MIAMI.- Ricardo Arjona abandonó molesto recientemente una entrevista de televisión y se volvió noticia, como casi todo lo que hace. Se sintió agredido por un entrevistador al que casi todos califican como muy buena persona.
MIAMI.- Ricardo Arjona abandonó molesto recientemente una entrevista de televisión y se volvió noticia, como casi todo lo que hace. Se sintió agredido por un entrevistador al que casi todos califican como muy buena persona.
Camilo Egaña es un periodista respetable que intenta siempre abordar temas esenciales con neutralidad y mesura. Es una suerte de conversador. Tiene derecho a preguntar y lo hace con decencia.
Pero ahora hay una tendencia entre los artistas que los limita sobre manera y que viene siendo una estrategia para esconder las armas con las cuales no disponen.
Los creadores suelen desembarcar en los medios de prensa con una amplia comparsa que se encarga de las manualidades. Entre ellos sobresale al menos uno que lleva la peor parte: reprimir cualquier intento de los entrevistadores de abordar cualquier tema que vaya más allá de los esenciales, entiéndase: nombre de la canción, cómo te inspiraste y cuáles son tus redes sociales. La persona que desempeña este ajuste de cuentas a la inteligencia se hace llamar publicista. El género periodístico, supuestamente asumido como forma de diálogo se anuncia como entrevista, aunque esté muy lejos de serlo auténticamente. Simple y llanamente estamos asistiendo a la globalización de la mediocridad.
Pero Arjona es un tipo inteligente, eso nadie puede negarlo. Es un hombre que dice mucho en sus canciones. Debe ser una de las personas que con más suerte ha cursado uno de los talleres más difíciles de la hispanidad musical titulado: “Cómo ser Silvio, Sabina y Serrat al mismo tiempo y no morir en el intento”.
Desde hace mucho, Ricardo Arjona es muy fustigado por sus detractores. Personas que no lo quieren bien y lo hacen ponerse a la defensiva en todo momento, como sucedió en la entrevista presentada por CNN en Español y que quedó trunca.
Cierto es que quienes hacen diana de sus canciones lo juzgan por pretensioso, por estar en ese límite, casi siempre seudointelectual, que confunde al que no lo es, y lo ha convertido en referente inexplicable.
Y esa es una opinión respetable, como también lo es el hecho de que Arjona pueda componer y cantar lo que le dé la gana, como mismo el público puede hacer lo que quiera con sus canciones. A fin de cuentas, las canciones no son de quienes las hacen, sino de quienes las necesitan. Quienes durante todo este tiempo han tenido a Arjona en el pedestal de la canción y la poesía están en su derecho, al igual que otros estamos en el de dejar constancia de que se trata de un sitial sobrevalorado.
Todo esto puede escribirse hoy sin cargos de conciencia porque para nada afectará las manadas de fans que seguirán asistiendo a los conciertos de Arjona, lo cual es un mérito incuestionable, a pesar de su abultada agenda, sus constantes regresos y sus múltiples discos.
Siendo justos, una canción de Arjona puede ser una postal cara en medio del zarrapastroso estado de la lengua. Como mismo una actitud suya puede ser un muy mal ejemplo. La coherencia entre la liberalidad de una obra y el comportamiento público es esencial en todo momento. El hecho de que el cantautor haya querido impedir, de manera grosera, que se le pregunte sobre algo, de forma afable y coloquial, deja mucho que desear sobre su discurso. Me queda claro que antes los pedantes solían serlo por exceso de saber, pero eso era antes. Al parecer ya no es requisito para los pedantes tener idea sobre ciertos asuntos.
Y así en medio de la improvisación y la búsqueda del picante en cada cosa, el objetivo esencial se separa de su rumbo, y se habla de Arjona y su polémica pero no se menciona qué es en sí su disco.
Esta vez, debo decirlo con toda sinceridad, Arjona desembarca con una producción discográfica que suena menos artesanal, más robusta, mucho mejor mezclada e incluso grabada. Dispone de una nitidez la orquestación y las masterizaciones, que permiten disfrutar cada plano sonoro, cada instrumento.
Algo que también se nota es el esfuerzo del autor, por decir de un modo más sencillo, dejando de lado los excesos de ese rebuscamiento que en ocasiones anteriores lo hacen lucir fatuo. No es Circo Soledad un disco que desgrana sus virtudes con una simple escucha, hay que darle más oportunidades. Remiendo al corazón es para los que buscan la perfección, una de esas canciones con oportunidades para integrar el selecto club de las recordables.
Lo demás está por verse. Mis mayores deseos son que al recibo de este álbum sus fans se encuentren bien y puedan recibirlo con el mismo cariño que a los anteriores. A fin de cuentas, ningún disco vale tanto como el derecho supremo que tenemos todos de cuestionar bajo cualquier circunstancia.