martes 16  de  septiembre 2025
ANÁLISIS

Entre leyes y elecciones: La paciencia del pueblo debe agotarse

Trump fue elegido para proteger la frontera, revivir la industria y defender la soberanía estadounidense

Diario las Américas | ANDRÉS ALBURQUERQUE
Por ANDRÉS ALBURQUERQUE

En teoría, la presidencia estadounidense es el cargo más importante del mundo. En la práctica, su ocupante está encorvado por un ciclo interminable de elecciones y por jueces que tratan la Constitución como arcilla moldeable según sus propios gustos ideológicos o, dicho sin rodeos, según los de sus titiriteros. La victoria de Donald Trump en 2016 expuso esta contradicción de forma descarnada. Obtuvo un mandato del pueblo estadounidense, pero en casi cada momento su agenda fue frenada, diluida o directamente revocada; no por los votantes, sino por los tribunales y una clase política obsesionada con condenarlo a la derrota; así como con la próxima contienda electoral.

Su segunda presidencia ha sido una repetición a tope. Casi todas las decisiones han sido impugnadas, lo que me recuerda una estrofa de «Sin Cuartel» de Led Zeppelin: «y caminando codo con codo con la muerte; el diablo les azota a cada paso».

Por un lado, Estados Unidos vive en un estado de campaña permanente. Antes de que termine una elección, la siguiente ya está a la vuelta de la esquina. Apenas los presidentes empiezan a gobernar, sus aliados en el Congreso vuelven a la carga; no es de extrañar que no se haga nada en ese "augusto órgano". La continuidad política se desvanece en una quimera: la reforma fiscal, la desregulación, la vigilancia fronteriza; todo está sujeto a las elecciones intermedias, las elecciones especiales, las contiendas estatales y, sobre todo, a intereses especiales que merman la energía y fracturan la columna vertebral de la voluntad nacional. La izquierda explota este ciclo brillantemente, utilizando las contiendas electorales de años intermedios y las iniciativas electorales para frenar el impulso de cualquier reforma conservadora. Pero siempre podemos replicar que la derecha podría haber hecho lo mismo cuando era minoría, y la "pregunta bíblica y eterna" es: ¿por qué siempre vamos por detrás? ¿Por qué siempre somos Abel? ¿Está en nuestra naturaleza? ¿Somos realmente tan honestos y bienintencionados, o simplemente somos menos merecedores del éxito? O, como he llegado a sospechar con más frecuencia últimamente, ¿participamos conscientemente en este siniestro plan? ¿Somos simplemente una pieza más de esta perversa cadena de montaje que solo genera caos y ofusca el juicio popular?

Por otro lado, existe el creciente poder del poder judicial, donde jueces de izquierda gobiernan desde la tribuna a instancias de poderes turbios, instituciones ocultas y fraternidades de izquierda. Bajo el pretexto de la férrea defensa del proletariado se esconde la celosa tutela de los intereses de una élite oscura y menguante. Órdenes ejecutivas sobre inmigración, restricciones sensatas a la ideología radical en el ejército, incluso la desregulación ambiental directa; una y otra vez, estas fueron bloqueadas no por los representantes del pueblo, sino por tribunales que se consideran menos intérpretes de la ley que árbitros del destino político y, sobre todo, como mastines dispuestos a saltar a nuestra yugular a la orden de sus amos. Cada vez más, los jueces, antes aparentemente semidioses, se han vuelto demasiado mundanos, terrenales y mundanos, y ahora están expuestos a pecados viriles. Trump fue elegido para proteger la frontera, revivir la industria y defender la soberanía estadounidense, pero jueces federales en circuitos distantes han sido llamados a actuar como si sus togas les dieran poder de veto sobre la voluntad del electorado.

El resultado es una lección aleccionadora: los presidentes pueden hacer campaña con promesas audaces, pero una vez en el cargo, gobiernan enjaulados. Una vez más, la oposición a Trump siempre ha sido mucho más enérgica que cualquier protesta que hayamos llevado a cabo contra la camarilla. Esto no dice mucho de su militancia; simplemente pone un espejo frente a los rostros temerosos de la gente.

Las elecciones fragmentan el mandato popular en diminutos escombros esparcidos por la opinión pública, mientras que la supremacía judicial lo sofoca por completo hasta su muerte silenciosa. Si Estados Unidos quiere recuperar el principio del gobierno por consentimiento, debe enfrentarse a ambas patologías: una campaña interminable que paraliza el liderazgo y un poder judicial que sustituye la Constitución por sus propias preferencias. De lo contrario, la pregunta solo se agudizará a medida que la paciencia de la gente se agote: ¿gobiernan realmente los presidentes o son meros actores de un espectáculo dirigido por otros tras bambalinas?

Creo que la respuesta a la situación actual se esconde en la letra de No Quarter:

"Traen noticias que deben transmitirse; para construir un sueño para mí y para ti. Eligieron el camino por donde nadie va".

Publicado en el Miami Strategic Intelligence Institute (MSI²).

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