido algún tipo de lesión.
Además, el consumo a nivel calórico se acelera cuando baja nuestra temperatura corporal, por lo que el organismo reacciona liberando entre un 10 y un 15 por ciento más de energía en forma de calor. Por otra parte, está comprobado que el frío reduce los niveles de serotonina lo que exige una mayor ingesta de alimentos altos en carbohidratos.
Impacto visible
El frío extremo, que implica temperaturas bajo cero, puede provocar cuadros de hipotermia y congelación, condiciones peligrosas, e incluso mortales, pero en el caso de descensos de temperatura menos agresivos, pero igualmente significativos, nuestro organismo también enfrenta una serie de riesgos en materia de salud.
Y es que las bajas temperaturas disminuyen la respuesta inmunitaria del organismo lo que facilitan la aparición de enfermedades que afectan las vías respiratorias como la gripe, la bronquitis, la amigdalitis, la bronquiolitis, y la neumonía. Esto se debe a que el aire frío provoca una mucosidad densa y pegajosa que resulta menos efectiva para deshacerse de patógenos intrusos como los virus.
Además, el frío funciona como agravante de condiciones crónicas, entre ellas los problemas cardíacos, pues para proteger al cuerpo el corazón trabaja con mayor fuerza, y esto incide directamente en un aumento de la presión arterial. De hecho, la Federación Británica del Corazón afirma que las temperaturas frías nos hacen más propensos a los infartos, accidentes cerebrovasculares, y otras alteraciones cardiovasculares.
La contracción de los vasos sanguíneos provocada por las bajas temperaturas aumenta también el riesgo de crisis en personas con la enfermedad de Raynaud, un problema circulatorio que causa el estrechamiento excesivo de las arterias, lo que interrumpe el flujo de sangre hacia los dedos por algunos minutos.
Las bajas temperaturas afectan también la condición de pacientes reumáticos, de los diabéticos, y de quienes enfrentan problemas de depresión. Adicionalmente, ataca con rudeza al órgano más grande del cuerpo humano: la piel, que se convierte en víctima de la deshidratación y el agrietamiento.
Mal con beneficios
Si bien el impacto del frío en el organismo es determinante no todo son malas noticias, puesto que investigaciones como la adelantada por el doctor Denis Blondin, experto en fisiología térmica de la Universidad de Ottawa, en Canadá, las bajas temperaturas también tienen efectos terapéuticos en nuestro cuerpo.
Según su investigación el frío produce vasoconstricción, es decir, disminuye el flujo sanguíneo, lo que reduce la inflamación, la hemorragia, y hasta la sensación dolorosa. Claro, estas respuestas del organismo solo ocurren cuando estamos expuestos a temperaturas extremas.
Cuando baja el termostato, en condiciones más benévolas, uno de los beneficios más reconocidos en materia de salud es la disminución en las afecciones del aparato digestivo que provocan diarreas y vómitos, prácticamente desaparecen, pues usualmente estas son provocadas por microrganismos que se propagan mejor en temperaturas más cálidas y que mueren cuando el aire es frío.
El frío además ayuda a perder peso al activar la pérdida de grasa parda, una sustancia presente en los seres humanos que puede quemar la energía extra que se obtiene con la comida, según confirmó un estudio adelantado por expertos de la Universidad de Sherbrooke, en Quebec, Canadá. Y como si esto fuera poco desinflama, estira la piel del rostro, y nos proporciona un sueño más placentero y profundo.