El presidente Donald Trump nos tiene acostumbrados a llevar todos los asuntos al límite para después retroceder y de esa forma obtener algunos réditos. Lo hizo con las negociaciones dentro de la OTAN, en el tira y encoje con Corea del Norte, en la que está involucrada China, por cierto. Lo está haciendo con Irán, lo ha hecho con México y Canadá y lo hizo contra el mundo entero cuando dijo aquello de “las guerras económicas son fáciles de ganar”, ahora, al parecer, le toca a China.
La semana pasada anunció aranceles al aluminio y al acero y el jueves firmó un memorando donde se apoya en la sección 301 de la Ley de Comercio de 1974 para instruir al Gobierno a responder a lo que él considera prácticas injustas de China.
¿Qué tengo que hacer cuando ellos (los chinos) le cargan un 25% a nuestros productos y nosotros solo un 2% al de ellos?, se preguntó el mandatario antes de firmar las nuevas medidas.
Es conocido que China utiliza la intimidación a las empresas que desean hacer negocios con ellos para que le revelen los secretos tecnológicos, violando los derechos a la propiedad intelectual y los preceptos de la Organización Mundial del Comercio. Ahora los funcionarios estadounidenses deberán preparar un paquete de aranceles que gravaría hasta el 25% las importaciones chinas en 1.300 categorías de productos, según asesores de la Casa Blanca.
Pero no es algo que pasará de inmediato. La Casa Blanca se deja un tiempo para que los funcionarios recopilen información y propongan una lista formal de las tarifas y, después las empresas estadounidenses tendrán 30 días para comentar sobre el impacto de las medidas. Este período debería servir a China para acercar posturas y evitar el comienzo de la confrontación comercial.
Pero la respuesta de las autoridades del país asiático no se ha hecho esperar. El embajador chino en Estados Unidos, Cui Tiankai, en una entrevista con la televisión estatal del país asiático mostró su enojo cuando calificó las acusaciones de Washington de “infundadas” y “discriminatorias contra las empresas chinas” y advirtió que “si alguien impone una guerra comercial a China, lucharemos hasta el final”.
Pekín reaccionó además, anunciando medidas que apuntan a 3.000 millones de dólares en productos fabricados en los EEUU a los cuales se les impondría nuevos aranceles, esos productos serían algunas frutas, carne de cerdo, aluminio reciclado, tuberías de acero, entre otros.
“Las medidas que informó el Ministerio de Comercio de China son bastante insignificantes, no atacó a los productos más importantes, como la soja y sorgo” explicó un asesor del gobierno chino citado por The Wall Street Journal.
Todo parece indicar que China también quiere dejar una puerta abierta para una segura negociación con EEUU, y no se arriesga a “gastar pólvora en salvas”.
Hasta ahora los dos contendientes han mostrado sus jugadas de apertura. La Casa Blanca se ha colocado en una posición bastante contundente para cumplir una de las promesas electorales de rebajar el déficit comercial entre los dos países, a lo que Trump prefirió llamar “reciprocidad”.
Sobre ello, Claudio Loser, exdirector para el hemisferio occidental del FMI y presidente de Centennial Latin America, le dijo a la CNN que este déficit comercial no es lo más importante, porque EEUU tiene superávit con muchos otros países como la Unión Europea y Canadá y el peligro aquí es la propia guerra de aranceles. No obstante, reconoció que Trump tiene razón en tratar de hacer algo para evitar el robo de alta tecnología de China y de las patentes e inventos estadounidenses y de otros países del mundo.
Por su parte, The New York Times dejó claro que “China es un mal ciudadano. Porque juega con soltura con la propiedad intelectual ajena, estafando tecnologías e ideas desarrolladas en otros lugares, mientras subsidia algunas industrias, donde se incluye la del acero, para ahogar la capacidad de competencia de muchas empresas del mundo”.
De todas formas, el asunto importante aquí no parece ser el déficit, según Trump de 500.000 millones de dólares, ni la cacaraqueada guerra de los aranceles, detrás están los 44 millones de empleos que genera la industria tecnológica en EEUU, muy dependientes de la propiedad intelectual.
Como hemos visto el inquilino de la Casa Blanca juega fuerte, usualmente patea a todo el tablero para volver a colocar las fichas en las posiciones que considera justas. Todo parece indicar que sigue la máxima de apunta a las estrellas si quieres llegar a la Luna.